Els següents són tres
post que Ren, una amiga de Sevilla, ja fa molts anys em va regalar publicant-los
al seu blog pel meu aniversari. Són una obra mestra d’anàlisi literari,
i en ells es reflecteix perfectament una de les tesis del seu text: que en les
coses i objectes estan continguts esforços, esperances, somnis i alegries, que són
tot un calaix de sastre ple de botons, d'antics vestits i fils que pengen de
les agulles que els apedacen i sargeixen, un tresor que ha de passar, si volem
ser fidels a la nostra identitat, de pares a fills, d’uns als altres, als que estimem
o ens són indiferents, als amics i als enemics, entre el passat i el futur. Pels
morts que ja som i per aquells que ens esperen o ens han oblidat.
Ara, crec, és
un bon moment per publicar-los aquí.Tornar-los a llegir m’omple d’orgull i em
reconforta en un temps que ningú reconforta a ningú, per ells mateixos, perquè
en ells aprenc, pel moment present i pel
fet d’`haver estat un regal en un altra època també irrepetible.
28 Enero 2009
THE DEADS (I)
Una libra esterlina a cambio
de un cuento. Probablemente no era mucho en 1904, pero esta oferta del editor
de un diario bastó para que un jovencísimo escritor de solo 22 años le
entregase poco después para su publicación “Las
hermanas”. Era James Joyce. “Las hermanas” sería el primero de una serie de
15 relatos perfectamente orquestados en los que se propuso plasmar de forma
implacable y crítica el anquilosamiento e inmovilismo a que había llegado
Dublín, su “hemiplejia o parálisis”, como él mismo decía, agravados por la
férrea presión de la Iglesia católica y la de un nacionalismo en el que Joyce
solo ve una fuente de distorsiones culturales y de un cierto provincianismo
mental y cultural. Aquella colección de cuentos se tituló “Dubliners”, y tardó
varios años en ser completada.
El último relato, “The Deads”, “Los Muertos”, terminado en el exilio y algo diluida ya en una
cierta nostalgia la acritud que había concebido hacia su ciudad natal, suaviza
en mucho las tintas, y el recuerdo de su patria chica se irisa para hacerse más
comprensivo, amable y lírico, incluso dando protagonismo a la hospitalidad de
la gente irlandesa, una de sus virtudes más tradicionales y celebradas, en un
intento de ser más justo con su tierra. El resultado final, sin embargo, no
deja de estar teñido de una amarga melancolía.
Como melancólica se muestra
Dublín, cubierta por la nieve, a principios de enero de 1904. Las ancianas
señoritas Morkan y su sobrina Mary Jane, también soltera, que vive con ellas,
ofrecen su fiesta anual de Navidad a parientes y amigos, que irán llegando,
perfectamente ataviados para la ocasión, y siendo recibidos por Lili, la
criada, que se afana en todo momento por atender a sus muchas obligaciones.
Miss Ivors, profesora y nacionalista convencida, Gabriel Conroy, también
profesor, sobrino de las ancianas señoritas Kate y Julia Morkan, Gretta, su
esposa, y un nutrido grupo más de personajes ríen, beben, cantan y bailan en
los salones al son del piano que Mary Jane toca, comen el ganso que, como todos
los años, trincha Gabriel, y el tradicional budín a los postres, y charlan
agradablemente sobre ópera, teatro, música… Es al llegar a temas como el
nacionalismo, la cultura o la política, sobre los que discuten Miss Ivors y
Gabriel, cuando la tela del delicioso cuadro costumbrista que se ha ido
esbozando ante los ojos del lector queda cuarteada y severamente dañada, quedando
claro el provincianismo cultural, la parálisis y el atraso acarreados por las
posturas nacionalistas y las acendradas convicciones religiosas.
Además del variopinto
paisanaje humano que deambula por el relato, hay dos elementos protagonistas
indiscutibles: la nieve y la música. La música parece ser la línea que marca la
línea divisoria entre la ontología masculina y femenina, una diferenciación
asimismo señalada mediante la tradicional dicotomía hombre-razón/mujer-corazón.
Las ancianas tías son calificadas por Gabriel como mujeres ignorantes, la
señorita Ivors, feminista, independizada y culta, como vacía interiormente (“¿Tendrá
ella alguna vida propia más allá de su propagandismo?”, se pregunta
resentido Gabriel, tras su discusión con la dama), la misma Gretta es
menospreciada por su suegra por pertenecer al inculto entorno rural irlandés…
Es la música, con la que
todos los personajes femeninos están relacionados de uno u otro modo, el
discurso ligado a la feminidad, en tanto y en cuanto permite expresar los
sentimientos pasionales, dar forma a los más recónditos deseos y emociones
femeninos. Mary Jane imparte clases de música en su casa, las tías cantan en un
coro, tocan el piano… La mayoría de varones que asisten a la fiesta carecen de
la sensibilidad necesaria para bien avenirse con el mundo musical, de hecho,
algunos “escapan” al salón contiguo a tomar unas copas mientras la sobrina
Morkan toca una pieza que ni siquiera agrada ni entiende Gabriel, de gustos más
refinados. Sin embargo, la tradicional separación entre hombres y mujeres es en
realidad cultural, de ahí que encontremos algunos hombres que comulgan con la
esfera femenina a través de la música, como Bartell D’Arcy, uno de los
invitados, tenor, y mujeres que se identifican más con la esfera masculina,
como la madre de Gabriel, el “cerebro” de la familia y la única de las hermanas
sin dotes para la música. Y será precisamente una canción la que desencadene
los acontecimientos que ocurrirán tras la cena, y uno de los momentos
epifánicos, de revelación, en la obra. El principal.
La otra protagonista no
humana indiscutible de la historia es la nieve. El relato avanza al mismo ritmo
que la tormenta de nieve. Cuando Gabriel llega a 15, Usher Island, la casa de
sus tías,
"Una leve franja de
nieve reposaba sobre las hombreras de su abrigo, como una esclavina, y como una
pezuña sobre el empeine de sus zuecos".
Mientras la velada avanza y
los invitados comentan que en 30 años no se había visto nevar así, el
protagonista mira por la ventana:
“La nieve se veía
amontonada sobre las ramas de los árboles y poniendo un gorro refulgente al
monumento a Wellington.”
Hasta llegar a cubrir como un
blanco sudario toda Irlanda.
"Sí, los periódicos
tenían razón: la nieve se extiende por toda Irlanda..."
Música y nieve serán, pues,
elementos recurrentes tanto en las conversaciones como en las situaciones que
se van desarrollando ante nuestros ojos, y con un papel preponderante en los
acontecimientos finales. Dos elementos de elevado valor simbólico, y verdaderas
epifanías.
Pero “The Deads”, “Los muertos”,
es algo más que una estampa de la decadencia de la sociedad dublinense. Es ese
espejo en que se mira Gabriel, ya casi al final de la historia, en el que jamás
logra obtener una idea cierta de sí mismo, el espejo en que el propio Joyce, el
eterno exiliado, el eterno incomprendido y atormentado por celos y reconcomias
de todo tipo, busca quizás su propia imagen a través de su alter ego, Mr Conroy
y, sobre todo, la verdad. ¿Qué verdad? La del Dublín por cuyo rechazo quedó
marcado, que amó y odió. La que se escondía en el corazón de Nora Barnacle, su
compañera. La verdad que siempre persiguió obstinadamente rebuscando entre sus
concepciones de la vida y de la literatura sin saber a ciencia cierta si estaba
jugando con él al escondite. Quizás por ello el entramado de “Los Muertos” lo formarán en buena parte
los temas que nutren a la verdad y a la mentira, y que siempre le obsesionaron:
el amor, la culpa, la expiación y esos intensos y profundos momentos de
revelación en que las cualidades esenciales y constitutivas de las cosas, la
vida y la muerte ofrecen sus misterios a los cinco sentidos. Esos momentos, a
los que llamó “epifanías”, son como fogonazos en que el enigma se desvela por
un instante y la verdad aparece desprovista de luces y sombras.
La nutrida correspondencia
que Joyce mantuvo con Nora, su mujer, y con Stanislaus, su hermano, se conserva
en su mayor parte y ha sido publicada. Llega a sorprender la fidelidad con que
reproduce este relato no solo las ideas que expresa en sus cartas, incluso
frases textuales que pondrá en boca de Gabriel, el personaje joyceano que más
cercanamente representa el sentir y el pensar de su creador, sino hasta qué
punto la historia que narra es una extrapolación de la suya propia. Parte del
contenido de esa correspondencia está en el discurso que Gabriel pronuncia
tradicionalmente en todas las fiestas de Navidad en la casa de las señoritas
Morkan, éstas están inspiradas en las señoritas Flynn, tías por parte materna y
que, efectivamente, vivían en el 15 de Usher Island, Miss Ivors, encarnación de
los elementos más radicalizados del Irish Revival, tiene su origen en una bella
muchacha nacionalista por la que Joyce se sintió atraído en su primera
juventud, y Gretta es el alter ego de Nora.
Gabriel es quizás el tipo de
hombre que Joyce pudo haber llegado a ser si hubiese permanecido en Dublín.
REN
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