Diari de tardor
(13)
La pluja daurada
Cada dia
m’escarrasso en escombrar el meu petit tros de vorera, cada dematí agafo
l’escombra amb un entusiasme raonable i
un optimisme assenyat com una bàscula ben equilibrada; no pretenc pas fer la feina dels serveis
municipals de neteja urbana ni prendre-li tampoc el treball a ningú, simplement
escombro el carrer i passo, mentre ho faig, una estona agradable saludant als
veïns que encara fan us dels bons costums socials.
Però el meu arbre
és un burleta que em pren el pel de manera descarada; al veure’m enfeinat
recollint les fulles caigudes m’obsequia, en plena comesa, amb una nova pluja farcida de gotes vegetals, gegants i groguenques, una pluja daurada que
torna a convertir el terra en una catifa cruixidora.
És una escena,
valgui la redundància, estètica, molt
plàstica i dinàmica, quasi poètica si a més fa sol, perquè el groc tardorenc de
les fulles seques llueix encara amb molta més intensitat gràcies a la claror
d’un matí transparent. L’aire sembla un cristall esquitxat per les gotes de
pintura groga del pinzell d’algun pintor abstracte i invisible.
És una mena de
manà que cau per alimentar els ulls i revestir prudentment d’esperança el dia
que tot just està començant.
En qualsevol cas,
és evident que la meva feina d’escombriaire se’n va en orris, he de tornar a
començar de nou i recollir, una vegada més, les fulles que el meu arbre ha
deixat caure per a fer-me la punyeta; aleshores em planto i me’l miro seriós,
amb la típica atenció i flema catalana que pretén, sense èxit, simular a la
britànica. Tot mirant-me’l vull creure, m’agrada pensar que, entre una branca i
l’altre, allà on el tronc es divideix en dos, el veig somriure murri com un nen
entremaliat que em comença a tenir confiança.
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Diario de otoño (13)
La lluvia dorada.
Cada día me afano en barrer mi pequeño trozo de acera, cada
mañana cojo la escoba con un entusiasmo razonable y un optimismo sensato igual que una balanza bien equilibrada; no pretendo hacer el trabajo de los servicios
municipales de limpieza urbana ni quitarle tampoco el empleo a nadie,
simplemente barro la calle y paso, mientras lo hago, un rato agradable
saludando a los vecinos que todavía hacen uso de las buenas costumbres sociales.
Pero mi árbol es un burlón que me toma el pelo de manera
descarada; al verme ocupado recogiendo las hojas caídas me obsequia, en pleno cometido, con una nueva lluvia rellena de gotas vegetales, gigantes y
amarillentas, una lluvia dorada que vuelve a convertir el suelo en una alfombra
crujiente.
Es una escena, valga la redundancia, estética, muy plástica
y dinámica, casi poética si además hace sol, porque el amarillo otoñal de las
hojas secas luce todavía con mucha más intensidad gracias a la luz de una
mañana transparente. El aire parece un cristal salpicado por las gotas de
pintura amarilla del pincel de algún pintor abstracto e invisible.
Es una especie de maná que cae para alimentar a los ojos y
revestir prudentemente de esperanza el día que apenas está comenzando.
En cualquier caso, es evidente que mi trabajo de barrendero
se va a pique, tengo que volver a empezar de nuevo y recoger, una vez más, las
hojas que mi árbol ha dejado caer para fastidiarme; entonces me planto y
lo miro serio, con la típica atención y flema catalana que pretende, sin éxito,
simular a la británica. Mirándolo, quiero creer, me gusta pensar que, entre una
rama y otra, allí donde el tronco se divide en dos, lo veo sonreír pícaro como
un niño travieso que empieza a tenerme confianza.
4 comentarios:
Qué texto tan delicioso para esta tarde de otoño y de mesa camilla. Me ha encantado tu manera de decir. He paseado por mi infancia en tus fotos. Los árboles de Barcelona y sus alcorques. Un día cuando pases por la Rambla Cataluña, a la altura del 67, y hoy acunado por los paravientos de una terraza, descubrirás uno especial, que no suelta hojas en otoño.
Molts petons, dels bons.
Me alegro que le haya gustado, querida Isolda, gracias por sus palabras. No dude que buscaré ese árbol que menciona cuando pase por la Rambla de Catalunya a la altura del 67.
Todos regresamos, hemos de hacerlo, de una manera o de otra a la infancia, es una buena experiencia.
Regresar a Barcelona también lo es.
Igualment, petons del bons.
El Otoño es una estación juguetona, señor Peletero, o eso nos parece a algunos.
Bien temprano voy a coger mi coche en una zona rodeada de árboles y antes de subirme a él me gusta pisar y sentir el crujido de las hojas, me hace sonreir y pensar que tampoco es tan dura la vida, al menos en ese momento, jeje. El paisaje de hojas y el sonido al pisarlas me lleva inevitablemente a la infancia y cada día me acomodo el cinturón con una sonrisa.
Como su árbol, igual de travieso mi ánimo.
Qué sería de mí, imagino también de usted, sin esas costumbres? de no empezar el día regalándonos un tiempo propio y sonriente? no arreglan todo, yo diría que nada, pero al menos propician el empujón necesario.
Un beso juguetón
Estos son instantes, querida Marga, en los que el tiempo queda suspendido, duran lo que tardan en llegar al suelo cuando se desprenden de nuestras ramas. Ya ve, el mundo queda tapizado con ellos, son relámpagos lentos, nuestros y ajenos que mansamente se secan para que los pisemos y nos lleven, con su crujir, de regreso a la infancia.
Barrer la acera por las mañanas es uno de los momentos más felices del día para mí, igual que las pocas horas previas, después de cenar, antes de acostarme. No se parecen en nada, son completamente diferentes, pero ambos son míos, yo soy su dueño y señor, luego, el día deja de pertenecerme, por decirlo así, como si una corriente marina fuera más fuerte que mis remos. Por la mañana barro a la sombra de mi árbol sin nombre, alguien que no habla ni emite ruidos, pero que lo cuenta todo, y por las noches el que calla soy yo, yo y el ambiente, todo permanece en silencio excepto los días en que mi vecina de arriba abronca a su marido enfermo de cáncer porque no controla bien la bolsa que lleva y ensucia la cama.
Besos suspendidos.
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