29 Abril 2009
35. El lobo.
Entonces déjame citarte una frase de “El imperio del sol”, de J. G. Ballard. Siempre me han gustado las historias de niños solos que deben arreglárselas sin la ayuda de nadie, Pere, mi padre, fue uno de ellos. Ballard dice: “En una guerra real nadie sabe de qué bando está, no hay banderas, ni comentaristas, ni ganadores. En una guerra real no hay enemigos”
Eso, peletero, es lo que siempre has puesto tú en mi boca, y yo he tenido que declamarlo porque nada podía hacer para evitarlo, pero me parece que sólo es una manera brillante, aunque demasiado dramática de desviar la atención. Si no hay enemigos es que todos somos enemigos.
Estás blando, Gordo, blando y tonto, parece que estemos intercambiando los papeles y tú seas yo, ¿qué te sucede?, ¿no te ha quedado clara mi disertación sobre las mujeres? Eso es lo que está sucediendo ahora en el mundo, querido amigo, una absoluta decepción, guerra total sin cobertura ideológica. La disputa y el dilema están en manos del legislador y los jueces, y ambos nos han engañado o no han cumplido con su deber, no han sabido o no han querido delimitar los márgenes de qué es o no es un delito. Se han acomodado y se han vendido al dinero fácil. La supervivencia escueta y limpia. Hitler quería espacio vital para su invento ario, ahora necesitamos energía vital sin coartadas, ya no quedan excusas, o razones o motivos inventados, gracias a Dios ya no quedan ideologías. La trampa más habitual en economía es falsificar billetes. Antes imprimían papel ahora alteran los balances, piden crédito respaldado con garantías hinchadas artificialmente y nadie ha sabido desenmascararlos. Gracias a nuestros legisladores ahora nadie sabe a ciencia cierta dónde termina la legalidad y empieza el delito, nuestros políticos no han impedido que se puedan vender o comprar las cosechas futuras de cualquier país como si esto fuera una casa de juego. Incluso la familia, el último reducto, lo hemos destruido hablando bien de los amigos, de la amistad y de todas esas monsergas, esos amigos que creemos elegir frente a la familia que decimos se nos impone por la genética. Muchos, al hablar así, se creen más libres, tanto despilfarro emocional para terminar amando al perro que le compraron anteayer a su hijo, ese niño que vive en casa. Todos afirman esperando que les den un premio por su sabiduría, que prefieren a los animales antes que a los humanos, pero la zoofilia sigue estando mal vista.
Siempre hablas así, hablas de lo que te da la gana, peletero, nunca respondes adecuadamente a nada, te impones avasallando al otro al hablarle de cosas que sabes que no sabe. Pero yo sé todo lo que tú sabes y yo no puedo saber más que lo que ya sabes que sé. Así que estamos empatados, pesamos lo mismo, las mismas toneladas, somos dos pares de Gordos y constantemente nos hacemos trampas, así, como puedes suponer, no se va a ninguna parte.
No sé tú, pero yo no paro de moverme. Nadie parará en ti si no te mira o te escucha, nadie sabrá que existes si no gritas improperios o cantas bien, con hermosa voz, bonitas canciones aunque sea en los pasillos del metro. Si bien, hoy en día es difícil que te escuchen, todos llevan las orejas llenas de prótesis, parece imposible imaginar un instante de sus vidas sin música. Caminan pegados a un auricular y no se dan cuenta de su estupidez andante. En el metro los ves leer en silencio y conversar en voz alta, lo público se ha convertido en íntimo y privado y viceversa. Yo sí sé a dónde voy, Gordo, te comparas conmigo y haces mal, no somos iguales ni estamos empatados. Debes saber, Gordo, que el deber de un hombre verdaderamente libre es el de traicionar a su patria y eso es lo que yo estoy haciendo y lo hago porque mi patria es solamente una, la palabra "compatriota" es para mi un insulto, una ofensa. Yo solamente tengo un compatriota, mi hermano, nadie más.
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