Diari de
primavera (2)
La Rossita i el Silvestre
Quan vaig néixer la meva avia Rossita ja era sorda. Li havia de parlar ben alt i
a cau d’orella perquè em sentís, i l’olor del seu cos i dels seus cabells
blancs, a l’apropar la meva cara a la seva, no la podré oblidar mai.
Anys més tard va
ser la meva pròpia mare la que es va quedar sorda gairebé com la seva, com l’avia
Rossita, circumstància que, per a mi, ho he reconèixer, va ser una sort perquè en
ella vaig poder retrobar de nou aquell olor i aquell gest de parlar a un sord
que és, indubtablement, molt millor que ensenyar al qui no sap.
Tota la meva vida
ha estat comprovar amb tristesa com el que dic per una orella li entra i per
l’altra li surt al que tinc en front fent el posat hipòcrita d’escoltar-me. Efectivament,
per una orella li entra i per l’altra li surt sense deixar cap mena de rastre
en el recorregut com si entre ambdues hi hagués un túnel de ventilació que les
comuniqués, per això sempre recordaré amb una immensa joia l’experiència de
parlar a un sord que és, sense cap mena de dubte també, qui millor sap escoltar.
Entre els sords
que he conegut al llarg de la meva vida, i dels que jo aviat en formaré part,
hi ha en un lloc destacat el meu gran amic Silvestre, en Silvestre Tornassol,
el savi despistat que va aconseguir posar un home a la lluna molt abans que ho
fessin els americans. No sé perquè, però crec que entre ell i la meva avia
Rossita s’hagués pogut establir, si haguessin arribat a conèixer-se, una bona
amistat i, qui sap, si alguna cosa més. Ella no sabia res d’astronomia, però
sabia cuinar, fer ganxet, educar uns fills, portar una casa, donar la millor companyia, estimar
a un home i cantar jotes en català quan li sortia la seva vena de manya
trempada –jo no sé fer res de tot això i ja és ben trist–, molt millor, n’estic
segur, que el “florero” de la Castafiore que no era sorda, però que no va poder
recordar ni pronunciar mai correctament el nom del pobre capità Haddock.
Diario de primavera (2)
Rosita y Silvestre
Cuando yo nací mi abuela Rosita ya era sorda.
Le tenía que hablar bien alto y al oído para que me oyera, y el olor de su
cuerpo y de sus cabellos blancos, al acercar mi cara a la suya, no lo podré
olvidar.
Años más tarde fue mi propia madre la que se quedó sorda
casi como la suya, como la abuela Rosita, circunstancia que, para mí, lo he de reconocer,
fue una suerte porque en ella pude reencontrar de nuevo aquel olor y ese gesto
de hablar a un sordo que es, indudablemente, mucho mejor que enseñar al que no
sabe.
Toda mi vida ha sido comprobar con tristeza como lo que digo
por un oído le entra y por otro le sale al que tengo en frente haciendo el papel
hipócrita de escucharme. Efectivamente, por un oído le entra y por otro le sale
sin dejar ningún rastro en el recorrido como si entre ambas orejas hubiera un
túnel de ventilación que las comunicara, por eso siempre recordaré con una
inmensa alegría la experiencia de hablar a un sordo que es, sin lugar a dudas
también, quien mejor sabe escuchar.
Entre los sordos que he conocido a lo largo de mi vida, y de
los que yo pronto formaré parte, está en un lugar destacado mi gran amigo
Silvestre, Silvestre Tornasol, el sabio despistado que consiguió poner un hombre
en la luna mucho antes que lo hicieran los americanos. No sé por qué, pero creo
que entre él y mi abuela Rosita se hubiera podido establecer, si hubiesen
llegado a conocerse, una buena amistad y, quién sabe, si algo más. Ella no
sabía nada de astronomía, pero sabía cocinar, hacer ganchillo, educar a unos hijos, llevar una
casa, dar la mejor compañía, amar a un hombre y cantar jotas en catalán cuando
le salía su vena de maña simpática -yo no sé hacer nada de todo esto y ya es
bien triste-, mucho mejor, estoy seguro, que el "florero" de la
Castafiore que no era sorda, pero que no pudo recordar ni pronunciar nunca
correctamente el nombre del pobre capitán Haddock.
2 comentarios:
Mi madre decía "no hay mejor sordo que el que no quiere oir" y lo decía mirándome a mí. Aprendí bien pronto que era importante abrir las orejas para enterarse de todo pero mucho más conveniente hacer como si no fuera con uno mismo.
Estrategias de familia numerosa que al final marcan una pauta. Me da a mí.
La suya de hablar a sordos es posible que tambien sea una estrategia, no cree?
Yo tambien recuerdo el olor de mi abuela y la suavidad de sus mejillas. Y tampoco tengo ninguna de sus habilidades aunque sé que ella estaría orgullosa de las que sí tengo. Eso me tranquiliza.
Besos entrañables
Efectivamente, cada uno usa las estrategias de supervivencia que cree necesarias. Mi familia nunca fue numerosa, pero la de mi madre sí, eran 9 hermanos adultos, cinco varones y cuatro muchachas, uno de los chicos murió en la guerra. Pero Rosita se quedó 23 veces embarazada. Eso tampoco sé hacerlo yo, quedarme embarazado.
He dicho que mi abuela no sabía nada de astronomía, pero no es cierto en absoluto, ha sido un fallo y un olvido grave por mi parte, claro que sabía, madrugó el día en que Louis Armstrong pisaba la Luna para ver la retransmisión de Hermida por la TV, no quería perdérselo!!! Por eso, quizás también, hubiera hecho buenas migas con mi amigo Silvestre Tornasol.
Besos in the Moon.
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