lunes, 19 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (1)

26 Enero 2009

“Si hoy pudiera comenzar de nuevo, procuraría deleitarme doblemente con esas dos dichosas circunstancias de éxito literario y del anonimato personal, publicando mis obras bajo un nombre distinto, imaginario, un seudónimo, pues si la vida en sí ya está llena de atractivos y de sorpresas, ¡cuánto más no ha de estarlo una vida doble!

(“El mundo de ayer”, Stefan Zweig)

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1. El misterio y el limo.

Pico della Mirandola afirmaba que el ser humano carece de identidad y que gracias a ese supuesto defecto de fábrica puede elegir cualquier personaje, puede hacer consigo lo que desee. Dice también que su esencia se halla en su libertad, y que gracias a ella no está definida ni delimitada de antemano.

Ignoro si el aserto anterior es cierto o no lo es. Pero sí sé que el ser humano utiliza su libertad para todo aquello que cree más conveniente para sí. No obstante, el criterio que usa es casi siempre poco claro, también es obstinado y perseverante como lo son las aguas confusas de los deltas de los ríos cuando penetran en el mar.

Visto desde el aire el océano parece llenarse de un fango que empuja con la fuerza de un titán. Ese río que desciende de las montañas es un ariete que quiere preñar el mar y un atlante que pretenden cargar con el mundo y llevarlo en sus espaldas.

El río es un limo que las aguas han arrastrado desde las mismas fuentes para terminar diluido en la inmensidad. La frontera es clara, cada cual tiene su color, uno es lodo de caña frente al azul marino, oscuro, ancho y hondo del abismo. El criterio humano también es turbio porque siempre se halla enfrentado como esas aguas que empujan contra esas otras que se mantienen indiferentes, ignorantes y desafectas, tal es su poder, el de ese mar, el del mismo universo y de todo aquello que hay más allá.

Azar y necesidad, razón y deseo. El misterio que se le opone al ser humano es una frontera clara y nítida y lo es porque no es otra que la muerte, no hay igual, no hay ninguna mejor. La vida casi parece una cárcel de la que debemos huir porque la libertad que disfrutamos en ella nos impide saber quiénes somos. Nada más fácil entonces que mentir para sobrevivir al reto de ser libres. Es casi un destino inevitable porque cuando se ansía conocer la verdad siempre se termina por olvidarla. Es entonces cuando la tentación que produce el fracaso nos lleva a pensar que ni la verdad ni la mentira son reales, queremos creer que ambas son meros inventos de filósofos locos. Si así fuera, ésa sería la esencia de la libertad, pero no es así.

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