9. La máquina.
Siendo pintor pinté una pasarela en un río, parecía un autómata en la mitad de un camino.
En un viejo manual escolar de anatomía se dice que: “El “pene”, o “miembro viril”, es el órgano de copulación. Su forma es cilíndrica, algo aplanada de delante atrás. Termina en su extremo con una dilatación denominada “glande” o “bálano” cuya superficies es lisa y rosada. El glande está perforado en su vértice por el “meato uretral”. (…) La función del penes es, en el acto del coito llevar la “esperma” a las partes genitales de la mujer recorridas por el óvulo y favorecer así la fecundación”. (“Atlas de Anatomía Humana”, V. Muedra, S.L.)
Era otro ángel como yo, un ser empecinado y sordo, mudo y olvidadizo, sin pies ni manos, sin pecho ni espalda, sin cabeza ni alma, sólo tenía alas y dos gibas que le colgaban, un solo dedo y una boca pintada en un extremo.
En cambio, en otro manual, de fotografía en este caso, se afirma que: “es cosa sabida que una persona de pie, en medio de la fotografía, tienen un aspecto larguirucho poco agradable. Sin embargo, si el fotógrafo se acerca más al modelo de forma que la cabeza quede en la parte superior del cuadro y los pies en el borde inferior, la cara se podrá distinguir con claridad suficiente”. (“El retrato, una guía para aficionados”, Günter Spitzing)
A su rostro le faltaban los ojos, su testa no era más que un sombrero, un ridículo capirote, al verlo me reí, parecía un payaso, un tentetieso, un bombero, un elefante loco y ciego.
Yo pienso que los ángeles no sabemos pintar ni construir máquinas, no nos parecemos a Dios ni a todo aquello que tenga nombre. No somos hijos de nadie y mucho menos de los hombres. No tenemos estirpe, no somos capaces de ser padres ni sabemos tampoco morir cuando nos convertimos en menhir.
Los ángeles no quedamos bien en las fotografías aunque nuestra piel sea lisa y rosada.
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Las Memorias de Caín
9. La máquina.
(Primer texto)
Siendo pintor pinté una pasarela en un río, era un autómata en la mitad de un camino, un galeón que iba de orilla a orilla sin vela ni timón.
Era otro ángel como yo, empecinado y sordo, mudo y olvidadizo, sin pies ni manos, sin pecho ni espalda, sin cabeza ni alma, sólo tenía alas y dos gibas que le colgaban, un solo dedo y una boca pintada en un extremo.
A su rostro le faltaban los ojos, su testa no era más que un sombrero, un ridículo capirote, al verlo me reí, parecía un payaso, un tentetieso, un bombero, un elefante loco y ciego.
Los ángeles no sabemos construir nada, pensé, al descubrir el engendro, era un pelele, un muñeco que sólo escupía la pintura con la que se lo pintaba, a veces blanca y a veces transparente, negra o roja, cuajo o plasma.
A veces nada.
Era sociable, simpático y cariñoso, pero en algunas ocasiones se quedaba triste, lloraba y reía, parecía cándido.
En otras fascinaba cuando de pequeño se transformaba en gigante, de laso se convertía en vigoroso y de simple dedo graso pasaba a ser toda una piedra, una andrómina, una estatua oblicua y curva, dura.
Le gustaban las rosas, los peces y las ventanas, quería abrir puertas, oler entrañas y vivir en cuevas.
Parecía muy querido y buscado, soñado y pintado. Casi todos deseaban cabalgarlo, fustigarlo... ir con él de orilla a orilla sin rumbo, quedarse a mitad del camino, en medio del río, y besar sin prisa y sin tiempo su boca muda.
Pero los ángeles no sabemos construir máquinas, no nos parecemos a Dios ni a todo aquello que tenga nombre. No somos hijos de nadie y mucho menos de los hombres. No tenemos estirpe, no somos capaces de ser padres ni sabemos tampoco morir cuando nos convertimos en menhir.
No somos apenas nada.
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