9 Marzo 2009
16. El sexo y la carne.
Lo recuerdo y eso es exactamente lo que sucederá, tarde o temprano será así, lo sé desde que empezó, esa amante que no amo me llamará eso que dices. Y si no lo hace ella, seré yo el que la llame traidora. ¿Pero quieres que te hable de sexo, Gordo?, ¿de cuál?, ¿de ese sexo difícil que te manosea y te restriega como cuando se ablanda la carne de un jabalí viejo?, ¿a golpe de pala?, ¿macerado en vino de cepa seca?, ¿en caldo de cabra coja, patatas, puerros, zanahorias y tubérculos de romano gordo? ¿Boniatos, chufas, tupinambos y taros de tierra hueca?
Sí, peletero, de ese sexo que tú conoces bien quiero que me hables, de ese que es de plomo, bala y torpedo, ése que tiene la punta rajada para matar osos y tiburones del mar Rojo, abierta como un glande inflamado de tanto eyacular leche y lodo. ¿Por qué ella nunca se cansa?, ¿por qué nunca se fatiga su mano en mi sexo?, ¿lo sabes tú? Dame poesía, peletero.
¿Poesía me pides, Gordo?, ya la tuviste, ahora solamente te queda recordarla. Tú sabes que hay algo mucho peor que el sexo, lo probaste y casi te mata. “Crash” es un poema sexual, el sexo es una onomatopeya táctil, olorosa, sabrosa y también emocional y Ballard es ingenioso al mezclar accidentes, carreteras, automóviles y pornografía, máquinas y coitos. Sexo de trituradora doméstica, amores de batidora. El automóvil es el símbolo por antonomasia de nuestro tiempo, en él tenemos representada la “trinidad” contemporánea, poder, sexo y muerte. El espectáculo de los hierros retorcidos en la carretera y los cadáveres en su interior es también un icono poderoso y logrado. Añádele la luz y la sirena de las ambulancias y tendrás la mejor escenografía con la mejor iluminación y la más adecuada música, la obra de Arte Total a la que aspiraban los románticos del siglo XIX en sus artificios operísticos.
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