Diari d’estiu (6)
Les portes de
casa meva.
Darrerament, si
no tinc en compte la mort de persones estimades, el moment que viuen els meus
amics i amigues i la tristor en general que revesteix els meus dies, puc
afirmar que gaudeixo d’una vida bona i serena.
Quan era més jove
viatjava per tot el món comprant pells i venent-les, era una vida atractiva, un
pèl aventurera i arriscada pels viatges en sí i pel treball que desenvolupava on
hi havia tractes que podien sortir bé o malament, podia encertar o equivocar-me
en les compres o en les vendes, em podien enredar o no pagar-me els preus
estipulats i acordats, cosa que va passar més d’una vegada. Però jo estava
content i satisfet i pensava també que tenia la millor vida que es pot tenir. I
era cert, absolutament cert, no hi havia millor vida que aquella, una vida que
em feia distingir el dia de la nit i veure els meteorits travessar encesos la
foscor dels horitzons llunyans.
I somiar en no
res contemplant plàcidament les aigües tranquil·les d’un llac sense dracs. Ara,
en canvi, escombro el tros de vorera que
hi ha entre la porta de la meva botiga i l’arbre que tinc enfront i que ja
arriba al tercer pis. És una vida diferent, però no és pas una vida pitjor.
No obstant, ara he
d’escoltar també i donar consell gratuït i un somrís fals a tots els que em
consulten sobre els seus problemes com si fos un psicòleg o un conseller
matrimonial i financer. No puc fer com fa el meu psiquiatre, un professional
excel·lent i reputat que té un remeï infalible per curar qualsevol malaltia
mental: cobrar molt amb un posat d’esfinx, és un metge caríssim. Amb les seves
minutes tan elevades no queda cap altra solució que curar-te el més ràpid
possible, si és només amb una sola sessió millor que fer-ho amb dues si no vols
acabar demanant almoina per les cantonades.
La majoria de les
persones sabem d’una manera intuïtiva el valor de les coses quan hem de pagar
per elles, pagar amb diners, amb diners de banc de curs legal, naturalment, sinó
no les valorem com cal. Me n’adono d’aquest fet cada cop que començo la
temporada de rebaixes, res val no res.
Tan és així que m’he vist obligat a afegir al costat dels rètols que anuncien
els descomptes en els preus un de més que indica clarament que el dependent ni
està de rebaixes ni tampoc es ven. Ho he fet per evitar malentesos i
equivocacions que sovint es donen, la gent no té mesura i es pensen que em poden
comprar igual que un vestit. Crec, però,
que malauradament i malgrat el meu explícit cartell, s’ha produït l’efecte
contrari que jo pretenia i ara no paren de preguntar, amb una curiositat
malsana, quin és el meu preu.
Jo, el meu preu
ja el sé i a ningú l’importa, me’l van dir fa exactament un any i va ser una
sort perquè és una bona guia per no vantar-se de manera superba i estúpida del
que un no és ni serà mai, no fer-se il·lusions en vers els altres ni rebre
després decepcions doloroses. Els que estem acostumats, si més no, a vendre i a
comprar amb diners, amb diners de banc
de curs legal, sabem del cert que el preu, en realitat, retrata a qui compra i no
pas a qui ven. La qüestió, però, és que avui en dia, igual que sempre, tothom
compra i tothom ven qualsevol cosa en un monumental embolic i una confusió
neguitosa. En tot cas, ara per ara, queda clar que a casa meva i de moment, el
dependent ni està de rebaixes ni tampoc es ven.
En el seu lloc,
en el lloc del dependent, tinc vestits com els de la fotografia a 25 euros, qui
vulgui i tingui 25 euros en pot comprar un. El meu consell professional va
inclòs en el preu.
---------------------------------------
Diario de verano (6)
Las puertas de mi casa.
Últimamente, si no tengo en cuenta la muerte de personas
queridas, el momento que viven mis amigos y amigas y la tristeza en general que
reviste mis días, puedo afirmar que disfruto de una vida buena y serena.
Cuando era más joven viajaba por todo el mundo comprando
pieles y vendiéndolas, era una vida atractiva, algo aventurera y arriesgada por
los viajes en sí y por el trabajo que desarrollaba en el que había tratos que
podían salir bien o mal, podía acertar o equivocarme en las compras o en las
ventas, me podían engañar o no pagarme los precios estipulados y acordados, lo
que pasó más de una vez. Pero yo estaba contento y satisfecho y pensaba también
que tenía la mejor vida que se puede tener. Y era cierto, absolutamente cierto,
no había mejor vida que aquella, una vida que me hacía distinguir el día de la
noche y ver los meteoritos atravesar encendidos la oscuridad de los horizontes
lejanos.
Y soñar en nada contemplando plácidamente las aguas
tranquilas de un lago sin dragones. Ahora, en cambio, barro el trozo de acera
que hay entre la puerta de mi tienda y el árbol que tengo enfrente y que ya
llega al tercer piso. Es una vida diferente, pero no es una vida peor.
Sin embargo, ahora tengo que escuchar también y dar consejo
gratuito y una sonrisa falsa a todos los que me consultan sobre sus problemas
como si fuera un psicólogo o un consejero matrimonial y financiero. No puedo
hacer como hace mi psiquiatra, un profesional excelente y reputado que tiene un
remedio infalible para curar cualquier enfermedad mental: cobrar mucho con un
rostro de esfinge, es un médico carísimo. Con sus minutas tan elevadas no queda
otra solución que curarte lo más rápido posible, si puedes con una sola sesión
mejor que con dos si no quieres terminar pidiendo limosna por las esquinas.
La mayoría de las personas sabemos de una manera intuitiva
el valor de las cosas cuando tenemos que pagar por ellas, pagar con dinero, con
dinero de banco de curso legal, naturalmente, sino no las valoramos como es
debido. Me doy cuenta de ello cada vez que empiezo la temporada de rebajas,
nada vale nada. Tan es así que me he visto obligado a añadir junto a los
letreros que anuncian los descuentos en los precios uno más que indica
claramente que el dependiente ni está de rebajas ni tampoco se vende. Lo he
hecho para evitar malentendidos y equivocaciones que a menudo se dan, la gente
no tiene medida y creen que me pueden comprar igual que a un vestido. Creo, sin
embargo, que desgraciadamente y a pesar de mi explícito cartel, se ha producido
el efecto contrario que yo pretendía y ahora no paran de preguntar, con una
curiosidad malsana, cuál es mi precio.
Yo, mi precio ya lo sé y a nadie le importa, me lo dijeron
hace exactamente un año y fue una suerte porque es una buena guía para no
presumir de manera soberbia y estúpida de lo que uno no es ni será nunca, no
hacerse ilusiones hacia los demás ni recibir después decepciones dolorosas. Los
que estamos acostumbrados, por lo menos, a vender y a comprar con dinero, con
dinero de banco de curso legal, sabemos que el precio, en realidad, retrata a
quien compra y no a quien vende. La cuestión, sin embargo, es que hoy en día,
igual que siempre, todo el mundo compra y todo el mundo vende cualquier cosa en
un monumental lío y una confusión inquietante. En todo caso, hoy por hoy, queda
claro que en mi casa y de momento, el dependiente ni está de rebajas ni tampoco
se vende.
En su lugar, en el lugar del dependiente, tengo vestidos
como los de la fotografía a 25 euros, quien quiera y tenga 25 euros puede
comprar uno. Mi consejo profesional está incluido en el precio.
2 comentarios:
Já, qué foto más chula!!
Voy corriendo, voy corriendo... asi que dejo la ocasión de comentar sobre precios y valores y la confusión actual sobre este y en general casi todos los temas.
Y me doy cuenta que sin querer he juntado dos grandes obstáculos para llegar a entender algo: la prisa o precipitación de juicios que a su vez llevará a la confusión generalizada.
Ays qué mundo este!
Eso, vuelvo otro día y seguimos con la charla.
Besos de valor
Querida Marga, tómese el tiempo que quiera o no se lo tome, usted ya sabe que esta es también su casa, entre y salga cuando guste.
Todos sabemos que el precio y el valor son dos parámetros diferentes, pero el primero da cuenta del esfuerzo, esfuerzo físico por así decir, que hemos de hacer para obtener el segundo. La relación entre ambos no es mecánica, por supuesto, es más psicológica, pero no por ello menos real.
El dinero es un gran invento, otra cosa, como todo, como las mismas chancletas, es su uso.
Se acerca el fin de semana y aunque yo trabaje mañana se respira un aire diferente, una corriente de pereza y molicie. Acaba de caer un chaparrón y el hombre del tiempo anuncia una bajada de temperaturas. Bienvenidas sean, pero con este verano de pacotilla no hay manera de vender vestiditos escotados.
Besos caros.
El cartel es de mi hermano, pero la foto es de Saúl Steinberg.
Publicar un comentario