miércoles, 8 de junio de 2011

El peletero/Les plus beaux seins du monde


Textos vírgenes o el arte de no decir nada.

Les plus beaux seins du monde. (17)

Elle était belle, fraîche, avec une peau laiteuse et de petites dents éclatanttes qu’elle aimait faire valoir en mâchonant des tiges de roses, des lèvres sensuelles, de grands yeux bouton d’or, ombrés par les cils touffus, des cheveux très noirs plaqués à la garçonne, telle etait Kiki de Montparnasse, modèle favori de Kisling, de Foujita, de Friesz et de Maillol. C’etait une de ces enfants du miracle comme il en pousse parfois entre les pavés parisiens.

En fait, Kiki était Bourguignonne et s’apelait Alice Prin. Son enfance relève d’un roman de Xavier de Montépin : « Nous etions six petits enfants de l’amour, a-t-elle raconté, nous pères ayant oublié de nous reconnaìtre. » Elle était née dans l’alcool, car sa mère, pour adoucir les douleurs de l’enfantement, s’était soûlée, et lorsqu’elle vit le jour, elle était ivre comme un grive. Peu aprés, sa mère abandonna ses enfants à leur grand-mère pour suivre à Paris un nouvel amour : M. Gaston, ouvrier imprimeur. Kiki fit ses premières armes dans la vie en acompagnant son parrain, chiffonnier qui faisait des tournées de poubelles. Plus tard, sa folle mère se souvenant d’elle la fit venir à Paris et la plaça comme brocheuse dans l’imprimerie oú travaillait son amant. Un ouvrage de pornographie fut le premier livre qu’elle eut entre les mains : elle avait treize ans.

Malgré tout, elle rêvait de vivre un grand amour, et elle crut le rencontrer en la personne d’un clown admiré dans un cirque. Celui-ci, brave type, s’intéressa à la petite. Il l’emmena chez lui, la fit manger, lui chanta ses chansons et la laissa intacte..., ce qui désespéra la dejà volcanique Kiki qui lui écrivit des lettres passionnées auxquelles il ne répondit pas.

Cette adolescence se passa en des métiers diversement sordides. Tour a tour, Kiki fut ouvrière dans une fabrique de godillots por l’armée -trois francs par jour- soudeuse et tourneuse de métaux, puis bonne à tout faire chez un boulanger..., lorsque le patron voulut la renverser dans le pétrin.

A quatorze ans, enfin, elle découvrit sa vocation. Elle a raconté dans ses Souvenirs comment il lui arriva de poser pour la première fois : «J’ai rencontré un vieux sculpteur, qui, voyant que j’étais dans l’ennui, me fait poser chez lui. Ça me fait quelque chose de me mettre nue, mais puisqu’il le faut!

«Mais comme l’atelier n’est pas trop loin de chez ma mère, des gens lui ont dit que sa fille se mettai nue chez des hommes. Ma mère est rentrée de force chez le sculpteur, avec un air tragique. Je posais. Elle a crié que je n’étais plus sa fille, que j’étais une ignoble putain. Ça ne m’a rien fait! Ça m’a même sulagée parce que j’ai compris que tout était fini.»

Ainsi devint-elle modèle. Ses débuts furent difficiles, il lui fallut du temps, malgré sa gentillesse et son amusant nez pointu, avant d’être acceptée par la bohème de Montparnasse. Elle se heurta au départ à un adversaire puissant: Libion quila prenant pour une petite prostituée, lui interdisait l’accés de l’arrière-salle de la Rotonde. Il lui fallut acheter un chapeau breton, symbole de respectabilité, por pouvoir pénetrer dans l’antre sacré. Dans une interview à Catherine Pérard, elle a brossé un savoreux tableau de la Rotonde lorsqu’elle y arriva:

«Ce qu’ils grouillaient, là-dedans, une masse colorée que je ne me lassais pas de regarder. J’ouvrais mes yeux tout grands sur ce mélange de femmes vénales, de modèles, de bourgeois en mal de curiosité, d’hommes politiques, d’artistes pleins de foi et d’ardeur, de peintres resquilleurs, etc

«Papa Libion, comme on l’appelait, ne savait pas me regarder sans rigoler. J’avais maintenant droit aux salles grâce à ce mémorable galurin. Ah! On me reconnaissait de loin!

«Et moi, j’avais trouvé mon vrai milieu! Les peintres m’avaint adoptée. Finies les tristesses. Il m’arrivait encore souvent de ne pas manger à ma faim, mais la rigolade faisait oublier tot ça. J’avais retrouvé ma saine gaieté de Bourquignone.

(...)

"Montparnasse vivant", J.P. Crespelle. Librairie Hechette, 1962

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La historia del modelo es la historia no escrita de las artes, todo lo que sabemos de él, sea un camino, sea un conejo muerto o el retrato de un amigo es a través de otra cosa que no es él, aunque nunca lo hayamos visto sabemos de su identidad como si se tratara de un viejo conocido.

En las artes en general, y en la escultura y en la pintura en particular, las mujeres han desempeñado un papel primordial al ofrecer su cuerpo para ser pintado o cantado por innumerables hombres, pues da la casualidad que la mayoría de artistas han sido siempre varones. Dejando aparte la homosexualidad de muchos, las Venus, las Vírgenes y las Evas han poblado el imaginario del mundo siendo en pocos casos verdaderas mujeres las que acababan por estar pintadas y sí modelos idealizados e irreales, imaginados y fantasiosos de seres inventados, inexistentes.

Mi bisabuela Encarnita lo fue, mujer y modelo muy apreciada por su bello busto que heredó mi madre con orgullo. Bienvenida tenía razón de estar contenta por la gracia obtenida pues yo no he visto pechos más bonitos en toda mi vida que los suyos, y he visto unos cuantos, no voy a negarlo. ¿Cómo puedo, entonces, enamorarme de una mujer que no sea ella?

En mi complejo de Edipo encuentro, sin embargo, otro trastorno superior y más fino, el de confundir la realidad con el deseo, el de gustarme cualquier mujer que he imaginado y no las reales que quieren acostarse conmigo, ninguna es bastante buena, ninguna es capaz de competir con mi madre y sus senos, ni con mis hembras inventadas y sus besos, la carne de las primeras es demasiado material, igual que su falta de sensibilidad y de distancia, o su exceso de ignorancia y escaso ingenio.

¿Estoy enfermo?

Jean Léon Gérôme, el que fue pintor francés a finales del XIX, tiene una buena alegoría, una pintura en la que el escultor besa a su obra que así cobra vida con su beso. El amor vulgar es un acto de vanidad, nos enamoramos de nosotros mismos a través de los demás porque solamente amamos aquello que vemos y no vemos nada más que lo que queremos ver.

Ya hemos dicho en más de una ocasión que no se copian los modelos y sí las pinturas entre sí: La copia, la imitación, la reproducción, el duplicado, el calco, la falsificación o el simulacro no existen entre la imagen y el supuesto modelo, la primera no es ni el doble ni la sombra del segundo porque las imágenes solamente se calcan entre ellas mismas. Se copian otras pinturas, las unas a las otras, nunca el modelo que se pinta, sea una persona o un árbol, una idea o un instante, la expresión de un sentimiento o el relato de unos hechos acontecidos.

Esa es la razón por la cual Pierre Francastel afirmaba que “la realidad del arte son las obras, jamás los modelos ni las fuentes de inspiración”. Y Santo Tomás de Aquino cuando decía que “un artista concibe la forma que quiere representar de acuerdo con la obra de otra persona que ha sido contemplada con anterioridad”

Quizás por ello buscamos a las personas en las muñecas, de madera o de plástico, hinchables o no. (“La aguja del pajar”, cap. 61, el peletero)

Kiki de Montparnasse -la bella muchacha que encabeza este texto- une en su fotografía tres antiguas y honorables tradiciones, la de las Venus recostadas que termina y culmina Manet pintando en su Olimpia a una verdadera mujer, la de las imágenes eróticas, obscenas algunas, sencillas y simples otras, pornográficas muchas, que dibujan o fotografían los cuerpos como si fueran un pollo frito o un bebé recién nacido, y la práctica habitual de los amantes y enamorados de enviarse fotografías íntimas para mantener el calor y la llama viva de su pasión.

Hablando de santos recordaremos a San Agustín señalar a Adán como el verdadero culpable porque él era el que había hablado con Dios y no Eva que sólo lo había hecho con la serpiente. Pero aquellos eran tiempos en los que la República Universal, la Ecumene, se derrumbaba como el agua que arrastra el limo, haciendo decir a los santos algunas cuantas tonterías como si fueran viejos asustados por morir.

Por ello tal vez, me gustaría pintar o fotografiar de nuevo a mujeres como Kiki, tener a mis modelos preferidas, un pequeño harén, un elenco surtido de guapas y atractivas muchachas que estimularan mi memoria, mi imaginación y que me hablaran en francés, todas con la manzana en la mano, ofreciéndomela con el semblante inocente de no haber roto nunca ningún plato ni cometido antes pecado alguno, o todo lo contrario, habiéndola ya mordido, con esa sonrisa sabia y desilusionada que indica que la vida será muy pronto aún más rara que todo eso.

En esa extrañeza que sobreviene cuando el mundo desaparece quiero encontrar de nuevo a mi Eva, a mi Venus y a mi Virgen, en las parras, en los racimos y en las flores que se marchitan al lado de su fotografía serán todas ellas bienvenidas.

«J’ai rencontré un vieux sculpteur, qui, voyant que j’étais dans l’ennui, me fait poser chez lui. Ça me fait quelque chose de me mettre nue, mais puisqu’il le faut!»

Demóstenes, pintor.

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