Y 3.
Tiempo después ese niño me salvó a mí ayudándome a huir a Cilicia junto a la parentela de César cuando Sila desató en los partidarios de Mario su sed de venganza. Él es ahora un general veterano de las legiones galas de Julio, y a él he pedido ayuda de nuevo.
Me la ha prestado enviándome a veinte hombres de su legión que han matado a todos los esclavos de Emiliano, lo han apresado y lo han retenido encadenado en los sótanos de mi villa hasta el día del juicio. Solamente así he podido presentar una demanda oficial contra él y que el magistrado la haya aceptado al tener enfrente al acusado.
La sentencia ha sido la que corresponde en estos casos, me ha permitido subastar públicamente la hacienda y todos los bienes de Marco Cornelio Emiliano, cobrarme mi parte, incluido el precio de mis dos esclavos muertos y el cuantioso regalo que he hecho a los soldados de Lucio que me han servido, y devolverle el resto sobrante que no ha llegado ni siquiera a poco.
El juicio ha sido público y muy concurrido, la gente se ha divertido mucho a nuestra costa y se ha burlado de forma muy cruel de nosotros dos aunque siempre se lleva la peor parte el que va a ser condenado. Todos han hecho mención sarcástica de nuestras esclavas insatisfechas y escarnio de nuestros miembros que ya no son el mango de ninguna espada.
Ambos somos unos ancianos, pero yo todavía me mantengo delgado, algo ligero y vaporoso y en mi túnica sencilla no había ninguna mancha de grasa, estaba limpia a los ojos de cualquiera, me presenté afeitado y con los cabellos cortados.
Él, en cambio, aunque hice que mis esclavos lo lavaran, llevaba sus propias ropas no muy elegantes, sucias y raídas, su cuerpo mostraba una obesidad mórbida de años y su semblante no escondía el miedo que la gente ahuyenta de mala manera riéndose del prójimo, del débil y de sus visibles flaquezas.
Al juicio no ha sobrevivido su esposa que ha terminado su larga enfermedad de tantos años, ni tampoco su liberta griega Calipso, el origen de todo el altercado y que murió en la refriega a manos de los mercenarios que liberaron mi casa.
De todo ello hace sólo cuatro meses.
Areté me sigue lavando, untando en aceite, y continúa perdiendo en ello su porte de aristócrata para convertirse en una simple mujer fascinada en una cama, sin nombre ni pasado. Tengo miedo, sé que Emiliano se vengará y que lo hará en ella.
Para evitarlo quizá lo más conveniente sea terminar bien el trabajo, no dejarlo a medias, matar a Emiliano y robarle lo poco que conserva, así aseguraría mejor mi hacienda y a mi esclava. A mi rival no le quedan clientes ni familia que quiera lavar su ropa ni defenderlo de sus enemigos, pero todavía es capaz de vengarse en una simple mujer, y a mi, la verdad, me gustaría que mi griega continuara bañándome y untando con aceite mi piel y mi intestino, y que en ello ambos lográramos seguir perdiendo el miedo y ahuyentar el futuro.
Pero... también he pensado liberarla y darle una parte de mi hacienda para que se marche lejos, para que huya. Mis primos protestarán la donación y denunciarán ante los tribunales los derechos que creen les corresponde por herencia, pero eso ya no me preocupa, se acercan tiempos difíciles de nuevo, Pompeyo y Cesar no caben juntos en Roma y uno de los dos terminará en una pira funeraria a manos del otro que portará la tea incendiándolo todo de nuevo.
De niño tuve un hermano que falleció de fiebres al beber agua sucia, era un poco mayor y siempre me protegía y me defendía en las peleas y me aconsejaba en mis inseguridades y dudas. No sabía él mucho más que yo, pero su sola presencia y permanente ayuda, su constante fraternidad superaban de largo la mejor y más perfecta sabiduría y la fuerza de todos los ejércitos de Roma.
Siempre he creído que el daño del mundo es consecuencia de alguna clase de traición y de promesa no cumplida, en los tratos y en las fidelidades y lealtades rotas nace el rencor y la venganza. No ha pasado un solo día, desde su muerte, que mi hermano no haya estado a mi lado, fiel y leal, igual que lo estaba en vida.
Ahora, que mi piel se apergamina, el mundo parece traicionarme a mí en aquel pacto de inmortalidad que creí sellar al nacer, ya sólo me queda una esclava que parece una reina y esa presencia fraterna y tranquila que sé que me espera.
El río es ancho, pero el cauce no es hondo, todo él es un vado, atravesarlo será como si caminara por encima de sus aguas, chapoteando igual que niños en los charcos.
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