Diari d’hivern (8)
La pregunta.
L’Albert, el meu
germà, sempre em diu que si als catorze anys no et fa mal la vida la viuràs com
un fantasma que no és pas altra cosa que un difunt que ignora encara que s’ha
mort.
Com es pot saber,
doncs, si un és un viu o un cadàver que respira?, no en tinc ni idea, però el
parell de fotografies que presento donen, crec jo, dues bones pistes tot i que completament
diferents i també oposades. Triar una o l’altre pot marcar no només la vida
sinó també la “no vida” que ningú sap ni què és ni què dimonis serà.
En la primera
veiem al famós escriptor nord americà Henry Miller jugant a ping-pong amb una
senyoreta en un dels salons de la seva bonica i esplèndida casa de Big Sur a
Califòrnia. Aquesta és, segurament, una bona resposta a la pregunta, però cal posar
en evidència que és necessari per contestar-la adequadament tenir espai
suficient per encabir-hi la taula i jugar amb comoditat per no ensopegar amb la
paret o la butaca d’orelles del racó on s’asseu l‘avia. A més, avui en dia, no
tothom pot disposar ni de tant lloc ni tampoc de temps a no ser que sigui ric o
estigui a l’atur.
En la segona
fotografia hi trobem a Federico Fellini al seu despatx acompanyat igualment
d’una senyoreta. Pel que sembla no necessita l’espai que li cal al Henry Miller,
es pot fer el que fa Fellini d’en peus, assegut com ell, estirat o de genolls,
en un despatx, al menjador, a la cuina o a la banyera de casa.
I què fa Fellini
que es pot fer gairebé de qualsevol manera, en qualsevol indret i en infinitat
de posicions?, res gaire complicat ni difícil, només mirar als ulls de la
senyoreta que té al davant, ves per on, així de senzill.
Què hem de mirar,
doncs, la pilota o els ulls?, quina d’elles ens diu si encara som vius o ja fem
pudor?
En ambdues
fotografies, però, és important destacar una cosa que les iguala i que és la
taula que separa a les persones que hi surten, aquesta taula és, sens dubte, un
obstacle que es converteix en una bona metàfora visual de les relacions
humanes, una barrera que mai podem ni podrem saltar del tot.
Sigui com sigui,
i com encara ni sóc ric ni estic a l’atur, de moment triaré la segona, la de
Fellini que és més barata, però si em toca la loteria no sé jo si m’agradaria
provar també la d’en Henry Miller, sempre m’ha agradat jugar al ping-pong.
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Diario de invierno (8)
La pregunta.
Albert, mi hermano, siempre me dice que si a los catorce
años no te duele la vida la vivirás como un fantasma que no es otra cosa que un
difunto que ignora todavía que se ha muerto.
¿Cómo se puede saber, pues, si uno es un vivo o un cadáver
que respira?, no tengo ni idea, pero el par de fotografías que presento dan,
creo yo, dos buenas pistas aunque completamente diferentes y también opuestas.
Elegir una o la otra puede marcar no sólo la vida sino también la "no
vida" que nadie sabe ni qué es ni qué demonios será.
En la primera vemos al famoso escritor norteamericano Henry
Miller jugando al ping-pong con una señorita en uno de los salones de su
hermosa y espléndida casa de Big Sur en California. Esta es, seguramente, una
buena respuesta a la pregunta, pero hay que poner en evidencia que es necesario
para contestarla adecuadamente tener espacio suficiente para dar cabida a la
mesa y jugar con comodidad y no tropezar con la pared o el sillón de orejas del
rincón donde se sienta la abuela. Además, hoy en día, no todo el mundo puede
disponer ni de tanto lugar ni tampoco de tiempo a menos que sea rico o esté en
paro.
En la segunda fotografía encontramos a Federico Fellini en
su despacho acompañado igualmente de una señorita. Al parecer no necesita el
espacio que necesita Henry Miller, se puede hacer lo que hace Fellini de pie,
sentado como él, acostado o de rodillas, en un despacho, en el comedor, en la
cocina o en la bañera de casa.
¿Y qué hace Fellini que se puede hacer casi de cualquier
manera, en cualquier lugar y en infinidad de posiciones?, nada muy complicado
ni difícil, sólo mirar a los ojos de la señorita que tiene delante, mira por
dónde, así de sencillo.
¿Qué tenemos que mirar, pues, la pelota o los ojos?, ¿cuál
de ellas nos dice si aún estamos vivos o ya olemos mal?
En ambas fotografías, sin embargo, es importante destacar
algo que las iguala y que es la mesa que separa a las personas que salen en
ellas, esta mesa es, sin duda, un obstáculo que se convierte en una buena
metáfora visual de las relaciones humanas, una barrera que nunca podemos ni
podremos saltar por completo.
Sea como sea, y como todavía ni soy rico ni estoy en el
paro, de momento elegiré la segunda, la de Fellini que es más barata, pero si
me toca la lotería no sé yo si me gustaría probar también la de Henry Miller,
siempre me ha gustado jugar al ping-pong.
10 comentarios:
Sus reflexiones me alegran el día, Peletero. Me asombran sus preguntas. ¿Cambiaría en algo si tuviera certeza de estar vivo o muerto? ¿Acaso sabemos en qué estado nos encontramos? Vayamos pues a lo práctico. La de Fellini gana por goleada, me consta que como a él, le separa tan solo una mesa. Tiene razón su hermano; los catorce son muy duros, pero una vez superados, llegan los buenos, esos en los que todavía soñamos, como usted.
Besos de sur a norte.
Buena reflexión, peletero. Si me admites una sugerencia respecto a tu persona, te diría: mejor quita de en medio las mesas... Saludos cordiales.
Ummm yo es que veo algunas barreras más en las relaciones entre esos cuatro seres humanos de a dos que usted muestra. Algún obstáculo más y menos obvio que la mesa por incorpóreos, que digo yo. Por ejemplo el hecho de que unos mantengan la defensa (la barrera) que supone la ropa y otros no. También el hecho de que unos miren y otros parezcan estar ahí sólo para ser mirados. Y que en las imágenes se adivine el poder que uno de los fotografiados tiene sobre el otro.
Que en la segunda imagen la mirada se dirija a los ojos, en el momento de la fotografía, no obvia el resto. Me parece a mí. Y como bien dice se convierten en buenas metáforas, sólo que en mi caso lo serán de aquello que no debieran representar las relaciones entre género.
Asi que no, no me gustan ninguna de las dos fotos, sorry, cachis.
Uno nunca será un cadáver que respira mientras plante cara a la vida y las cosas que esta tiene. Me dije yo a los 14 y aqui sigo, vivita y coleando hasta que deje de estarlo.
Besos que no espectros.
Yo creo que sí cambiarían las cosas si supiéramos que estamos muertos, querida Isolda.
Todo el mundo da por supuesto que está vivo, incluso algunos muertos, así que creo que sí cambiarían las cosas si supiéramos que estamos muertos, al menos podríamos encargarnos algunas flores para nuestro propio funeral, es un detalle tonto, pero ya sabemos que eso de la muerte está lleno de símbolos y de pequeñas cosas como lo descansados que se quedan algunos parientes.
Besos de norte a sur.
Bienvenida a mi casa Isabel. Gracias por su consejo, procuraré seguirlo.
Saludos.
Thanks welovefur, I will visit you soon.
greetings
Dice usted, querida Marga:
- “el hecho de que unos mantengan la defensa (la barrera) que supone la ropa y otros no”.
¿Cómo debo de interpretar su afirmación?, ¿qué la desnudez representa sinceridad y naturalidad, espontaneidad, cordialidad y campechanía, todo atributos positivos en contra de la vestimenta como polo opuesto y lleno de atributos negativos?
¿O literalmente, como que la vestimenta es, ciertamente, una defensa frente a la desnudez que es, por el contrario, una arma de ataque y agresión?
¿El ataque de la verdad en contra de la defensa de la mentira?
- “el hecho de que unos miren y otros parezcan estar ahí sólo para ser mirados”
Esto es una presunción que no puede probar, porque en las dos fotografías hay dos personajes a los que no se ve el rostro y Miller está mirando la pelota.
En cualquier caso, y si este es el caso, los papeles de mirón y exhibicionista tienen su función si no queremos parecernos al famoso mono que ni ve ni oye ni habla.
Si usted se refiere, en cambio, a que las fotografías representan una especie de opresión entre los que miran y los que sólo están ahí para ser mirados, pues no sabría decirle, nada nos indica quiénes son unos y otros y si alguno de ellos está a disgusto. Conociendo a los dos personajes famosos, Miller y Fellini, diría que no, que no están a disgusto. En relación a los otros dos personajes prefiero no caer en presunciones con las que seguro me equivocaría mucho.
- “que en las imágenes se adivine el poder que uno de los fotografiados tiene sobre el otro”.
¿A cuál de los personajes se refiere?, ¿al poder de los que van desnudos en relación a los que van vestidos o al contrario? En las imágenes no queda claro quién tiene ese poder del que usted habla ni qué clase de poder es ése. Me parece que esa es otra presunción que no puede ser probada y mucho menos del pobre Fellini que era un Santo italiano que debería estar ya en los altares. Y en relación a Miller, pues qué quiere que le diga!!!
- “Que en la segunda imagen la mirada se dirija a los ojos, en el momento de la fotografía, no obvia el resto”.
Ese resto al que usted elude sigue siendo para mí otra presunción más, quizá Fellini esté interpretando el papel de un oftalmólogo o esté realizando, lo más probable, un casting y necesite mirar, no va a elegir a los actores con los ojos cerrados, digo yo. E incluso, puestos a ser puntillosos, mirarle las tetas si así lo exige el guión pues ya sabemos que en las películas de Fellini había muchos personajes femeninos que necesitaban tener unas determinadas tetas y no vamos ahora, digo yo, a escandalizarnos por ello, ¿no le parece?
No sé si debería disculparme en alguna especie de confesionario, religioso, laico o políticamente correcto, pero debo confesar que yo también he caído en pecado y he realizado castings. Me sentaba en una butaca al lado del fotógrafo, iban pasando las chicas, vestidas, eso sí, -no había chicos porque las prendas eran femeninas, no por otra cosa, no piense mal de mí ni que los discriminara ni que yo fuera un sátiro-, mirábamos sus books, les hacíamos dar un par de vueltas, caminar un poco, anotábamos sus medidas y les dábamos las gracias. Luego elegíamos a la que considerábamos más adecuada para la sesión de fotografía.
Evidentemente era un trabajo agradable. Igual que estar en el backstage en un desfile para ayudar a vestir y a desvestir a las modelos que, entre pase y pase, se quedaban frente a mí igual que cuando Dios las trajo al mundo, este mundo nuestro tan miserable. Era tan agradable que casi diría que en el placer de realizarlo estaba el cumplido que decía no sé quién.
- “Y como bien dice se convierten en buenas metáforas, sólo que en mi caso lo serán de aquello que no debieran representar las relaciones entre género.”
¿A qué género se refiere usted?, ¿al humano? ¿Si me fotografían con una policía que me está poniendo una multa de tráfico se puede calificar de relación de género?
(sigue...)
Mi post, como seguro usted habrá claramente percibido, es retórico y un poco cursi, pero es cursi a propósito. Intenta ser simpático (ya veo que a usted no se lo ha parecido, me sabe mal) y referirse, precisamente, a qué debemos mirar. La cursilería está en hablar de la pelota y los ojos porque la verdadera barrera no está ni en la ropa ni en las mesas ni si al otro lado se encuentra una mujer o un hombre. La metáfora consiste en lo qué miramos, en el famoso dedo o en la Luna que señala ese famoso dedo.
¿Ellas qué están mirando? No lo podemos saber, pero igual miran a los ojos o la ropa de los señores que tienen delante, la ropa es una gran fuente de información como todo el mundo sabe y, en este sentido, no es ninguna barrera ni defensa, todo lo contrario, es una invitación porque ofrece conocimiento y pistas del que la viste que igual a ellas les interesa saber.
Pero todo ello no puedo yo afirmarlo, que a ellas les interese saberlo, porque hacerlo sería una presunción de muy mal gusto por mi parte que seguramente alguien, con razón, calificaría de machista.
En relación estricta a las dos fotografías hay que destacar que un buen y habitual truco fotográfico, usado por muchos profesionales, consiste en fotografiar un ambiente normal, anodino incluso, con un “alien”, un elemento extraño que no encaja en el conjunto y que al estar ahí pone de relieve lo que antes nos pasaba desapercibido y no nos parecía digno de mirar.
Gente vestida con tonos grises y una persona, entre ellos, con un traje lleno de color, o viceversa.
Un tópico salón de clase trabajadora o media con algún elemento decorativo especial, un león enorme disecado. O una jaula de leones en la que hay un saloncito típico con una abuelita sentada en un sillón de orejas.
Gente vestida en el vagón de un metro, en el comedor de un restaurante, en cualquier lugar, y situar en él a alguien desnudo realizando una labor también normal, pasajero, camarero, barrendero, etc.
Cosas fuera de lugar. Es un recurso muy manido.
La gracia está en el contraste y en esas cosas o personas fuera de lugar que la literatura y el cine también han desarrollado con profusión y que al entrar en nuestras vidas las cambia para siempre y por completo. Y también en la actitud tranquila, cómoda y normal de todos y cada uno de los fotografiados, indiferente, casi anestesiada, como si fuera corriente sentarse en el autobús al lado de una persona desnuda, no necesariamente joven y guapa, podría ser anciana y el efecto sería más contundente (los niños están prohibidos). Esta actitud relajada frente a lo inverosímil puede expresar diferentes estados psicológicos y morales en los que no entraré para no alargarme más.
Es cierto que, normalmente, la persona desnuda es una mujer, pero cada vez menos. Los buenos fotógrafos gay usan ese recurso con hombres y el efecto es exactamente el mismo.
Una parada de autobús un día de lluvia, la gente, resguardada debajo de la marquesina, esperando, hombres, mujeres, mayores y niños, algunos mirando al infinito y otros wasapeándose con sus smartphones, y un par de hombres besándose apasionadamente en un segundo plano ajenos a todo. Y nuestros ojos mirando.
Cambie a la gente y ponga un grupo de sacerdotes o monjas y cambiará todo.
O ponga a un grupo de religiosos musulmanes y le pegarán un tiro.
Cambie a los dos hombres y ponga a dos mujeres y también cambiará todo. Bueno, en realidad no cambiará nada, pero desatará los prejuicios de cada uno.
Gracias por su respuesta, efectivamente es así como usted dice, y que sea, permítame decírselo, para muchos años.
Besos en primer plano.
Ufff tendría que puntualizar mucho y tengo poco tiempo, lo siento.
En cualquier caso existen matices en los que nunca coincidiremos, usted y yo, querido amigo, cuando tratamos el tema de relaciones entre hombres y mujeres. Educación? edad? vivencias? son las mismas que marcaban la diferencia con mis hermanos mayores, por eso me hace gracia y en cierta forma me enternecen.
Tampoco pasa nada, ni creo que nadie deba confesarse o fustigarse por ver lo que ve o deja de ver. Pero no, no me salga con lo de los prejuicios porque me entra la risa. Ese sí que es un argumento manido que no conduce a ningún lado. Porque yo podría asegurarle lo mismo, que se trata de los suyos a la hora de mirar o de leer mis palabras y ya ve, ni se me ocurre.
Dudo mucho que los prejuicios tenga nada que ver, como ya le he dicho.
Un beso raudo!
Las prisas y la falta de tiempo conducen habitualmente al error y, entre otras cosas, a no leer correctamente los textos. Ni a responder a las preguntas que a uno le hacen.
Yo no he hablado de “sus” prejuicios exclusivamente, querida Marga, sino de los “nuestros”, dando a entender que ambos, usted y yo, todos, los tenemos, pero quizás no sea así y usted no haya cometido ningún error y considere que no los tiene en este caso, o que su punto de vista, también en este caso, está libre y no sometido a ellos.
¿La educación, la edad y las vivencias no producen, en ciertos casos, prejuicios?
Si eso es lo que usted opina en relación a sí misma y a su comentario, deberá otorgarnos a los demás el derecho, aunque sea por buena educación, de tampoco estar sometidos en este caso a ellos, a los prejuicios, y, en consecuencia, no darle la risa, porque si le da la risa debería usted suponer también que a los demás, a mí y a sus hermanos igualmente y tal vez, sólo tal vez, a muchos otros, nos da la risa al leer su comentario aunque no lo digamos ni no nos riamos delante de usted. Pero como estoy seguro y como usted misma dice, que su risa es amigable y tierna interprete la mía igualmente.
En cualquier caso, tiene usted razón, nos separan demasiadas cosas para estar de acuerdo en eso. Pero sí es cierto, según mi modesta y respetuosa opinión, que al final, en esta conversación, estamos hablando del dedo y no de la luna, de la pelota y no de los ojos. Es indudable que para jugar a ping-pong, que es lo que estamos haciendo usted y yo, es muchísimo mejor mirar a la pelota. No sé si interpretar eso como una respuesta a mi pregunta original.
Besos mirando a la pelota.
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