Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
73. Todos somos culpables.
La utopía era posible, decían, y al decirlo se sentían satisfechos, valientes, inteligentes, pagados de sí, perspicaces y bondadosos aunque por ello hubieran de fusilar a millones.
El bien necesitaba de toda esa sangre derramada, y las vanguardias artísticas fueron también sus instrumentos y sus cómplices al igual que las pistolas.
Desde su propia autonomía y poder, que les permitía rechazar la realidad y la experiencia y crear la suya propia, sui géneris y virtual, señalaron el camino que había que seguir dictado a contraluz por burócratas oscuros, macilentos, necios y asesinos y por intelectuales más listos que inteligentes. ¿Tanto arte para que oficinistas mentecatos, policías mediocres, padres de familia amantísimos, profesionales grises y oscuros, torturaran a miles en campos alambrados y sórdidos calabozos.
Sus obras ya relucen al sol, son patrimonio de la humanidad, brillan en la retina y en nuestro cerebelo, parecen fuegos entre incendios que terminan por proclamar extrañamente la gloria del gris de la ceniza, un color demasiado bello para tanta miseria.
Es en ese momento, en el que el fuego se apaga y la lumbre permanece, es en ese instante de expectación, de calma y de humo claro como la niebla, cuando más convencidos estamos que, como afirmaban Albert Camus y Dios, todos somos culpables.
La Historia, como ya hemos afirmado en otra ocasión, lo es porque lo es del crimen, así empezó, y así terminará.
73M
-“ Pero en todos los casos sí es bueno hacer algo ligeramente imprevisto, como depositar, de manera premeditada, unas pocas monedas en algún lugar visible, al alcance de su mano, o bien una pequeña jaula con un jilguero, o un papel en blanco y un lápiz encima de la mesa, como si fuéramos a tomar nota, o quizás mantener entre los dedos una flor marchita o de plástico. ¿Para qué?, para nada, la vida es absurda y hay que hacer algo que lo demuestre y crear con ello una inseguridad creativa, obliga a pensar con los ojos.
Esa es la expresión que resume toda la puesta en escena: discreción decidida, contención resuelta y sorpresa imaginada. Todo ello sirve igualmente para las demás variantes, hombre-hombre, mujer-mujer, y todas la otras, las combinaciones son interminables y no se acaban con esas cuatro, la fauna amorosa es extensa e inabarcable para cualquier imaginación. El objetivo es siempre la suspensión previa a la caída que ocasiona la promesa incierta, el halago futuro, la caja entreabierta o la hoja del cuchillo todavía en su vaina”. (La madeja. Cartas a un amigo.)
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73H
-“Tienes toda la razón, Verónica, todos propendemos al suicidio cuando encontramos a nuestro verdugo, esa belleza entrevista de la que hablas, la verdad sospechada y la bondad propuesta desarman, nos dejan “still”, “todavía”, en tierra de nadie, pasmados, maravillados y suspendidos, sin tocar el suelo, ni muertos ni vivos tampoco. Eso es la pintura, toda ella lo es de cadáveres que no huelen. La buena pintura consiste, precisamente, en plasmar la inmovilidad. Aunque se diga que se quiere, a través de una buena técnica, representar el movimiento no te lo creas. Los grandes pintores saben que tal pretensión es una quimera, así que no intentan seguirla y sí, en cambio, afrontar la realidad de la vida que nos muestra el otro lado de la pintura y que no es el que da a la pared de la que está colgada.
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