13 Febrero 2009
8. La certeza.
Eres fino, cruel y delicado cuando quieres, Gordo. Tú y yo, juntos, somos poco más o menos un oxímoron enfático y casi una tautología rigurosa. Tienes una lengua hinchada y obesa que te hace hablar despacio y tardamente, tus manos gruesas te convierten en torpe y tus pies de paquidermo en mostrenco, en cambio, tus ojos siempre han sido pequeños y avispados, tienes vista de abejón, a ti no te persigue nadie y te resulta fácil descansar aunque sea en piedra sin tallar. Tienes razón, Gordo, yo siempre defendí al sistema porque siempre pensé que para volar era imprescindible la ley de la gravedad. También me gustó entrever el otro lado de la tierra, y tocar el piano de juguete que le regalaron a mi hermano, bailar con su música y con ese par que dices que he bien o mal amado. Pero ahora el sistema, como muy bien afirmas, me ha expulsado, a mí y a otros muchos, eso siempre ha sido así, esa es la manera que el sistema tiene de mantenerse relativamente vivo y sanamente activo, soltando lastre. ¿Qué sucede cuando dormimos, Gordo?
Lo sabes tan bien como yo, peletero, el tiempo no se para, pero pasa del futuro directamente al pasado sin detenerse en el presente. Esa es la razón por la que las previsiones siempre fallan y los profetas nunca aciertan. Nunca podemos tener la evidencia de nada. Eres tan grácil como grave, peletero, tienes razón, el peso nos permite volar que no levitar, todos confunden esos dos términos tan distintos. Tú no lo hiciste, siempre conociste cuál es la diferencia entre ambos, lo supiste pronto, pero has entendido tarde que saberlo no tiene ninguna importancia, influencia o consecuencia para las cosas y las personas. Pensabas estar en lo cierto y estándolo es como si te hubieras equivocado. A ti siempre te ha gustado bailar al son de Pascal Comelade con su música que sale de sus pianos de juguete.
Entonces es cuando hay que preocuparse, ¿verdad, Gordo? cuando incluso se equivocan las estadísticas, las profecías, los pronósticos, las predicciones, las conjeturas, las adivinaciones, las apuestas… Cuando no existe la certeza. El gran modisto japonés, Kenzo, cuenta como lo podría contar cualquiera, que:
“Kenzo raconte: “J’avais préparé la collection pour le printemps-été 78 dans l’incertitude. L’Inde de Nehru m’inspirait, mais j’ai brouillé encore une fois les cartes. J’ai introduit le style pirate dans la netteté des tuniques indiennes. J’ai bousculé les règles en dévoyant les accessoires. Cravates géants en guise d’écharpes, (…) A ma grande surprise, la collection fut bien accueillie. Je sais maintenant que, dans la mode, la seule certitude, c’est que rien n’est certain” (1)
Muchos viven de ello, hay profesiones antiguas y modernas que se legitiman en esas presunciones: los oscuros sacerdotes, los jefes y los esclavos, los que quieren mandar como los políticos y a los que les gustaría hacerlo como los politólogos. Los siempre listos periodistas, los que se creen que lo son como los sociólogos, los tontos de remate como los pedagogos, los atormentados psicólogos, los infantiles ecólogos, los sorprendidos epidemiólogos, los racionales genetistas, físicos y químicos y los bondadosos médicos. Los tramposos economistas, los sismólogos, los vulcanólogos, los meteorólogos y asesores de cualquier cosa, entre ellos los coach que enseñan a mandar. Los modistos que esculpen nuevos cuerpos sin usar la cirugía, los peluqueros que han defenestrado los sombreros, los cantantes de moda y los actores y las actrices de éxito que nos regalan sentimientos y emociones. Los artistas, pintores, músicos y escritores que entrevén el futuro recordando el pasado. Y los sempiternos adivinadores, gurús y santones de religiones falsas o verdaderas que para un buen o mal uso ven el miedo en nuestros ojos.
En cambio, tú, Gordo, eres todo lo contrario, eres presente sin adornos.
(1) “Kenzo cuenta: “Había preparado la colección para la primavera-verano 78 en la incerteza. La India de Nehru me inspiraba, pero barajé una vez más las cartas. Introduje el estilo pirata en la nitidez de las túnicas indias. Había forzado tanto las reglas que había pervertido los accesorios. Corbatas gigantes a manera de echarpes, (…) Para mi gran sorpresa, la colección fue bien acogida. Así pues, supe entonces que, en la moda, la sola certeza, es que nada es cierto”
(“Kenzo” Ginette Sainderichin)
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