jueves, 3 de diciembre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (40)


13 Mayo 2009

40. Christiane.

Esa es indudablemente una derivación lingüística secundaria pero mucho más importante que la misma anécdota de la historia que se cuenta en la película, y que a mí, como ya he afirmado, no me gustó especialmente.

Las historias de matrimonios cansados de vivir juntos, buscando placeres casi prohibidos que sustituyan el hastío, me cargan, me producen fastidio y molestia. Eso ya lo he vivido por parte interpuesta, por ser el tercero del trío y, sinceramente, prefiero estar solo que ser un mal sustituto, o que terminar siendo el bálsamo de algún trauma o el mal sueño de una mujer que descubre que no conoce a su marido, que la aburre o no es aquello que esperaba cuando tenía dieciocho años. Todo esto es tan banal que incluso me da vergüenza literaria escribir sobre ello. De lo que quiero hablar es de las pinturas de Christiane y quiero hacerlo solamente porque la pintura en sí misma es siempre una fuente inagotable de anécdotas y sin duda la mejor metáfora del mirar, pues en ella, cosa que no sucede cuando nos miramos al espejo, nos miramos mirando a los demás.

He afirmado que es una buena pintora, y lo es. Pero quizás no merezca estar en ninguna enciclopedia de grandes pintores. Está a caballo de Frida Khalo y de David Hockney, para situar dos referentes conocidos y populares. También tiene evidentes influencias de Monet y destellos incluso de Van Gogh. Algunos desnudos suyos están pintados con una luz blanca, poco amarilla, sin llegar a producir ese desarraigo en el color de la piel del modelo y sin esas posturas abandonadas de los cuerpos tan habituales en mucha de la pintura figurativa actual.

Hoy en día, todo el mundo, cuando quiere parecer interesante y profundo, pinta desnudos como si los vivos estuvieran muertos, es un puritanismo extraño, alicaído y perverso. Casi recuerdan aquellas famosas clases de anatomía, verdaderos espectáculos populares en la Holanda del siglo XVII.

Muchos pintores pintan cuerpos amarillos y sonrosados en esa gama oscura del rosa que encontramos en los pliegues del cuerpo, y en sus arrugas, combinando los colores en las pinceladas, dándoles ese grosor, esa altura y la anchura necesarias que permite que al secarse la carne se agriete como si envejeciera igual que lo hace la propia pintura en la tela y en el mismo pincel si no se limpia con disolventes o aguarrás o se rasca y lima con un cincel.

Así, todo el conjunto consigue presentar una piel que al igual que una tela no sabemos si está mal o demasiado bien iluminada.

A la carne le sienta bien el horno y el fuego, pero no la luz.

No hay comentarios: