Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
99. La espiga.
Los hombres contemporáneos, de ciudad, vemos en “El censo…” un diorama infantil, un pre-pesebre trastocado, nadie está en su lugar, ¿dónde se encuentran los ángeles que lo anuncian?, ¿dónde los campesinos y los reyes que lo adoran? ¿Dónde está la estrella viajera? Nada ha ocurrido todavía y todo ya es pasado.
Los hombres de la ciudad de principios del siglo XXI vemos también en “Las espigadoras” solamente el esplendor de la cosecha y el final del verano, el fruto cosechado, el premio recompensado, el trabajo noble que de tan noble nadie quiere realizar. Pero espigar no es nada de eso, es solamente una limosna. Mi “Plana”, y mi canal “d’Urgell”, son más luminosos que la Provenza y como ella ahora, a finales del siglo XXI, está llena de muchachos africanos que nos recogen las cebollas, los tomates y las zanahorias para que nosotros podamos cocinar ensaladas a la moda.
Los hombres y las mujeres de hoy solamente encontramos en “Las espigadoras” lo que recordamos haber visto antes, por eso nos equivocamos cuando las miramos, no vemos lo que Millet miraba. Y sabía.
Se puede espigar por turismo o como actividad juvenil los fines de semana a cambio de unas monedas, y también para no morir de hambre en la Europa del siglo XIX o en plena guerra civil española y así poder darle a tu hija las cuatro rancias patatas que has podido espigar de un campo cosechado ya, y gracias a la bondad o a la desgana de su propietario.
¿Y la Virgen María y el Niño Jesús? ¿Y Peter Pan?
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99H
-“En la casa del sol poniente, Verónica, los animales llegan de dos en dos, hay una al lado del mar, lejos, y otra muy cerca, unas puertas más allá. Cada mañana paso por delante cuando voy a trabajar, sé que si entrara te hallaría en ella, bañada por el azul, acariciada por el rojo, inundada por el naranja y el amarillo, vestida de lino blanco, seda y tul.” (El hilo. Cartas a una amiga.)
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99M
-“En la ciudad de los muertos, Víctor, no hay casas ni arcobalenos, ni las pieles son un iris ni las manos un terciopelo.
El negro es el dueño y es el señor porque el rojo vira al azul en un va y viene cojo, de pata de palo, sordo; en su ir y venir se oscurece, pierde toda la luz que le ha robado un loro parlanchín y multicolor.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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