Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
62. El beso y el fantasma.
¿Qué hacemos entonces con el modelo si no lo copiamos, si no fabricamos de él una reproducción fidedigna, una copia, una imagen que reconocemos no siendo ella él?
Si una magdalena nos permite reconstruir toda una vida, ¿qué poder encierra un beso?, ¿ninguno, o el mundo entero? ¿Es él también un eslabón perdido?
La experiencia de la nada, que traemos al nacer como si fuera un pan debajo del brazo, la redime el recuerdo, la memoria, y todos los fantasmas y figuras que la pueblan y que nos acompañan, y que, tal vez, nos libran del sin sentido y del horror. Gracias a las magdalenas y a los besos podemos seguir manteniendo una vida digna, ellos son los guijarros que vamos echando en el suelo, tras nosotros, para asegurar después nuestro retorno, porque la muerte no es otra cosa que un regreso al primer beso.
“Ahora puede arder ya el fuego de estopa; qué importa lo que podamos parecer y lo que usurpemos? Lo que somos, lo que tenemos que ser, basta para llenar nuestras vidas y emplear nuestro esfuerzo. París es una admirable caverna, y sus hombres, cuando ven sus propias sombras agitarse en la pared del fondo, las toman por la única realidad. De ahí la extraña y fugitiva fama que esta ciudad otorga. Pero lejos de París hemos aprendido que hay una luz a nuestra espalda, que necesitamos volvernos, rompiendo nuestras ataduras, para mirarla de frente, y que nuestra tarea antes de morir es buscar a través de todas las palabras el modo de nombrarla. Todo artista, sin duda, busca su verdad. Si es grande, cada obra lo acerca a ella, o al menos, gravita cada vez más cerca de ese centro, sol huido, en el que un día todo ha de acabar por arder. Si es mediocre, cada obra lo aleja de ella y el centro está entonces en todas partes, la luz se desvanece. Pero los únicos que pueden ayudar al artista en su búsqueda obstinada son quienes lo aman y también quienes amando o creando, encuentran en su pasión la medida de toda pasión y por eso saben juzgar.
Sí, tanto ruido... ¡cuando la paz sería amar y crear silencio! Pero hay que saber tener paciencia. Todavía durante un momento, el sol sella las bocas”. (“El enigma” Albert Camus, 1950)
Albert Camus tenía razón, el sol reina y nos manda callar, y desde lo alto obliga también a las sombras a esconderse debajo de nuestros pies mientras las cosas del mundo empiezan a prender; las palabras dichas, las palabras perdidas, las alegrías y las tristezas, las decepciones y todo aquello que olvidamos entre nuestros deseos y los fríos anocheceres, se consume en el velo de su luz indiferente, radiante y fugaz.
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62H
-”La vida me mata, Verónica. A unos los mata la muerte a mi me mata vivir.
No lo comprendiste entonces, cuando era un niño y sonreía siempre, y casi no lo comprendes ahora, traté de explicártelo de mil maneras diferentes, sólo una lagartija lista podía haberlo entendido, y a ti te faltaba todo el largo de su cola para serlo. Ahora ya recuerdo quién fue Zanardi.” (El hilo. Cartas a una amiga.)
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62M
-“Las perlas requieren años de fecundación, son cosas concretas, delimitadas, son una labor de años, necesitan que las ostras enfermen y el nácar se pudra. Son un embarazo.
Querido Víctor, amor mío, siempre hay alguien que no se encuentra en su lugar. Siempre hay un error fatal en alguna parte.
Lo que todavía no sé es si el error es la vida o lo es la muerte o, si por el contrario, el error soy yo o lo son los demás.
Entre los errores y los aciertos, entre los sueños y los deslumbrados despertares, siempre hay alguien que no está donde debería.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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