Quan el poeta canta és millor emmudir i escoltar. Com quan em mira el pare.
Mut.
Mut de veure’t sortir del mirall amb cara de dir:
+“tinc una mica de fred, quina hora és?, i el meu cabell?, no era negre abans?”
Alicia, oi?
+No, Estimada.
Com?
+Estimada, em dic Estimada
Doncs jo, Pere, jo em dic Pere. Molt de gust en coneixer-la.
+Igualment. Pere…, com Sant Pere?
No, com un meu avi, un pagès aixut que feia vi.
+Ah, sí?
Sí, vi fosc, tant aspre com ell, espès, negre, negre com…, com…
+La sang?
Sí, això, la sang de…, de…
+…La sang de Crist?
És clar!, la sang d’Ell. Cóm ho saps tot això, nena?
+És que…
És…?,
+És que…, em costa de dir-ho,
No tinguis por, parla, sóc amic.
+Jo el vaig matar.
Què?, a quí?, a Crist?
+Sí, a Ell.
Però…, cóm pot ser?, que estàs boja?, qué dius?
+No, no ho estic, el meu veritable nom és…, em dic…
Com?
+Françoise Sorya Dreyfus.
Ah!, ara ho entenc, així doncs, vas ser tú.
+Sí.
_______________________________________________________________________________________
(Aimée, El peletero, 18 de gener de 2008)
Cuando el poeta canta es mejor enmudecer y escuchar. Como cuando papá me mira.
Mudo.
Mudo al verte salir del espejo, con aspecto de decir:
+“tengo un poco de frío, ¿qué hora es?, ¿y mi cabello?, ¿antes no era negro?”
Alicia, ¿verdad?
+No, Amada.
¿Cómo?
+Amada, me llamo Amada
Pues yo, Pedro, yo me llamo Pedro. Mucho gusto en conocerla.
+Igualmente. ¿Pedro…, como San Pedro?
No, como un abuelo mío, un campesino adusto que hacía vino.
+Ah, ¿sí?
Sí, vino oscuro, tan áspero como él, espeso, negro, negro como…, como…
+¿La sangre?
Sí, eso, la sangre de…, de…
+¿…La sangre de Cristo?
¡Claro!, la sangre de Él. ¿Cómo sabes todo eso, niña?
+Es que…
¿Es…?,
+Es que… me cuesta decirlo
No tengas miedo, habla, soy amigo.
+Yo lo maté.
¿Qué?, ¿a quién?, ¿a Cristo?
+Sí, a Él.
Pero…, ¿cómo puede ser?, ¿estás loca?, ¿qué dices?
+No, no lo estoy, mi verdadero nombre es…, me llamo…
¿Cómo?
+Françoise Sorya Dreyfus.
¡Ah!, ahora lo entiendo, así entonces, fuiste tú.
+Sí.
________________________________________________________________________________________
(Aimée, El peletero, 18 de enero de 2008)
Françoise Sorya Dreyfus (Anouk Aimée), nació en Paris algún día del pasado siglo.
____________________________________________________________________________________
Y todavía sigue viva.
Ganó un Oscar a la mejor interpretación femenina el año 1967, por la película “Un homme et une femme” de Claude Lelouch.
Su apellido la señala como judía, y también su belleza semita.
Las hijas de Sem son las más bellas y las que mejor huelen de toda la Tierra.
¿Por qué?
Porque el desierto no huele a nada, está limpio como decía Lawrence. Alguien le ha robado el olor, como dice Pere.
Y lo está porque todo su aroma y perfume es absorbido por la leche de las camellas, la piel y la carne de los corderos, el agua de los pocos pozos que allí hay, y las axilas de sus mujeres. De las que brota eso que el mismo San Pedro indica, como la más excelente fragancia que nariz humana puede respirar. El sudor.
No hay nada mejor en este suelo que pisan nuestros pies que estas cuatro cosas. Ellas han vaciado y limpiado el desierto, llevándose todos sus rastros, dejándolo con las apenas invisibles estelas del Siroco .
Estas cuatro maravillas juntas han dado lugar a grandes disputas y a terribles guerras bíblicas, que duran siglos y que nunca se cansan de producir muertos y dolor.
Por eso las hijas de Sem son las más bellas de todas las otras hijas de los hombres.
Y sus hombres también los más celosos, tanto que tuvieron que inventarse al más celoso de todos los dioses para guardarlas. Vana pretensión.
Pero Françoise, además de judía es también una francesa de ilustre apellido, “Dreyfus”. Apellido que casi logró partir a Francia en dos mitades asimétricas y que puso de relieve que la revolucionaria República puede llegar a ser tan mezquina como cualquiera.
La pobre Françoise no mató a nadie, pero como todos matamos a Jesús, ella también. Además, al simular en el poema esa confesión de asesinato del Hijo de Dios, le otorgo una aureola mítica, de prostituta bíblica, de Esther, de Judith, de Ruth. Incluso de troyana, de Helena o de Afrodita oscura, morena, negra, de ese negro plateado que tienen los tiburones del Mar rojo.
Tan salada y compacta como su mar, ese que está muerto y que recibe, no sabemos para qué, al río Jordán.
Ella en cambio, especialmente Françoise, parece verter en nosotros un temor escondido. Nos lo traspasa, nos lo transfiere, nos lo cede, nos lo regala, es su dote. Como Pere advierte con perspicacia, parece salir de un espejo.
Trastornada.
Ese temor es en pago a deudas millonarias. Así nos paga nuestras atenciones, con miedo. Así se conforma nuestro deseo de ella, ése que ella misma nos reclama desde una soledad geográfica, geológica.
Su soledad se puede dibujar, es topográfica y casi topo-trágica.
Es la soledad de las piedras.
Hay dos clases de piedras, me dijo un día Pere, las piedras macho y las piedras hembra. Ella es una piedra hembra, negra y hembra.
Esa cualidad de piedra negra es la que le otorga un don especial, mórbido y muy peligroso, para ella misma y para los que la miramos. Françoise, por más bien vestida que esté, por más bien elegidos que sean sus modelos, siempre parece ir desnuda.
Desnuda como una piedra negra.
Como la sangre que mana, que nunca es roja ni azul.
Negra como cualquier noche romana, o alejandrina, cálida, calurosa y espesa.
Férrea.
Sólida.
Siempre escoltada por alguien que parece no tener ninguna clase de problemas, o acompañada por Marcello, el indolente, Marcello, el bello.
Ella con sus gafas de sol en plena noche y dispuesta a llevar a su casa, en su flamante y caro deportivo, a una prostituta callejera que ya ha terminado su jornada laboral. Llevarla no por caridad, o por hacerle un favor, no, solamente por curiosidad, nada más que por eso.
Simple curiosidad, pero… curiosidad, ¿de qué? Ni ella lo sabe.
Pero sí sabe, como lo sabemos nosotros, que tuvo un gran acierto al elegir su “otro” nombre, no podía ser ninguno más que ése:
“Aimée”.
Ya sabemos que la imagen que reproducimos no es una fotografía, sólo un fotograma de una película, ambas cosas son muy diferentes, pero nos gusta decir que parecen Jesús, Magdalena y la Virgen María y a continuación destacar que la prostituta a quien mira, no es a él, es a ella.
Eso es lo que Pere siempre afirmaba entre hombres de confianza. “Las buenas prostitutas saben que con quién deben tratar es con ella y no con él ”.
“Y eso, ¿tú cómo lo sabes?”, le preguntaba yo. Entonces se reía y nos contaba aventuras de la guerra, en las que siempre aparecía por allí alguna que otra morena guapa parecida a Françoise.
Christos lo escuchaba sonriente, mientras Dimitris se lo miraba callado y atento.
A mi lado, Vanguelis cantaba en su griego con acento eslavo:
1:5 Soy morena, pero hermosa,
hijas de Jerusalén,
como los campamentos de Quedar,
como las carpas de Salmá.
1:6 No se fijen en mi tez morena:
he sido tostada por el sol.
Los hijos de mi madre se irritaron contra mí,
me pusieron a cuidar las viñas,
¡y a mi propia viña no la pude cuidar!
(La hermosura de la Amada, Primer canto, Cantar de los Cantares)
2 comentarios:
Sem. Cam y Jafet
Yo soy morena porque me besa el sol.
Bello Pele ♥
Pues vigila el sol, bella “paraula”, es malo para el cutis.
Saludos.
Publicar un comentario