jueves, 26 de marzo de 2015

La Rossita i el Silvestre


Diari de primavera (2)

La Rossita i el Silvestre

Quan vaig néixer la meva avia Rossita ja era sorda. Li havia de parlar ben alt i a cau d’orella perquè em sentís, i l’olor del seu cos i dels seus cabells blancs, a l’apropar la meva cara a la seva, no la podré oblidar mai.

Anys més tard va ser la meva pròpia mare la que es va quedar sorda gairebé com la seva, com l’avia Rossita, circumstància que, per a mi, ho he reconèixer, va ser una sort perquè en ella vaig poder retrobar de nou aquell olor i aquell gest de parlar a un sord que és, indubtablement, molt millor que ensenyar al qui no sap.

Tota la meva vida ha estat comprovar amb tristesa com el que dic per una orella li entra i per l’altra li surt al que tinc en front fent el posat hipòcrita d’escoltar-me. Efectivament, per una orella li entra i per l’altra li surt sense deixar cap mena de rastre en el recorregut com si entre ambdues hi hagués un túnel de ventilació que les comuniqués, per això sempre recordaré amb una immensa joia l’experiència de parlar a un sord que és, sense cap mena de dubte també, qui millor sap escoltar.

Entre els sords que he conegut al llarg de la meva vida, i dels que jo aviat en formaré part, hi ha en un lloc destacat el meu gran amic Silvestre, en Silvestre Tornassol, el savi despistat que va aconseguir posar un home a la lluna molt abans que ho fessin els americans. No sé perquè, però crec que entre ell i la meva avia Rossita s’hagués pogut establir, si haguessin arribat a conèixer-se, una bona amistat i, qui sap, si alguna cosa més. Ella no sabia res d’astronomia, però sabia cuinar, fer ganxet, educar uns fills, portar una casa, donar la millor companyia, estimar a un home i cantar jotes en català quan li sortia la seva vena de manya trempada –jo no sé fer res de tot això i ja és ben trist–, molt millor, n’estic segur, que el “florero” de la Castafiore que no era sorda, però que no va poder recordar ni pronunciar mai correctament el nom del pobre capità Haddock.

Diario de primavera (2)

Rosita y Silvestre

Cuando yo nací mi abuela Rosita ya era sorda. Le tenía que hablar bien alto y al oído para que me oyera, y el olor de su cuerpo y de sus cabellos blancos, al acercar mi cara a la suya, no lo podré olvidar.

Años más tarde fue mi propia madre la que se quedó sorda casi como la suya, como la abuela Rosita, circunstancia que, para mí, lo he de reconocer, fue una suerte porque en ella pude reencontrar de nuevo aquel olor y ese gesto de hablar a un sordo que es, indudablemente, mucho mejor que enseñar al que no sabe.

Toda mi vida ha sido comprobar con tristeza como lo que digo por un oído le entra y por otro le sale al que tengo en frente haciendo el papel hipócrita de escucharme. Efectivamente, por un oído le entra y por otro le sale sin dejar ningún rastro en el recorrido como si entre ambas orejas hubiera un túnel de ventilación que las comunicara, por eso siempre recordaré con una inmensa alegría la experiencia de hablar a un sordo que es, sin lugar a dudas también, quien mejor sabe escuchar.

Entre los sordos que he conocido a lo largo de mi vida, y de los que yo pronto formaré parte, está en un lugar destacado mi gran amigo Silvestre, Silvestre Tornasol, el sabio despistado que consiguió poner un hombre en la luna mucho antes que lo hicieran los americanos. No sé por qué, pero creo que entre él y mi abuela Rosita se hubiera podido establecer, si hubiesen llegado a conocerse, una buena amistad y, quién sabe, si algo más. Ella no sabía nada de astronomía, pero sabía cocinar, hacer ganchillo, educar a unos hijos, llevar una casa, dar la mejor compañía, amar a un hombre y cantar jotas en catalán cuando le salía su vena de maña simpática -yo no sé hacer nada de todo esto y ya es bien triste-, mucho mejor, estoy seguro, que el "florero" de la Castafiore que no era sorda, pero que no pudo recordar ni pronunciar nunca correctamente el nombre del pobre capitán Haddock.


2 comentarios:

Marga dijo...

Mi madre decía "no hay mejor sordo que el que no quiere oir" y lo decía mirándome a mí. Aprendí bien pronto que era importante abrir las orejas para enterarse de todo pero mucho más conveniente hacer como si no fuera con uno mismo.

Estrategias de familia numerosa que al final marcan una pauta. Me da a mí.

La suya de hablar a sordos es posible que tambien sea una estrategia, no cree?


Yo tambien recuerdo el olor de mi abuela y la suavidad de sus mejillas. Y tampoco tengo ninguna de sus habilidades aunque sé que ella estaría orgullosa de las que sí tengo. Eso me tranquiliza.

Besos entrañables

El peletero dijo...

Efectivamente, cada uno usa las estrategias de supervivencia que cree necesarias. Mi familia nunca fue numerosa, pero la de mi madre sí, eran 9 hermanos adultos, cinco varones y cuatro muchachas, uno de los chicos murió en la guerra. Pero Rosita se quedó 23 veces embarazada. Eso tampoco sé hacerlo yo, quedarme embarazado.

He dicho que mi abuela no sabía nada de astronomía, pero no es cierto en absoluto, ha sido un fallo y un olvido grave por mi parte, claro que sabía, madrugó el día en que Louis Armstrong pisaba la Luna para ver la retransmisión de Hermida por la TV, no quería perdérselo!!! Por eso, quizás también, hubiera hecho buenas migas con mi amigo Silvestre Tornasol.

Besos in the Moon.