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Enero 2009
THE DEADS (II)
Profesor, como Joyce, Gabriel
es un exiliado intelectual dentro de su propio país, y alberga las mismas ideas
que su creador en lo referido a arte, política, etc, como queda de manifiesto
en el acalorado debate que mantiene con Miss Ivors. “La literatura está por
encima de la política”, piensa… Una frase que hubiese querido usar como
arma arrojadiza, pero le falta agresividad para construir el argumento y para
decirlo en voz alta. Le falta para responder a su oponente con algo más que un
vergonzante silencio y explicarle por qué ha exclamado “¡Estoy harto de este
país, me enferma!” en un momento de la discusión en que pierde totalmente
los papeles. Le falta para firmar con su nombre completo y no solo con sus
iniciales las reseñas literarias que escribe para un periódico inglés. Le falta
para eso y para casi todo, desgastado por el roce perpetuo y agotador, casi
castrante, con la rancia idiosincrasia dublinesa encarnada en su familia y
amistades. Hasta el punto de que al final de la obra, a través del narrador,
que no es otra cosa que el portavoz del monólogo que transcurre en el interior
del personaje, nos llega la imagen que de sí mismo ha conseguido al fin obtener
Gabriel, esa que no conseguía identificar del todo en el espejo del vestidor:
Lo asaltó una vergonzante
conciencia de sí mismo. Se vio como una figura ridícula, actuando como
recadero de sus tías, un nervioso y bienintencionado sentimental, alardeando de
orador con los humildes, idealizando hasta su visible lujuria: el lamentable
tipo fatuo que había visto momentáneamente en el espejo.
A partir de ahí, el joven
Conroy sentirá que tanto él como cuanto le rodea está siendo engullido por el
mundo de las tinieblas. El mismo que, probablemente, Joyce pensó que también
podría haberlo atrapado a él de haber continuado viviendo en Dublín.
Gabriel no carece de
convicciones, pero sí del suficiente carácter y decisión como para mantenerlas.
Su opaca personalidad queda de manifiesto desde el principio, en un comentario
poco afortunado que hace a Lili, la criada, y que después, aturdido, intenta
compensar dándole un aguinaldo. La excesiva solicitud y preocupación por la
salud de Greta, cercana a la hipocondría, llega a constituir motivo de
hilaridad entre su familia. La discusión con Miss Ivors, de la que no sale muy
bien parado, consigue desasosegarlo tanto que respira aliviado cuando sabe que
ella no estará presente en la cena ni, por tanto, en el discurso que ha de dar,
sobre el que solo le surgen vacilaciones desde buen rato antes de pronunciarlo.
Es consciente de todo eso, y le mortifica, pero aún no ha tocado fondo...
REN
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