21 Octubre 2009
El otro día vi tu ropa roja tendida en la galería. La habías lavado por la mañana y por la tarde ya estaba seca, planchada y guardada. Me gustaba su olor a sexo y a sudor. Pero nada más levantarte la metiste toda en la lavadora y a mí me echaste de la cama para cambiar las sábanas. Luego te duchaste y, mientras te secabas con aquella toalla también roja me preguntaste la hora, pero yo ya me había ido y no pude responderte.
No había traído muda, nunca pienso en este tipo de cosas y la ropa de tu marido me viene demasiado grande.
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