viernes, 30 de julio de 2010

El peletero/La aguja del pajar (31)


26 Julio 2010

Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

31. Joseph Mallord William Turner.

¿Es la sangre, permanentemente vertida, la que entreve, entre los vapores de la barbería de su padre, Joseph Mallord William Turner cuando pinta?, nadie puede asegurarlo, sin duda no o tal vez sí, quizás sea lo menos probable o todo lo contrario. Su visión romántica es trágica, es una descarga, una nube que estalla y una fuente que explota. Es la misma tierra y su lluvia con su niebla, es la propia tradición inglesa, sus campos y sus mares, sus ciudades y los nuevos ferrocarriles. Lo son siempre los holandeses, lo son los cielos y lo son las aguas de Norwich y lo es la luz y sus transparencias, los acuarelistas y la reverberación ensoñada en las pinturas de Claude Lorrain y en sus dársenas imposibles. 

Entre el ojo de Turner y la realidad hay mil cristales y entre cada uno hay mil más. O todo lo contrario, no hay nada y la sangre va directamente del corazón al suelo, dibujando así el color de la tierra, inaugurando de esta forma también el paisaje moderno, antesala de la verdadera abstracción y la oscuridad pintada. 

Leonardo da Vinci cita en su “Tratado...” a Botticcelli cuando habla de paisaje:

"Aquel que no ama, en igual manera, todas las cosas que están contenidas en la pintura, no será universal; como uno al cual no le gustan los paisajes; y considera que son cosas de breve y simple investigación. Como dijo nuestro Boticella, que este estudio era inútil, porque es suficiente lanzar una esponja, llena de diversos colores, en un muro, para dejar en él una mancha donde se puede ver un bello paisaje. Si bien es cierto, que en esta mancha se ven varias invenciones, de aquello que el hombre quiere buscar en ella, es decir, cabezas de hombres, animales diversos, batallas, escollos, mares, nubes, bosques y otras cosas similares; y hace como el sonido de las campanas, en los cuales, se puede entender lo que tú quieres. Pero, aunque estas manchas te dan invenciones, ellas te enseñan que no terminan en ningún particular."

Y Van Gogh le dice a su hermano:

“Théo, decididamente yo no soy un paisajista; si hago paisajes “habrá siempre dentro de ellos vestigios de figuras.”

(Cartas a Théo, V.V.G.)

Y William Turner replica en su “Cuaderno rescatado”:

“Las figuras son arrastradas sin piedad. No hay formas que soporten tal acometida. ¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde?” (“Cuaderno rescatado”, William Turner)

¿La figuras no soportan el paisaje?, ¿cualquier paisaje, aunque sea calmo y apacible, esconde una tempestad? Sin duda sí, un césped bien cuidado no es más que una variante de la selva profunda, un estanque con nenúfares es un mar con almadías llenas de náufragos. 

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31H
-“Cuándo subiste por primera vez a mi casa, con tu vestido blanco recién planchado, me espetaste sin miramientos ni delicadeza que sufría del síndrome de Diógenes, llevabas contigo las sempiternas velas que ibas colocando en cada rincón de la habitación donde nos íbamos a acostar. Por si acaso llené un cubo de agua, para tenerlo a mano y poder apagar cualquier incendio que no fuera el de nuestros cuerpos. Al verme con él te reíste y al verte reír pensé que la vida era muy extraña, subías a mi casa para meterte en mi cama, criticabas mi orden y las cosas que guardo y atesoro y me llenabas los rincones con velas incendiarias para romantizar nuestra velada, fue entonces cuando te hablé de Turner y de sus manos siempre manchadas de mil colores. ¿No usaba pincel?, me preguntaste. Tampoco lo uso yo contigo, te respondí.” (El hilo. Cartas a una amiga.)

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31M
-“En “Los cañones de Navarone” hay una escena griega, cretense, una canción y una niña que lleva una flor en la mano. Decías que se la llevaba al diablo para engañarlo. ¿Cómo puede una niña engañar al Gran Mentiroso?, te preguntaba. Con sus mismas armas, me respondías, con la belleza. 

¿Es suficiente la que contiene una simple flor?, ¿para qué quiere una niña engañar al diablo?
No le dará una manzana, ¿verdad?, ese truco ya se lo conoce, me decías burlándote de mí. Pero yo sabía que ése será el acto trascendental que tratarás de hacer algún día, tarde o temprano deberás intentar salvar tu vida poniéndola en juego, pocos son capaces. La perdiste pronto, el tren se paró, el barco se hundió y nunca supiste ponerlo a flote. Por eso sé que nunca regresarás a por mí, creo que tu orgullo te lo impide y no pararás de buscar hasta encontrar a Satán para retarlo y entregarle tu flor. Pero él te teme y se esconde, es tan cobarde como mentiroso. Olvídalo y ven, te digo, pero nunca me escuchas. 

¿Recuerdas aquella noche hablando del Greco en nuestra azotea de Heraclion?” (La madeja. Cartas a un amigo.)


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