Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
49. La Vida.
Es curiosa la enfermiza predisposición humana a detestar nuestro patrimonio, la vida, la única que tenemos y conocemos. Si sabemos que moriremos sabemos también que vivimos, y esa vida, perdón por la blasfemia, es la envidia del Cielo.
Incluso el ser humano se permite asegurar que la Creación es nefasta y que mejor sería que no existiera y, en una alabanza nihilista y perversa de la muerte y dando por supuesto algo indemostrable, que la verdadera vida empieza después de morir.
La muerte es la pérdida de la identidad y la individualidad que conlleva. La muerte es una aniquilación de la singularidad que cada uno de nosotros representa para sí mismo y para los demás. La vida, sea lo que sea, es sin duda una emergencia y nosotros somos su atributo más importante, que, paradójicamente, ella no necesita ni tampoco demanda. ¿La vida exige ser pensada?, ¿o es al contrario?, ¿el pensamiento requiere de la vida? Entre estas dos preguntas se halla cualquier icono, cualquier gesto expresado, cualquier cosa vista, mostrada y contada.
En la muerte hallamos el abismo fundamental de la vida que nos separa de los otros. La muerte es la muralla definitiva al ser siempre y únicamente nuestra muerte, el placer y el dolor son intransferibles, la vida también; la muerte es la evidencia más clara de nuestra irremediable soledad, es una extraña y terrible sinrazón.
¿Entonces qué es un rostro pintado en una superficie?, ¿por qué se parece al modelo?, ¿qué hay en él que se deja atrapar por un pincel?, ¿por qué podemos ser vistos? ¿Quién nos dará sepultura?, ¿quién escribirá nuestro nombre en la lápida?
En la muerte perdemos el nombre y regresamos allí de donde vinimos al nacer. Si nos preguntamos a dónde vamos también deberíamos indagar de dónde partimos, ambos interrogantes no tienen respuesta, pero seguro que es la misma para ambos.
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49M
-“Creo que ya te conté que un antiguo y viejo amigo partió hace mucho de viaje por África. Al fallecer su esposa no pudo ni quiso permanecer en una casa vacía y hacerse cargo de un hijo que no era suyo y que ella había tenido con otro. Se lo endosó a su cuñado o a sus suegros, hizo las maletas y se largó. Todavía no ha vuelto y hace casi cuatro años que dejó de escribir, aunque muy de vez en cuando recibo sobres africanos con dibujos suyos, cartas hechas de papel, cada una desde un lugar distinto, eso es todo lo que sé de él. Ya no las acompaña ninguna palabra y ya no las respondo porque siempre me las devuelven con la consabida frase de “remitente desconocido”. Son dibujos de paisajes y retratos de mujeres y hombres africanos anónimos para mí. Están realizados con lápices de colores y, ocasionalmente, me envía también alguna que otra acuarela.
No sé por qué te cuento eso y tampoco sé por qué sigo hablándole a una pared. Antes me escribías el doble que yo a ti y yo la mitad que tú a mí, ahora sólo escribo yo el 100 % y tú nada.
Me sorprenden esos ríos sucios, grises y marrones debajo de un cielo todavía más ocre que el barro; esparcidos por el papel hay manchas de verde, pequeñas salpicaduras negras, rojas, y amarillas también, supongo que son los vestidos de las africanas con sus hijos a cuestas, y, desde algún rincón del cielo, un estallido de azul y blanco que me ciega.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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49H
-“Dices que cuando hago mi mala filosofía soy ateo y materialista, pero yo afirmo que si la digestión es la función del estómago, el pensamiento lo es del cerebro. Que si no hay cerebro no hay nada. No me gustan los psicólogos y sí los neuropsiquiatras que recetan pastillas. No creo en Platón ni en almas ni en el más allá, ni en Dios ni en el cielo, el pasado no existe igual que el futuro, solamente la flecha del tiempo que marca que algo cae. ¿Hacia dónde?
¿Hacia dónde? Si respondo a la pregunta deberé decirte que este “Tiempo pequeño” que te he enviado en el que medio hablo también de ti en la figura de la mujer del balcón, la otra mitad es mi madre, son solamente palabras escritas en un papel, nada más, que su valor está en ellas mismas para el que sepa hallarlo, son ensoñaciones, mezcolanzas de recuerdos, imaginaciones y sueños. Son también deseos y viejas esperanzas muertas que por estarlo las trato con el mismo respeto y amor de entonces, cuando estaban vivas y adornaban mi vida igual que lo hacen hoy.
Por eso pude escribir “Réquiem”, tú conoces sus claves. Gracias a vosotras rescaté a alguien de la oscuridad, fue un instante, sucedió entonces y sucede cada día de mi vida.” (El hilo. Cartas a una amiga.)
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