jueves, 24 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Pasado mañana (1 de 3)


8 Diciembre 2008

Pasado mañana se va y me ha pedido que la acompañe al aeropuerto, que la lleve con mi automóvil y que la ayude con las maletas.

Le he dicho que sí, naturalmente. Pero todavía queda mucho tiempo hasta pasado mañana. Todo lo que resta de hoy, mañana entero, con sus veinticuatro horas incluidas y sus más de mil minutos, y cerca de diez horas más de pasado mañana hasta que la vea desaparecer por la puerta de embarque. Su avión sale cinco minutos después del mediodía. A esta ahora, en el preciso momento en que el aparato se eleve, yo ya estaré de regreso, instalado de nuevo en mi despacho con mis cosas y mis próximos mañanas y pasado mañanas. Pero aún faltan muchas horas para eso y es posible que me desdiga de mi compromiso y ella deba irse sola, en un taxi y cargar con sus flacos brazos esos fardos de maletas que parecen estar llenas de oro, pero que no transportan nada más que chismes, ropa, cremas y algún que otro triste y apolillado recuerdo, fotografías, joyas, bisutería, libros y cosas así. Medio regalos, obsequios, objetos sin más, obtenidos en momentos llenos de alegría, tristeza y emoción, y que uno desea perpetuar y que se conviertan en símbolos que alberguen y conserven instantes que solamente vivirán hasta que otros ocupen su lugar.

Han sido cuatro años conviviendo juntos y ella afirma convencida que el último ha sobrado, que nos lo hubiéramos podido ahorrar. Seguramente tiene razón, las cosas son así, pero yo daría cuatro años más de mi vida por volver a vivir cuatro años más con ella. Se lo he dicho, tal cual, usando esa hipérbole olímpica del cuatrienio. Me ha mirado y ha sonreído condescendiente. Sí, lo sé, me ha respondido, sé que todavía me quieres y me duele. Pero tus sentimientos ya no son asunto mío, no dependen de mí, ha continuado. Ahora debes enfrentarte a tu recta, y ya sé que escasa, voluntad. Amarme o no, depende de ti, es tu responsabilidad. No me mires así, ¿por qué crees que te pido que me acompañes?, me ha preguntado al final.

Debes venir, ha dicho señalándome con el dedo, cargar con las maletas, conducir tu automóvil hasta el aeropuerto, dejarme en la puerta más cercana a los mostradores de mi compañía aérea. Luego deberás ir a estacionar el coche en uno de esos miles de cubículos que hay para aparcar. Regresar después andando a por mí, aprovechando las cintas transportadoras. Buscar una carretilla, cargar en ella el equipaje, pero sin soltar de tu mano mi portafolio donde tengo mis cosas más importantes. Ir hasta el mostrador adecuado, hacer para mí el correspondiente embarque de las maletas, y toda la facturación, pagar el sobrante de peso y cuando ya estemos listos y sin bártulos encima, me invitarás a un café. Lo tomaremos sin decir nada pues ya nada tenemos que decirnos. La conversación que liquidó nuestro compromiso fue rápida, casi telegráfica, apenas cuatro escasas palabras y un adiós seguido de nuestros nombres. Somos personas civilizadas, dijo.

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