Hemeroteca peletera
Las Antillas como
encrucijada.
Albert vive en un barrio en
el que ya casi no quedan madrileños de origen o de adopción, de vez en cuando
solamente se encuentra con algún anciano castizo, o parado de larga duración
que ha quedado varado en esas extrañas playas caribeñas en las que se han
convertido buena parte de nuestras calles.
A mi barrio barcelonés le
ocurre algo muy parecido, quizá con un poco más de cosmopolitismo al añadirse
pakistaníes y filipinos y algún que otro marroquí y bastantes bengalíes.
El tiempo es asesino, mis vecinos
ancianos se me mueren todos, poquito a poco, y mi casa se llena de fantasmas y,
curiosamente, de jovencitas Erasmus angelicales que no miran a la cara, o no saben o nadie
les ha enseñado todavía.
Durante el día, mi calle se
puebla también de otra clase de jóvenes estudiantes, son diferentes a los de
antes, agarran el lápiz como si en vez de manos tuvieran garras o muñones y en
lugar de escribir hicieran una mayonesa. Cerca hay dos escuelas de Formación
Profesional y una más especializada únicamente en la mecánica del automóvil; en
la que se encuentra en la misma acera de mi casa, l’Institut Lluisa Cura,
estudió mi madre en tiempos de la
República.
Uno de los primeros libros de
pintura que Albert se compró fue un ejemplar de la famosa “Pinacoteca de los
genios” dedicado a Gauguin, y sobre él hice yo también mi primer trabajo en la
escuela. Ya sé que los Mares del Sur no son el Caribe, pero en algo se parecen,
en esa especie de sucedáneo real del Paraíso que aspiran a ser o que en ellos queremos
ver los sentimentales. Hace un tiempo tuve una novia que era más polinesia que
caribeña y de pequeñito me enamoré de Tarita Teriipia, la que fue esposa de
Marlon Brando, y a ella, una ensoñación infantil que más tarde se hizo realidad,
le dediqué un post.
También recuerdo una
extraordinaria y antológica entrevista con Víctor Erice hablando de su fallida
película en dos partes, “El Sur”.
Albert se lo encontró no hace
mucho en el metro de Madrid, se le acercó y le pregunto si era Víctor Erice, le
respondió que no, que solamente se le parecía, pero Albert, de todas formas, le
felicitó por su obra, Víctor, o su doble, le correspondió con una sonrisa y se
apeó en la siguiente parada como si huyera de algo.
Al final de la entrevista
Víctor Erice leía:
“Hay en el mundo unas
islas que ejercen sobre los viajeros una irresistible y misteriosa fascinación.
Pocos son los hombres que las abandonan después de haberlas conocido; la
mayoría dejan que sus cabellos se vuelvan blancos en los mismos lugares donde
desembarcaron; hasta el día de su muerte, a la sombra de las palmeras, bajo los
vientos alisios, algunos acarician el sueño de un regreso al país natal que
jamás cumplirán. Esas islas son las Islas del Sur. Cuentan que en ellas estuvo
en tiempos el Paraíso.”
(L. Stevenson, "Islas del Sur”)
_________________________________________
Los extractos que publico a
continuación son de un artículo que escribió Milan Kundera el año 1991 a propósito de las
Antillas, la política y la literatura martiniquesa. El texto es,
verdaderamente, como él lo titula: un bello encuentro múltiple, por lo que
cuenta y por la manera de contarlo.
Me gusta especialmente el párrafo
referido a la amistad, me recuerda a Albert Camus y su aprensión por las
excusas, coartadas y exculpaciones ideológicas que pretenden establecer nuevas
fidelidades que nunca son honestas y siempre artificiales. En este sentido la
promiscuidad sexual, que Kundera apunta de René Despestre, es un dilema moral
permanentemente abierto y es curiosa, al mismo tiempo que verdadera, esa
consideración del vicio como inocencia. Siguiendo su hilo podríamos llegar a
decir que la esencia del mal no se encuentra en su famosa banalidad, sino en la
trampa y en el pozo de la inocencia, quizá la peor de todas las perversiones
excepto para los rusonianos que creen que el buen salvaje es mejor que nosotros.
Mi novia siempre me recuerda
que el verdadero mérito se encuentra en la palabra “no”, en decir no, en usar
de nuevo un verbo reflexivo casi olvidado y que un día nos recordaba Antoni
Puigverd en uno de sus magníficos artículos de la Vanguardia: abstenerse.
Me gusta mucho la expresión
catalana, la que usamos los catalano hablantes: estar-se’n, de muy
difícil traducción castellana al aparecer en ella un pronombre débil y ser una
mezcla entre privarse y abstenerse.
Pero los nuestros son unos
tiempos que no enseñan la abstención, ni aconsejan privarse de nada. Fuera del
acto de votar en las urnas, siempre nos decimos a nosotros mismos que debemos
aprovechar todo aquello que cae en nuestras manos, no perder ninguna oportunidad.
Durante un tiempo, una niña
dominicana, Meiri, me recibía, al llegar a casa, corriendo hacia mí con los
brazos abiertos como si fuera su padre. No era mi hija, lo era de Guillermina,
una dominicana bajita y rechoncha que siempre lucía desvergonzada su mejor
escote. La madre de Guillermina, Glenny, me aconsejaba que no me enamorara, que
enamorarse es lo peor que le puede suceder a una persona, decía con una sonrisa
inteligente, sabia y experta. Los sábados venía Marta, la hermanastra de
Guillermina y la hija mayor de Glenny, y las dos se encerraban en uno de los
baños para peinarse y alisarse su cabello rizado mientras yo las contemplaba
con Meiri en mis brazos.
_________________________________________
Bello como un encuentro
múltiple.
En 1941, cuando parte
hacia la emigración americana, André Breton se detiene en la Martinica; la Administración de
Vichy le encierra durante unos días; luego, liberado, paseando por
Fort-de-France descubre en una mercería una pequeña revista local, “Tropiques”, queda
deslumbrado: en aquel siniestro momento de su vida la revista se le aparece
como la luz de la poesía y el valor.
La obra de Arte como
cruce de caminos
Una obra de arte es una
encrucijada; el número de encuentros que en ella se producen está a mi
entender, en estrecha relación con el valor de la obra. Me apetece decir lo
mismo con respecto a las personas. Pienso en Césaire: es el gran fundador:
fundador de la política martiniquesa que, antes de él, no existía. Pero es al
mismo tiempo el fundador de la literatura martiniquesa; su “Cahier d’un retour
au pays natal” (poema absolutamente original que no sabría comparar con nada,
“el mayor monumento lírico de nuestro tiempo”, según Breton) es tan fundamental
para la Martinica
(sin duda para todas las Antillas) como “Pan Tadeusz” de Mickiewitz para los
polacos o la poesía de Petöfi para los húngaros. Dicho de otro modo, Césaire es
doblemente fundador; dos fundaciones (política y literaria) se dan en su
persona.
Encuentro de un
paraguas en perpetua erección y una máquina de coser uniformes.
Depestre. Leo un volumen
de 1981 con sus relatos escogidos que lleva el título sintomático de “Alleluia
por une femme-jardin”. Erotismo de Despestre: todas las mujeres rebosan tal
sexualidad que incluso los postes indicadores se giran a su paso muy excitados.
Y los hombres son tan concupiscentes que están dispuestos a hacer el amor
durante una conferencia científica, durante una intervención quirúrgica, en un
cohete cósmico, sobre un trapecio. Y todo por puro placer; no hay problemas
psicológicos, morales, existenciales, se está en un universo donde vicio e
inocencia son una sola y única cosa. Semejante embriaguez lírica suele
aburrirme; si alguien me hubiera hablado de los libros de Depestre antes de
haberlos leído no los habría abierto.
Afortunadamente los leí
sin saber lo que iba a leer y me pasó lo mejor que a un lector puede sucederle:
me gustó lo que por convicción (o por naturaleza), no debería gustarme. (...)
Depestre y el mundo
comunista: el encuentro de un paraguas en perpetua erección y una máquina de
coser uniformes y sudarios. Cuenta sus historias amorosas: con una chica que, a
causa de una noche de amor, es desterrada durante nueve años a una leprosería
del Turquestán; con una yugoeslava que estuvo a punto de ser rapada como lo
eran, en aquella época, todas las yugoeslavas convictas de haberse acostado con
un extranjero. Leo esos pocos relatos y, de golpe, todo nuestro siglo me parece
extrañamente irreal, improbable, como si fuera sólo la negra fantasía de un
poeta.
Amistad.
Conocido es el odio del
Partido Comunista hacia Breton –el traidor-; conocido es el odio que oponía en
los años treinta a los surrealistas que permanecían fieles a Breton a los
vinculados con el Partido Comunista. Césaire estuvo en el partido hasta 1956.
Eso no modificó su amistad por Breton. Acabo de saber que el partido que fundó
en 1958 (el Partido Progresista Martiniqués) tiene como emblema la flor de la
caña de Indias. ¿La caña de Indias? ¡Claro, era la flor preferida de Breton!
En su texto sobre Césaire
(“Le gran poète noire”) de 1942 habla de la gran flor enigmática de la caña de
Indias que es un triple corazón palpitando en el extremo de una lanza”; la
describe “bella como la circulación de la sangre desde lo más bajo hasta lo más
alto de las especies”, y quiere llevarla simbólicamente consigo.
(...)
En nuestro siglo hemos
sabido traicionar fácilmente a los amigos en nombre de lo que se denominan
convicciones. E incluso con la altivez de una rectitud moral. Es preciso en efecto
cierta sabiduría para comprender que la opinión que defendemos no es sino
nuestra hipótesis preferida, necesariamente imperfecta, probablemente
transitoria, que sólo los muy cegatos pueden hacer pasar por certidumbre o
verdad. Contrariamente a la vanidosa fidelidad a una convicción, la fidelidad a
un amigo es una virtud, tal vez la única, la última.
(Las Antillas como
encrucijada, Milan Kundera. La Vanguardia de Barcelona, 22 de octubre de 1991)
No hay comentarios:
Publicar un comentario