Amor y hierro. (13)
Por todo ello, y precisamente ahora que soy un anciano y mi cuerpo está zurcido y remendado por multitud de costuras, en este instante grave en que mis órganos han sido casi totalmente reemplazados por un buen catálogo de prótesis ingeniosas, comprendo que el mejor rostro es el de una trituradora y la más dulce sonrisa el de un microondas, todos ellos superan al madero del Cristo de los Maderos y al pilar de la Virgen del Pilar.
Ya no quiero ser Superman ni Jesús Crucificado, no deseo casarme con Superwoman, pero no puedo vivir sin el amor de María Magdalena.
Mi memoria languidece y ya no recuerdo ni con quién me acosté en mi juventud dorada ni quién era la que estaba al otro lado de mi cama. Se me olvidan los compañeros de juegos, se borran los nombres de mis amigos y mis rivales, no sé quién había tras la red que nos separaba en aquellos lejanos partidos de tenis, no debí de tener ninguna conversación interesante con ninguno de ellos, quizás me aburrieron o los aburrí yo, o no fueron en ningún caso la consecuencia lógica y necesaria de algo importante. ¿Me amó alguna mujer?
Creo que no.
¿Qué puede haber en esta vida que merezca ser recordado?, ¿un televisor averiado o una aspiradora loca?
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