19 Enero 2009
Muchísimo tiempo después, no sé cuándo ni qué fue, tampoco recuerdo dónde. Si explotó mi estómago o la bala se alojó en mi corazón en mitad de mi caminata dominical o sacando al gato a pasear porque perro nunca he tenido.
No recuerdo si eso sucedió en mi cama, en la de un hospital, en la de alguna de mis amantes o en medio de la calle, tirado en el suelo. De verdad que no lo sé porque no consigo recordar las cosas con claridad. Solamente puedo afirmar que al despertar no conseguí ver más la luz.
Desde entonces todo está a oscuras y no puedo saber qué sucede a mi alrededor. Apenas oigo unas voces lejanas que no logro distinguir ni escuchar con precisión.
Nadie me responde y nadie me pregunta nada. Ignoro qué me sucede pues únicamente puedo hablar conmigo mismo. Es un estado extraño que no logro comprender, no sé cuál es exactamente mi situación.
Nada me duele, no noto ya mi cuerpo gordo y pesado, es una ingravidez agradable, y dispongo de todo el tiempo del mundo para tratar de recordar y darme cuenta de que aquí también hay algo que no encaja, que hay algo fuera de sitio, algo que sobra o algo que falta.
Creo que sé que es.
Me doy cuenta que siento nostalgia de la luz, que añoro mis ojos y aquello que veían,
cuando, a pesar de todo,
a pesar de los muertos y a pesar de los asesinos,
a pesar de aquellas paredes desnudas y de aquellas flores sin florero,
a pesar de mis manos sin guantes y de las cabezas sin sombrero,
mi cuerpo vestido o desnudo te deseaba, mi voz te llamaba, y yo, solo o más solo todavía, te amaba.
Al fin y al cabo, entonces,
a pesar de unos lentes de más o de unos ojos de menos,
todo encajaba,
todo tenía su sitio,
nada estaba fuera de lugar,
y así nada sobraba
y de esa manera tampoco nada faltaba.
Me doy cuenta de que a pesar de todo y a pesar de vivir,
todo tenía sentido porque te amaba.
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