Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
88. Vincent (I)
Para pintar hay que saber primero usar los colores con acierto y decisión, con valentía, y sin perder nunca de vista, valga la expresión, el sentido común. Vincent Van Gogh es la otra cara de Velázquez y un apasionado experto en colores. Sus descripciones son casi tan excelentes como sus telas, verdaderos tratados de poesía y pintura escritas a un hermano.
En sus “Cartas a Theo”, Vincent Van Gogh nos cuenta que: “En mi cuadro Café nocturno, he tratado de expresar que el café es un sitio donde uno puede arruinarse, volverse loco, cometer crímenes. En fin, he tratado por los contrastes del rosa tierno y del rojo sangre y el borra de vino, del suave verde Luis XV y Veronés, contrastando con los verdes amarillos y los verdes azules duros, todo esto en una atmósfera de hornaza infernal, de azufre pálido, de expresar algo así como la potencia de las tinieblas de un matadero”
No hay nada más hermoso en la Creación que los nombres de los colores, y Van Gogh lo sabía.
Vincent estuvo, por carácter y formación, predispuesto al retrato de la realidad llana y clara, por ello, y al ser también desde otra esquina tan sincero como Velázquez, sus pinturas nos sorprenden al parecernos alucinadas como una antorcha en plena noche de verano, una descripción cromática de un mundo prendido en la luz de Dios y, en ocasiones, del diablo, Lucífero, “el portador de la luz”.
Él fue heredero de una de las más importantes tradiciones pictóricas, la del amarillo de las tierras bajas de las “Provincias del Norte” que representan, con la Venecia acristalada, la mejor luz que se pueda pintar; es esa radiación rasante, horizontal, que el holandés recoloca entre las nubes cuando viaja al Mediterráneo francés, y a esa Provenza que casi es una Arcadia terrenal.
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88M
En el café de Pierre Loti te lustraron los zapatos en un rojo arcilla y yo me quedé azul, sentada, desnuda y espantada. No abrí la boca ni para decirte hola en aquella vetusta habitación de hotel que todavía me retiene pegada a la silla en la que me senté. (La madeja. Cartas a un amigo.)
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88H
-“Del techo del Pere Palace se desprendió la lámpara de mil lágrimas que nos iluminaba, me cayó encima como si la misma cama se me tragara.” (El hilo. Cartas a una amiga.)
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