Hemeroteca peletera.
El desierto.
Yo también tengo mi Moby Dick
al que persigo de forma compulsiva para que se me lleve a las profundidades
como si fuera un pendiente o un sonajero, un simple adorno no más importante
que una medalla de segunda clase.
El verano ofende, avanza,
cada vez hace más calor y la humedad de Barcelona podría competir con la del
Trópico. Hace dos meses y medio que no veo el mar y eso es mucho tiempo aunque
ahora, la verdad, estará demasiado concurrido, ya se sabe que en nuestra época
la felicidad tiene forma de playa caribeña o californiana, un desierto de arena
longitudinal, un lugar inhóspito para cualquier pescador de hace tres décadas.
Mi felicidad, sin embargo,
también se encontraba en una playa, estaba en Badalona y en Gavà, al Norte y al
Sur de Barcelona, y en los pinares que bordeaban todo el litoral, un lugar
demasiado sencillo para merecer la atención debida.
“En 1842, Herman Melville
desembarco del ballenero en el que viajaba y se quedó en una de las islas del
archipiélago de las Marquesas. De lo que allí le aconteció a lo largo de cuatro
meses en los que fue rehén de una tribu de caníbales, se ocupó en un libro
titulado Taipí. De lo que le sucedió después, cuando tras ser rescatado
por otro ballenero, se vio obligado a vagar por los mares del Sur a merced de
un capitán moribundo y de un segundo de abordo empeñado en no dar respiro a una
tripulación famélica y enferma, trata este volumen que, aunque continuación del
anterior, puede leerse independientemente. El retrato de sus compañeros de
travesía, las observaciones sobre las costumbres de los nativos y colonos de
las islas Sociedad y la narración de las anécdotas y aventuras diversas en que
se vio involucrado pueblan unas páginas en las que un Melville todavía joven empieza
a barruntar el infinito azar que se oculta tras la palabra destino”. (Herman
Melville en los Mares del Sur, Omú, Herman Melville. M.G.T. El Páis,
4 de diciembre de 1999)
La panadería de toda la vida,
en la que siempre compraba el pan, ha despedido a todos los empleados y ha
cerrado. Me lo ha contado hoy uno de ellos, una chica pakistaní. Iba a
preguntarle cómo son las playas de su país, pero no me he atrevido, he pensado
que era una pregunta estúpida y que no venía a cuento.
4 comentarios:
"ya se sabe que en nuestra época la felicidad tiene forma de playa caribeña o californiana"...
Muy bonita esta parte de tu escrito. Muy agradable. Gracias por compartir.
Bienvenido a mi casa, Salvador. Gracias por tu comentario.
Un saludo.
Un tipo raro el Melville. Y sus cuentos, mucho.
A las ballenas les debemos que iluminaran nuestras vidas antes de la electricidad, su aceite era el utilizado en todos los candiles. Curiosos bichos y con miradas que estremecen.
Cuando pienso en ballenas no puedo hacerlo en desiertos. Aunque sí cuando pienso en pequeños comercios que cierran. Me enamoró el pueblo donde vivo sólo por eso, porque hay muchos y no parece un desierto con aire acondicionado.
Besos de beluga!
En casa, querida Marga, siempre fuimos muy playeros, tenemos la playa al lado y las tortillas de patatas sabían mucho mejor después de una buena mañana jugando en la arena. Una de mis imágenes de la felicidad está en una playa, con mis padres, mi hermano y demás familia, mis primos y primas, mis tíos, y por la noche... al cine, sesión doble.
Ahora todo ya es otra cosa muy diferente. La felicidad es un recuerdo.
Besos salados.
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