22 Junio 2008
8 de abril
Hace unos pocos días, mi querida lagartija, me preguntabas por esa fijación humana en la descripción onírica y poética del paisaje. Ese querer ver bondades en algo que siempre es hostil a la vida y no es en ningún caso ni tu madre protectora ni tu amante ardorosa. Ni tampoco un padre que te guíe y te enseñe con su ejemplo, sin sermones y solamente con su saber estar.
Yo quise hablarte de poesía y te leí un texto mío que canta los pechos de las hembras humanas. Me escuchabas con atención, siempre has sido un saurio respetuoso y curioso. No entendiste nada de ese canto, no cabe en tu sensibilidad que un varón de mi especie pueda considerar seriamente que entre los pechos de una mujer se puedan albergar sus sueños, y su sexo sureño atesore más poder que la amapola “Papaver somníferum”, conocida popularmente como opio.
Te intriga esa capacidad humana para convertir en palabras las ilusiones, tú que solamente sueñas colores y algún que otro olor disperso en el aire, olores de amenazas y necesidades, aromas de futuros cortos como esos perfumes de verano.
Mis malos poemas de amor no sirven de gran cosa a una lagartija, por eso te leí uno de Bertolt Brecht, no sin antes preguntarte si en alguna ocasión te habías encaramado, trepado, a algún árbol, me respondiste lo que ya debía suponer, que no te acordabas, pero añadiste que dicho así parecía tan peligroso como tentador. Lo dijiste sin inmutarte, como casi todo lo que dices, entonces yo te respondí que tu respuesta era poesía, ¿el qué?, ¿mi respuesta es poesía?, preguntaste sin entender el sentido de mi afirmación. El coraje que en ella hay, añadí. Al oírme te quedaste en ese silencio meditabundo tuyo que tanto me gusta.
Escucha te dije. Y te leí el poema de Brecht.
1
Cuando salgáis del agua, ya a la caída de la tarde
-y estéis desnudos, sintiendo la piel tan suave-
trepad a los grandes árboles
al soplo de la brisa, contra el cielo pálido.
Buscad árboles grandes que en el crepúsculo
mezan sus negras cimas lentamente.
Y esperad la noche entre el follaje
donde revolotean apariciones y murciélagos.
2
Las ásperas hojitas de los matorrales
os arañarán la espalda, al apretarla con fuerza
para subir trepando entre las ramas
casi sin aliento. ¡Es tan hermoso
mecerse sobre un árbol!
¡Pero no os deis impulso con las rodillas!
Tenéis que ser al árbol lo mismo que su cima:
lleva un siglo meciéndola en cada atardecer.
(Del trepar a los árboles, Bertold Brecht, traducción de José Muñoz Millanes)
Moviste la cola un par de veces y te quedaste mudo.
Yo también permanecí en silencio, sentado en mi silla de madera, que un tiempo después rompió una amiga gordita y apasionada.
Ambos nos quedamos uno al lado del otro el resto del día.
Cuando vimos oscurecer nos miramos, y yo recordé cosas y tú cambiaste de baldosa.
Se hizo tarde y terminó por anochecer.
Te miré de nuevo y ya te habías ido.
23 Junio 2008
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