martes, 10 de abril de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (28)


Teodoro Van Babel

28.
El carro de heno.

Aunque entreveamos el futuro o nos sintamos incómodos en el presente nadie de nosotros escapa del suelo en el que nació porque se viene a este mundo para ser hijo de nuestro tiempo y más parece atarnos el pasado que movernos el porvenir.

Entre ese ir y venir que es nuestra vida cada cuál y cada uno pinta a su manera y a su modo la tierra que pisa, y “el carro de heno” que avaramente persigue o que deja pasar observando diferente, o indiferente, el baile y el festín.

Cualquiera se reconoce en la procesión, hay máscaras para todos.

Cada uno de los cientos de autorretratos a lo Durero lo es, los reyes, los santos, los obispos y los mendigos de Caravaggio también, y cada uno de los bufones y enanos que pintó Velázquez en sus cuadros, en todos nos contemplamos.

Rembrandt, Goya, Rafael, Brueghuel y Leonardo, Giotto, el Greco y miles de locos más son nuestro segundo o tercer ojo.

Cada uno se busca en los demás como si recordara haberlo sido en algún lugar o momento incierto.

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(28)

Veamos primero cómo se describe a sí mismo el propio artista en otras cartas: en la 102 (olim 101), de 28 de noviembre de 1787,

“me he vuelto viejo –lamenta- con muchas arrugas, que no me conocerías, sino por lo romo y por los ojos hundidos;”

Un año después, en un poemita dirigido a un tal Pablo y que se hallaba entre la correspondencia de Zapater, se vuelve a pintar “más chato/de lo que antes hera/por ser más anciano”. “Romo”, según el “Diccionario de las autoridades”, “se aplica al que tiene las narices chatas o pequeñas y aplanadas”; según el diccionario de Terreros, “al que tiene pocas narices, chatas y cortas”; es chato, se nos dice en el primero citado, el que las tiene “hundidas, cortas y anchas, lo mismo que romo”. Fijémonos ahora en la caricatura que sirve en cierto modo de firma en la carta fechada, probablemente en son de broma en Londres, a 2 de agosto de 1800, y que, como es sabido, es de 1794 (nº 138, olim 135)7 es ésta se ha dibujado el pintor a sí mismo de perfil, con una nariz que responde perfectamente a la anterior definición –de chata la califica precisamente Mercadier-, y la especie de leyenda (“así estoy”), seguida de una línea de puntos, lejos de representar unas palabras salidas de la boca del personaje caricaturizado, como en nuestras actuales historietas o cómics (lo llaman, si no ando equivocado, bocadillo o globo, y los cultos, filacteria), apunta, por el contrario, al acentuado pragmatismo de la figura, que prolonga naturalmente la leve concavidad general del perfil. Ahora bien, si... le saltamos la tapa de los sesos (figs. 76A y 76B), la cara dibujada por Goya representa exactamente un cuarto de luna, no en rigor “la famosa media luna de los árabes”, como escribe Rodríguez Torres, sino el cuarto, tal y como se puede ver, por ejemplo en el cuadro del “Aquelarre” pintado por aquellos años y, mejor aún, en los calendarios de las contemporáneas “Guías de Forasteros”, en que se señalan con sendas figuritas las cuatro fases principales del astro nocturno con las tradicionales facciones humanas (fig. 76C). De manera que la problemática despedida epistolar debe, creo yo, leerse como sigue: “...toma mil abrazos de tu cara  de (cuarto) Menguante” (también podría tratarse de una boca con el labio inferior saliente, característico del pintor: véanse el “Capricho I” y otros autorretratos, lo cual está en clara consonancia, adviértase, con las fórmulas “cara de Gómez” o “cara de Oso” con que el artista se dirige por su parte a su amigo zaragozano.

(“Goya: Letra y Figuras”, René Andioc, 2007. Collection de la Casa de Velázquez, Volumen 103)

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[1794, VIII, 2] [MADRID]

Francisco Goya y Lucientes a Martín Zapater

Londres 2 de agosto de 1800

Por justos Juicios de Dios, te molestaran mis bobadas y aunque silbestres las puedes Juntar con las tuyas, y echarlas a morder, beras como ganan, con mucho, las mias, pues tengo la banidad de que se pintan solas en el mundo. Mas te balia benirme a ayudar a pintar a la de Alba, que ayer se me metio en el estudio a que le pintase la cara, y se salio con ello; por cierto que me gusta mas que pintar en lienzo, que tanbien la he de retratar de cuerpo entero y bendra apenas acabe yo un borrón que estoy aciendo de el Duque de Alcudia a caballo, que me embio a decir me abisaria y dispondría mi alojamiento en el sitio, pues me estaría mas tiempo del que yo pensaba. Te aseguro que es un asunto de lo mas dificil que se le puede ofrecer a un Pintor. Bayeu lo debía aber echo pero a huido el cuerpo y se a echo muchas veces instancia; pero amigo, el Rey, no quiere que trabaje tanto y dijo el que e hiria por 2 meses a Zaragoza y dijo el Rey, aunque sean 4. Ay lo tienes, cortéjalo y ayúdale a dibertirse. Tanbien tienes esa carta de empeño para que agas lo que debes acer y siento se aya muerto si es alguno de los dos que yo conoci ay. A Dios y si quieres saber mas pregunta a Clemente.

Así estoy [caricatura de perfil].

(Canellas López, Ángel. Diplomatario, Addenda, Francisco de Goya. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1991. Registro, documento 196 ter.)

2 comentarios:

Marga dijo...

No es mala vara de medir esta que comenta, Peletero, los demás. Hoy en día existen otras que a veces desesperan, la de mirarse el propio ombligo y no indagar en nada anterior a la historia personal. Un desperdicio, bajo mi punto de vista.

Y estoy con usted, no hay mejor espejo que aquellos pintados por ellos, esos locos. Al menos yo no me canso de buscarlos-me.

Era Jorge Reichmann en un poema quien terminaba diciendo “este es mi tiempo”. Y no hay vuelta de hoja, por mucho que a veces despotriquemos de él.

Besos temporales

El peletero dijo...

Es la única vara posible, querida Marga, no hay otra. El ensimismamiento conduce al narcisismo o al nihilismo pues muchos no encuentran nada cuando se miran el ombligo.

Tengo una buena amiga que siempre dice que ella es una mujer del siglo XIX, pero no es verdad fuera de sus sueños. Incluso para oponernos somos hijos de hoy, aunque también del ayer.

En un comentario anterior le hablaba del legado de mis padres, en él están sus recuerdos, que no son los míos, pero que yo conservo como si me pertenecieran, los de su niñez, su juventud, la guerra, el miedo, el horror, el hambre, sus alegrías, su amor, su madurez y su ancianidad, su propia muerte. Es necesario conservarlos y transmitirlos para vivir nuestro propio tiempo como personas emancipadas y libres. Los demás somos nosotros, no le quepa duda.

Besos de ayer.