2 Febrero 2009
4. La caricatura.
Sea como sea, ese diálogo, al igual que casi todos, acaba por ser una plática vaga, medio entretenida y medio aburrida, confusa, indefinida y desordenada, en la que las frases no siempre son la consecuencia de las habidas antes, y sí de las dichas muchísimo antes, y hasta incluso, un tiempo después. Como cabe suponer, los dos protagonistas hablan también, y solamente, de objetos, entes y personas que han sido así mismas imaginadas, inventadas, como ellos dos lo son, o en el mejor de los casos, burdas imitaciones del modelo real. Pues eso es lo que al fin y al cabo parece que somos, un modelo a imitar.
Quizás ése sea nuestro objetivo en este mundo, lograr un buen retrato de nosotros mismos, y si también somos capaces, hacerlo de memoria, sin mirarnos al espejo.
Al peletero y al Gordo les une una rara vocación, ser perros de presa, presos de un ansia de sabueso. Deben encontrar un recuerdo, recuperarlo para seguir buscando. El Gordo busca para el peletero y el peletero busca para mí. Los tres somos poca cosa, débiles y extraordinariamente vulnerables y nadie debe pensar que ello es una modestia impostada, si no lo fuéramos ya no buscaríamos más, si no lo fuéramos aquello que hallamos un día no sería ni siquiera un recuerdo y no nos seguiría doliendo hasta hacernos olvidar el dolor de morir.
Hace un tiempo destacaba en “El peletero simulador” una anécdota muy sugestiva y graciosa, y aunque sea repetirme pienso que es una buena manera de empezar. Es decir, cuento que contaba que: “En “Los siete pilares de la Sabiduría”, T.E. Lawrence nos cuenta que en una de las interminables y múltiples comidas a las que es invitado por parte de la aristocracia beduina en sus amplias y hermosas tiendas, a cada uno de los comensales se le pide, para amenizar la velada, que explique una historia ocurrente y graciosa, un “chiste” incluso. Al pobre Lawrence no se le ocurre nada que contar, al final y como consecuencia de una buena capacidad de improvisación obsequia a todos sus compañeros con una imitación de cada uno de ellos, de su manera de hablar, de sus acentos peculiares, de su gestualidad, de su expresividad. La sorpresa de todos es mayúscula, pues y según parece, en la cultura bedú no era nada habitual la caricatura. Después del primer desconcierto y boquiabierto y fascinado silencio entre los comensales, estallan las carcajadas sinceras y Lawrence es querido un poco más por sus amigos.”
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