9 Junio 2010
Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
11. La belleza y el placer.
Cuando se habla de arte se recurre habitualmente al término de belleza como si fuera un elemento indispensable en su constitución, nosotros la hemos usado como sinónimo. La belleza es un concepto vago que al ser consecuencia del placer o del simple gusto crea más confusión que disipa incertidumbres o elimina ignorancias, esperanzas ilusas y prejuicios simples.
Según parece la relación es la siguiente y la ecuación se formula así: la belleza causa placer y el gusto es la capacidad para gozar de esa belleza.
Con su aguda ironía, Félix de Azúa, considera que dentro de esa lógica sintáctica el adjetivo “bello” es en realidad una mera opinión, algo sin valor fuera de la propia satisfacción.
Un buen ejemplo es pensar, creer o suponer que una obra de arte necesita ser bella para ser considerada tal. Con ella podremos hablar de proporciones, de armonías y de composiciones equilibradas, de sinfonías de colores y de líneas entrelazadas, e incluso de evocaciones ancestrales o próximas que aviven sentimientos y que desentierren y saquen a luz emociones escondidas entre la niñez y la prehistoria. Pero hay que reconocer y advertir que en los albores del tiempo nadie consideraba que el arte debiera ser bello, era suficiente que lograra ser útil, que sirviera al propósito por el que era creado, comunicarse con los dioses, ser mágico.
Otra cosa es que el adorno y la forma que poseen todas las cosas que existen causen goce estético, que la mirada se sienta cómoda y confortable como el bienestar que disfrutamos después de haber comido carne o pescado. A eso hoy lo llamaríamos diseño, ergonomía, acomodar la forma al uso con el adecuado perfil y adorno que la necesidad, la tradición y la moda exigen. El ojo también adquiere hábitos y costumbres y pide mirar, para lograr ver, lo que siempre ha mirado.
La belleza, como el amor, tiene muchos significados, puede ser descrita de forma simple como la fuerza del espíritu creadora que Nietzsche llamaba apolínea y que se oponía a otra, la dionisíaca o fuerza vital y destructora.
Pero la belleza siempre escapa a una definición precisa porque ella jamás está delimitada por contornos claros y nítidos, es más hija de la sombra, con su “sfumato” característico en su linde, que de la luz, y aunque ambas surjan del mismo espejo la belleza no está en ninguna de las dos.
La belleza forma parte del otro mundo y el suyo es ese halo numinoso e inasible que jamás tocaremos, la belleza es una tierra que no nos pertenece fuera del recuerdo no vivido.
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11H
-“En aquellos tiempos en que nos quisimos me decías que no me dejara llevar por esa moda que trata de encontrar el significado de las cosas donde terminan, donde dejan de ser lo que son, más allá de ellas mismas.
Yo te respondía que era cierto, que no podemos hablar de la silla hablando de la mesa, que esa era una manera complicada de afirmar algo sencillo, que todo lo que se ve es todo lo que hay sabiendo como sabemos que al mismo tiempo no todo lo que se puede ver se halla frente a nuestros ojos. ¿Cómo qué?, me preguntabas y yo te contestaba, como tú, querida mía. Entonces me besabas y yo me moría.” (El hilo. Cartas a una amiga.)
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11M
-“Listas, nunca parábamos de hacerlas, una detrás de otra, ellas ya de por sí eran otra lista, una fila interminable de cosas y nombres, desde canciones a índices, libros y personas de cualquier categoría o condición, reales o personajes de ficción como tú y como yo. Tareas y deberes que nunca alcanzábamos a realizar, todo quedaba pendiente, nada llegaba a su fin. Pintores, músicos y escritores que tampoco leeríamos. A ti te gustaba la arquitectura y a mí las pinturas de ruinas y a los dos las flores marchitas y las almas sin rumbo, vela, ni timón.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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