jueves, 5 de noviembre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (14)


2 Marzo 2009

14. El gigante.

Nunca lo son, peletero, ni la alegría ni la pena, ni la vida efímera de una perla en su collar. Recuerda que Ballard decía cosas ya sabidas con un lenguaje moderno, nada más. Sus famosas catástrofes y cataclismos son remedos del Apocalipsis y de los cientos de diluvios que miles de años atrás han inundado el mundo. La maravilla, el prodigio y el portento nos dejan invariablemente estupefactos, atónitos y extrañados frente a la realidad que siempre es la que los crea y siempre es la que manda sobre todas las cosas. Más tarde hablaremos de ello, pero tú ya sabes como lo sé yo, que los milagros no existen pero los fenómenos sí, eso que Azúa llama “meteoros”, depende de nuestros ojos verlos.

Tienes razón, Gordo, recuerdo perfectamente sus palabras, déjame que las cite: “(…) la poesía no nace de la conciencia del poeta, sino de su coraje. Y, en consecuencia, la poesía no es obra de los hombres o de algunos hombres sino de los meteoros, los cuales definen con toda exactitud lo que en cada momento puede verse.”

Dios nos los regala constantemente, otra cosa es que nosotros sepamos verlos. Ballard pretende simularlos en su literatura hablando de esas calamidades y plagas, de esos seres embarrancados en las playas. De la mirada fría, entre sorprendida y temerosa y casi autista de sus protagonistas, que las observan medio nerviosos y medio huérfanos. Parecen actores que han olvidado su papel y no saben qué decir.

Parecen viajeros.

Sí, parecen pasajeros perdidos en la terminal de un aeropuerto.

“La dolce vita” de Fellini tiene un final así, el desconcierto del protagonista es el mismo que el de esos pasajeros, aunque lo que él contempla después de una noche de fiesta es el cuerpo de un monstruo que la tormenta ha arrojado a la playa. Es uno de los finales más conmovedores y más tristes que recuerdo, ver al protagonista no atender la llamada del ángel que lo reclama desde el otro lado de un pequeño riachuelo que se ha formado con las aguas de un desagüe.

Ballard escribió en 1966 un cuento titulado de esta manera, “El gigante ahogado”. Un relato en el que luego medio se “inspiró” Gabriel García Márquez, “El ahogado más hermoso del mundo”. Ballard nos habla del cuerpo de un ser enorme que un día aparece en una playa y que todos visitan y exploran llenos de curiosidad. Lentamente van desapareciendo pedazos de él hasta llegar a quedar su osamenta desnuda y servir sus huesos de adorno, y sus costillas de arco de bienvenida de algunas casas. “En la mañana después de la tormenta las aguas arrojaron a la playa, a ocho kilómetros al noroeste de la ciudad, el cuerpo de un gigante ahogado…”

García Márquez nos cuenta que: “Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión que era un barco enemigo. (…) Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado. (…) Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa…”

No hay nada que me trastorne y que añore más que esas playas de Ostia, tan parecidas a las mías, a las de la Barceloneta. O a las de Badalona y Mataró al norte, o Gavá y Castelldefels al sur. En ellas mataron a Pasolini, y en ellas me bañé y jugué, en ellas fuimos felices. Tomábamos el sol, reíamos juntos, comíamos nuestras tortillas y mirábamos a las niñas. Las mujeres no han vuelto a estar tan guapas como entonces, Gordo, eran verdaderas diosas, mi madre, Veni, la más bella de entre todas, rellenas de carne y revestidas de piel. ¿Y el sexo, Gordo?, ¿su famoso “Crash”?

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