27 Marzo 2009
23. El poder y el idiota.
Es cierto, el Estado colombiano no es lo suficientemente fuerte para ello.
No puede controlar todo el territorio, no tiene suficiente capacidad para ello. El poder sufre de “horror vacui”, no hay espacios libres de él, no existen áreas vírgenes o vacías. El poder es uno, otra cosa es quién lo detenta.
No es ésa una cuestión baladí.
Naturalmente que no. En política hay que ser imparcial pero jamás neutral.
Pero no ser neutral no significa que formes parte de un club como si fuera un equipo de fútbol, ¿no?, y que aplaudas siempre lo que hace, sea eso lo que sea.
Si eso ocurre es el primer paso para justificar el asesinato, las cárceles ilegales y la razón de estado.
¿Qué distingue entonces a Robespierre de Stalin?
Ambos están en las antípodas el uno del otro, pero las consecuencias para los demás son las mismas. El francés era un fundamentalista del bien, un alma pura, un puritano y un fanático de la libertad y de la igualdad, un hombre justo que anhelaba construir un nuevo orden moral sin importarle el precio que se debía pagar.
¿Y Stalin?
Stalin era una bestia, el burócrata perfecto, era el poder destilado, en estado puro. Hay muchos como él y como Robespierre, sólo están esperando su oportunidad.
¿Hitler era distinto?
Sí, Hitler no era nadie ni era nada. No tenía ninguna cualidad, era transparente, no se distinguía del fondo, se confundía con la pared pintada de rojo o gris. Hitler casi no existía, su madre casi no lo parió. Su destino era haberse muerto en una calle cualquiera de Viena o Munich de inanición o frío, o quizás de hambre como un vulgar homeless. Pero…
¿Pero?
Un día le dieron un tambor y lo usó. Hitler era el antónimo de los benditos de los que habló Jesús en el Sermón de la Montaña, un santo al revés. Esa clase de gente existe. Un maldito, un imbécil maligno, un idiota cruel, un estúpido siniestro. Amartilló el tambor y las ratas le siguieron.
¿Todo un pueblo?
He dicho las ratas, no todo un pueblo.
No, no lo has dicho.
No lo he dicho.
No. Javier Cercas afirma que el nazismo nació para perder, que esa era su voluntad en lo más hondo del pozo que lo dio forma. Ninguno de los que lo idearon creyó nunca en su éxito, ni se quiso vencer ni triunfar. Que su propósito era ser una ideología de la derrota, de la hecatombe, del fin. Y antes o después llegamos al gulag soviético y sus corolarios.
No te olvides de aquel muchacho tan simpático que se llamó Pol Pot.
No me olvido, Gordo, no me olvido. No me olvido ni de él ni de sus “The Killing Fields”, y tampoco me olvido de los barcos cárcel que nunca recalan en ningún puerto ni me olvido de Guantánamo. No debemos olvidar nada, pero no podemos recordarlo todo.
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