Lecciones desordenadas y fugaces de anatomía barroca.
3. Lo visto.
Siempre hemos pensado que el verdadero paisaje es el paisaje pintado aunque el rostro de una persona no sea su retrato.
La realidad si no invisible carece de sentido, para dotarla de significado deberemos primero describirla de manera que la descripción la secuestre del magma amorfo en el que vive, la libere y le dé la autonomía necesaria, una identidad que todos puedan reconocer, volver a ver, que emerja del fondo opaco.
La pintura, y cualquier otra imagen artificial, exigen un “pie de foto” que, vaga o precisamente, sucinta o extensamente, la describa de una manera convencional para que cualquiera pueda identificarla como si de un bautizo se tratara.
Se ve lo que ya se ha visto, y lo que se ha llegado a ver es mucho pues vemos con los ojos de todos los que han mirado antes y al mismo tiempo que nosotros, juntos construimos una memoria colectiva que nos permite ver lo que miramos.
Pero, como ya hemos dicho, el rostro no es el retrato y en el misterio del primero queremos hallar el secreto del segundo: la imagen libre, su naturalidad, esa extraña desnudez que se revela sin palabras ni recuerdos.
“Esa consideración de lo natural como lo visto antes que como “lo especulado” se desarrolla definitivamente en Frans Hals, Vermeer, Rembrandt, Poussin y Velázquez. Abandonando por completo preceptos como el de Jusepe Martínez para el que “los contornos en lo que imitaren” han de ser “la principal ocupación del pintor”, fundan su pintura en la supremacía de los valores visuales sobre cualquiera otros. El ojo se constituye así como el órgano esencial del sistema Barroco de conocimiento y, de esa manera, Gracián podrá calificarlo de “miembro divino” que “obra con una cierta universalidad que parece omnipotencia” (...) La idea gracianesca del mundo-ojo explica a la perfección lo que puede denominarse experiencia de la pintura de Velázquez, que no es otra cosa que un estudio acerca de las posibilidades y propiedades de representación del fenómeno de la visión”. (“El Barroco”, Checa-Morán)
Quizás por ello, siglos más tarde, Wallace Stevens (1879-1955) escribió en sus “Trece maneras de mirar a un mirlo” que:
“Entre veinte montañas nevadas,
lo único en moverse
era el ojo del mirlo.”
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Aviendo de tratar de la Pintura, es cosa conveniente para mayor claridad de lo que cerca della se dixere començar de su definición, i esplicarla en este primer capitulo: para que sirva de fundamento à la grandeza de sus excelencias, i disponga el animo de sus aficionados, a la atenta cosideracion de lo que en este discurso se tratare. I porque el Maestro Francisco de Medina (en cuya muerte perdieron las buenas letras gran parte de su valor) no hallando satisfecho de ninguna de las definiciones que de la Pintura avia visto a instancia mia, escrivio una, con su explicación, me parecio justa cosa ponerla aquí: por onrar este discurso con la autoridad de varon tan docto, i por el gusto q suele causar la diferencia, dize desta manera.
Pintura es Arte que con variedad de lineas, i colores representa perfetamente a la vista, lo que ella puede percibir de los cuerpos.
La vista percibe de los cuerpos el tamaño, la proporcion, la distancia, los perfiles, los colores, sombras, i luzes: el relievo, las figuras, i posturas; i los varios gestos, ademanes, i semblantes que aparecen; según son varios los movimientos, acciones, i pasiones del cuerpo, i del alma.
Los cuerpos, cuyas imagines representa la Pintura son de tres generos, naturales, artificiales, o formados con el pensamiento, i consideración de l’alma.
“Arte de la pintura, su antigüedad y grandezas” (1649), Francisco Pacheco (1564-1644).
2 comentarios:
Hombre ¡¡¡ ahora he encontrado el enlaze de otras veces ¡¡ es que antes no lo encontré y me di por vencido...esto a veces no se porqué pero te lia ..salut
Gracias por tu visita, Miquel.
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