Textos vírgenes o el arte de no decir nada.
La quiebra. (16)
“En 1671, el café londinense de Thomas Galway vio la primera subasta de las peleterías de la compañía conocida entonces con el nombre de Compañía de la Bahía de Hudson (Hudson’s Bay Fur Company). Llegaremos al próximo milenio y seguirá siendo la primera compañía del mundo”.
“Historia, técnica y moral, del vestido, 1. Las pieles” Maguelonne Toussaint-Samat.
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Apreciados amigos y lectores, la lección de hoy versará sobre historia británica y algunas de sus derivaciones biográficas que intrascendentes para el cosmos sí lo son para un servidor que les escribe.
La sección inglesa de la Hudson’s Bay Fur Company quebró a principios de los años 90 del siglo XX. En sus anales se conserva buena parte de la historia de la colonización de Norteamérica, y de la técnica y la moral humanas, no sólo del vestido sino también del desnudo, pues vestirse con pieles es siempre un doble desnudo, como la depilación total que se practica en algunos países y culturas, cejas incluidas, párpados, orejas, narices, labios, dedos, e incluso brazos, cabezas y pies. Una manera, como otra, de quitar todo lo que sobra.
La quiebra de la H.B.C. fue también quitar aquello que sobraba, una especie de afeitado que se llevó, en su afán higiénico, un fragmento del cerebro o del órgano calloso que en su interior habita y que conecta los dos hemisferios, eso que se define como parte del acerbo común.
“La “Hudson’s Bay Company” se fundó en 1670 bajo el reinado de Carlos II que le otorgó la posesión de dicha bahía y de todos los territorios que se hallasen al Este de ella. Su historia llega hasta nuestros días, convertida y reciclada en una importante empresa de distribución, incolora, inodora e insípida y con numerosas tiendas por todo el Canadá, país al que sólo le falta haber inventado el reloj de cuco para ser perfecto.
La historia del Canadá es también la historia de una empresa comercial, donde un Estado, en este caso la Corona británica, cede su soberanía a una empresa privada, que domina un territorio, llegando incluso a tener ejército propio.” (“El peletero cazador”)
En Little Trinity Lane se encontraban las oficinas de Iván & Milton K. Ltd., un edificio anodino y práctico de mediados de los setenta cercano al Támesis que se llamaba “The fur Trade House”.
Descendíamos en Bank station a buena mañana y a primera hora, y desde allí llegábamos paseando. Hubiésemos podido apearnos en Mansion House, pero preferíamos tomar la Central Line y no hacer transbordos.
La Beaver House”, sede de H.B.C., se hallaba en Garlick Hill, exactamente en Great Trinity Lane, cerca de las oficinas de Ivan y Milton. Era un edificio vetusto y la sala de subastas un anfiteatro que más recordaba a un Parlamento político que a una sala de tratantes de pieles. El gesto de asentimiento de I. & M., en la sesiones de subastas, era casi el pulgar de un emperador romano, no en balde decían que una vez le prestaron a la Compañía 500.000 libras de las de entonces.
Comíamos allí mismo bien servidos por unas camareras rubias y bonitas de narices y dientes muy sajones, equinas, decía Pere. Roastbeef y patatas al horno, guisantes y purés variados que terminaban con pastelitos y galletas.
El salón era una fiesta y a veces se subastaba un solo castor para beneficencia. Gentes de todo el mundo convivían y comían juntas. A mi me gustaba charlar con Cristos T., un griego alemán, mientras Pere lo hacía con Iván, el mejor seductor que he conocido, mi pequeño y pícaro judío de cabellos blancos. El salón era una fiesta y como todas las fiestas lo embargaba una tristeza tan extraña como cierta.
Por la tarde, al terminar, nos íbamos a pasear por la calle Strand, caminando sin prisas llegábamos a Regent Street y de allí torcíamos a la izquierda para encontrar Oxford St. que nos llevaba al hotel donde también se alojaba algún colega. Otros días seguíamos por Charing Cross Road y yo aprovechaba para entrar en Foyles.
Algún día les hablaré de las secretarias de Iván y Milton, una de ellas era sudafricana y le gustaban las películas eróticas de vampiros, ¿qué cómo lo sé? , ya les he dicho que algún día les hablaré de las secretarias de I. & M. K. Ltd., todavía no.
Las historias son siempre historias comerciales, sean artísticas o amorosas, políticas o circulares. El vicio y la virtud se encuentran, quieras que no, en este tiovivo que nunca termina de cerrarse o en esa cuenta que no acaba de saldarse.
Sin embargo, tengan en cuenta, queridos lectores, que en la mayoría de ocasiones las escaleras son espirales que no suben ni bajan, que lleguen o no a la azotea, o desciendan hasta el sótano, es muchas veces un detalle anecdótico, sin importancia, una rareza de la arquitectura que, como la vida, será todavía más increíble que todo eso.
Recuérdenlo siempre, no se les ocurra olvidarlo si quieren llegar a saber si suben o bajan.
Demóstenes, peletero.
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