1 Diciembre 2008
Debía de haber hecho el pago el pasado día 29, hoy estamos a 8, apenas han pasado 10 días. La deuda no alcanza los 250 euros, pero aunque es una pequeña cantidad me es imposible hacerla efectiva.
Desde hace cuatro días me llaman cada tarde, y me repiten las mismas palabras exigiéndome el pago inmediato. Yo les respondo que podré hacer el correspondiente ingreso o transferencia el próximo día 20, de aquí a doce días. Ellos me indican que no pueden esperar tanto, que debo regularizar la situación mañana sin falta. Me dicen también que firmé con ellos un contrato y que debo cumplirlo. Les respondo que el primer interesado en solucionar esa desagradable situación soy yo mismo, pero que antes del día 20 me será imposible. Ellos insisten en que no pueden esperar, y que esta demora en la cancelación me va a generar intereses y comisiones. Les digo que lo comprendo, pero que hasta que no llegue el día 20 no podré pagarles; añado que esa información ya se la he comunicado a otros compañeros suyos que me han llamado los días pasados. La persona que está al otro lado del aparato me responde con el mismo tono de voz, pausado, educado, con esa dulce melodía latinoamericana, que me llamarán cada día hasta que yo realice el pago. ¿Cada día?, pregunto, sí señor, me responde tranquilo, cada día, todos los días de la semana y del año, aunque sea bisiesto, incluso en Navidad o fin de año. Me callo, no digo nada ni nada respondo. Mi interlocutor entonces rebobina la cinta y vuelve a empezar preguntándome si será posible que yo realice ese pago mañana mismo, que es lo más conveniente para mí para no generar gastos innecesarios. Le respondo una vez más que no, que no podrá ser hasta el próximo día 20, de aquí a doce días, él me contesta que no pueden esperar, que debo conseguir el dinero como sea y pagarles mañana. Les reitero que no puedo conseguir ese dinero. Por fin me dice que entonces irán llamándome hasta que yo les pague, me desea que pase y que tenga un buen día, lo hace con esa cantinela y en esa fórmula educada que usan esos países americanos. Yo le respondo que también le deseo a él que tenga un buen día.
Y colgamos.
No son unos mafiosos. Esos con los que hablo no son nada más que una variante contemporánea del esclavo, unos empleados que por poco dinero defienden los intereses de una gran corporación bancaria mundial con sede en los Estados Unidos de Norteamérica. Que sean de allí no tiene la más mínima importancia ni revela tampoco nada especial o singular. Yo soy un ferviente admirador de los USA y de su cultura política. Ya me he visto en otras épocas en circunstancias exactas a ésa que he descrito con bancos de aquí. En este caso, como en otros, debemos recurrir a la teoría del bosque y no a la del árbol. Todos son iguales. Mi experiencia acumulada me sirve para enfrentar la situación con humor y filosofía británicos, saber trocear y compartir el disco duro de mi cerebro humano para saborear los momentos escasos y dulces del día, sin tener que preocuparme o afligirme por un mañana funesto e ineludible.
Durante esos próximos doce días que faltan para poder realizar ese maldito pago tengo 16 cortos euros para sobrevivir. Yo creo que serán suficientes para comer, tengo la despensa bastante surtida y creo que excepto los yogures y el pan, nada más deberé comprar. Quizás sí alguna manzana y tal vez un poco de pollo. Poco más, creo. Podré subsistir. En último término me quedan los amigos a los que puedo pedir que me inviten a cenar algún día en sus casas a cambio de no importunarles demasiado con esa manera mía de ser, seca y destemplada, ni tampoco sacando a relucir mi pobre y lamentable situación económica. Ellos no quieren oír problemas y mucho menos de personas cercanas y queridas como sus propios amigos, en este caso yo. Es curioso, puedes escuchar lamentos o descripciones difíciles de penas y tragedias mientras los protagonistas sean desconocidos, o al menos personas con las que no te sientes vinculado y por tanto obligado a nada. Un amigo es distinto, con él nunca sabes si debes ayudarle, de qué manera, con qué y hasta qué punto.
La amistad es una relación ambigua y extraña. La familia es diferente, en ella no caben dudas. Por esa razón, cuando se es adolescente, se prefieren los amigos, se dice la tontería esa de que a ellos los eliges y que en cambio la familia te viene impuesta por el azar y la genética.
Esa es también la razón del éxito espectacular de las relaciones por Internet. En la red se crean grandes amistades resguardadas por la distancia y en muchos casos por el anonimato que te protege y preserva de los demás y te impide sentirte obligado con ellos. Es todo un mundo de palabras. Nada más.
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