Thessaoliniki
Diari d’estiu (1)
Play it again, Sam.
Un dia, de bon
matí, el meu pare es va asseure, ja fa molts anys, en un seient equivocat d’un autobús que
sortia de Salònica cap a l’oest; els seients anaven numerats però ell no se’n
va adonar, era la primera vegada que visitava Grècia. Quan va arribar l’home al
que pertanyia segons el bitllet aquell seient i al veure’l ja ocupat li va dir
molt educadament en grec que s’asseia en un lloc que no era el seu. El meu
pare, que no entenia el grec, li va preguntar si parlava l’anglès i l’home li
va respondre que no, que a part del grec i el macedoni només parlava
l’espanyol.
Aquell va ser
l’inici d’una llarga amistat com la de Casablanca, però sense que hi hagués pel
mig ni cap guerra ni, malauradament, la Ingrid Bergman. Ells dos, per
descomptat, tampoc eren ni el Humphrey Bogart fent de Rick ni en Claude Rains
interpretant al capità Louis Renault comissari de policia de la França de Vichy,
ni jo em dic Sam, ni sóc nord-americà,
ni sóc negre ni sé tocar el piano.
Tant el meu pare
com jo mateix vam pujar a aquell autobús moltíssimes vegades més durant quasi
dues dècades comprovant, en cada trajecte d’anada i de tornada, que el numero
que lluïa el seient fos el mateix que el que deia el bitllet. El viatge durava
quatre hores, d’un palau de marbre blanc a la vora del mar a un llac entre
muntanyes que es glaçava quan arribava l’hivern. En algunes ocasions, quan
nevava i la carretera es congelava, ens venia a buscar en Vangelis, el soci de
l’home grec amb qui el meu pare havia equivocat els seients, conduint el seu
flamant i elegant BMW negre que sabia fer lliscar amb habilitat, sense perill i
sense tenir que fer servir cadenes pels camins convertits en glaceres de la
Macedònia grega.
Durant un munt
d’anys havia fet en camió el trajecte fins Alemanya quan era
transportista; es coneixia els camins
dels Balcans i de l’Est d’Europa de memòria i en els seus viatges aprengué a
parlar les diferents llengües eslaves que van des de Grècia fins a
Polònia. S’assemblava físicament a Leonidas
Breznhev, el que havia estat Secretari General del PCUS soviètic des del 1964
fins el 1982, amb les seves celles poblades i la seva fesomia característica
d’eslau típic amant del vodka, encara que ell, en Vangelis, era abstemi, més fi de cos, més esvelt però
més sòlid també, més rocós.
Aquesta és una
historia que he repetit milers de vegades, me n’adono que em faig pesat, que sóc
un pelma,
però per alguna raó estranya necessito narrar-me-la sovint a mi mateix, una
vegada i un altra, com si fos un nen petit, com si em digués amb un got de
whisky a la ma: Play it again, Sam. Em
cal fer-ho per recordar de nou la sensació que m’embargava en aquells anys quan
m’asseia al cotxe del Vangelis al seient del copilot i em deixava dur per ell:
cap perill em podia arribar, cap mal em podia tocar. Era jove, estava sa i amb en Vangelis al
volant completament estalvi.
“Vòdena,
16 de novembre de 1915. Vam
travessar el carrer del Vardar, els suburbis de Salònica, i sortirem al camp
ras. Una darrera mirada a la ciutat que es fa petita en la llunyania. Les
muntanyes de Kicechtení, protegint la vila estesa a les seves plantes. Salònica
recolzada al vessant, pàl·lida, somnolenta, mirant amb melangia serena
l'horitzó dilatat del mar. El caseriu blanc, apinyat, cobert amb la crosta
marcida de les velles teulades. Els braços blancs dels minarets i els suaus
pits de les cúpules, emergint en l'aire. El vidre de la rada, la ciutadella
sobresortint en l'altura. I, entorn, els boscos de xiprers i els cementiris,
com orles de vellut i llacunes de pau.”Agustí
Calvet, 28. A través de Macedònia. De París a Monastir. (1915)
-----------------------------------------------------------------------------------
Diario de verano (1)
Play it again, Sam.
Un día, por la mañana, mi padre se sentó, hace ya muchos
años, en un asiento equivocado de un autobús que salía de Salónica hacia el
oeste; los asientos iban numerados pero él no se dio cuenta, era la primera vez
que visitaba Grecia. Cuando llegó el hombre al que pertenecía según el billete
aquel asiento y al verlo ya ocupado le dijo muy educadamente en griego que se
sentaba en un lugar que no era el suyo. Mi padre, que no entendía el griego, le
preguntó si hablaba inglés y el hombre le respondió que no, que aparte del
griego y el macedonio sólo hablaba español.
Aquel fue el inicio de una larga amistad como la de
Casablanca, pero sin que hubiera de por medio ninguna guerra ni,
desgraciadamente, Ingrid Bergman. Ellos dos, por supuesto, tampoco eran ni
Humphrey Bogart haciendo de Rick ni Claude Rains interpretando al capitán Louis
Renault comisario de policía de la Francia de Vichy, ni yo me llamo Sam, ni soy
norteamericano, ni negro ni sé tocar el piano.
Tanto mi padre como yo mismo subimos a aquel autobús
muchísimas veces más durante casi dos décadas comprobando, en cada trayecto de
ida y de vuelta, que el número que lucía el asiento fuera el mismo que el que
decía el billete. El viaje duraba cuatro horas, de un palacio de mármol blanco
en la orilla del mar a un lago entre montañas que se congelaba cuando llegaba
el invierno. En algunas ocasiones, cuando nevaba y la carretera se helaba
también, nos venía a buscar Vangelis, el socio del hombre griego con quien mi
padre había equivocado los asientos, conduciendo su flamante y elegante BMW
negro que sabía deslizar con habilidad, sin peligro y sin tener que usar
cadenas por los caminos convertidos en heladeras de la Macedonia griega.
Durante muchos años había hecho en camión el trayecto hasta
Alemania cuando era transportista; se conocía los caminos de los Balcanes y del
Este de Europa de memoria y en sus viajes aprendió a hablar las diferentes
lenguas eslavas que van desde Grecia hasta Polonia. Se parecía físicamente a
Leonidas Breznhev, el que había sido Secretario General del PCUS soviético
desde 1964 hasta 1982, con sus cejas pobladas y su fisonomía característica de
eslavo típico amante del vodka, aunque él, Vangelis, era abstemio, más fino de
cuerpo, más esbelto pero más sólido también, más rocoso.
Esta es una historia que he repetido miles de veces, me doy
cuenta que me hago pesado, que soy un pelma, pero por alguna razón extraña
necesito narrarme a mí mismo este cuento a menudo, una y otra vez, como si
fuera un niño pequeño, como si me dijera con un vaso de whisky en la mano: Play
it again, Sam. Me es imperioso hacerlo para recordar de nuevo la
sensación que me embargaba en aquellos años cuando sentado en el asiento del copiloto del coche de
Vangelis me dejaba llevar por él: ningún peligro podía alcanzarme, ningún mal podía tocarme. Era joven, estaba sano y con
Vangelis al volante completamente a salvo.
“Vódena, 16 de noviembre de 1915. Atravesamos la calle del Vardar, los suburbios salonicenses, y salimos
al campo raso. Una postrer mirada a la ciudad que se achica a lo lejos. Los
montes de Kicechtení, protegiendo la villa extendida a sus plantas. Salónica
recostada en la ladera, pálida, soñolienta, mirando con melancolía serena el
horizonte dilatado del mar. El caserío blanco, apiñado, cubierto con la costra
marchita de los viejos tejados. Los brazos blancos de los minaretes y los
suaves senos de las cúpulas, emergiendo en el aire. El cristal de la rada, la
ciudadela descollando en la altura. Y, en torno, los bosques de cipreses y los
cementerios, como orlas de terciopelo y lagunas de paz.” Agustí Calvet, 28. A través de Macedònia.
De París a Monastir. (1915)
Kastoria
2 comentarios:
Entiendo que te guste repetirla una y otra vez, es una historia genial.
La razón de que añoremos tanto y tanto la infancia es la misma que sientes al recordar aquellos viajes: la sensación de invulnerabilidad que a veces nos acompañaba antes de hacernos mayores. Crecer, entre otras muchas cosas y no todas malas, claro, fue descubrir la fragilidad.
Yo también recuerdo a veces aquella sensación y lo buena que era, cachis! Ni una superhéroe se sentiría mejor ni más fuerte!
Besos again
Tenga en cuenta, querida Marga, que en esa época en la que yo me subía a ese autobús o viajaba con Vangelis en su BMW, ya no era un niño, un joven sí, pero no un niño.
Pero como si lo fuera, ahora me doy cuenta de ello y la sensación que me embarga al recordar todo aquello es la de mi presente orfandad.
Pero en fin, Serafín, por eso creé mi blog en el que usted tiene la bondad y la gentileza de leer mis añoranzas y dejar escritas sus opiniones.
Besos añorados
Publicar un comentario