lunes, 8 de junio de 2009

El peletero/Augustus y Fidelius (El amor no consumado) (y 2)




19 Mayo 2008

-Querido padre, me he dado cuenta que en las cuatro películas que mencionas las protagonistas son monjas.

-Es cierto, dos católicas y dos protestantes.

-¿Por qué?

-Me gustan los hábitos.

-Creo que te gustan más las monjas.

-También, ambas cosas son lo mismo.

-¿No era al revés? ¿El hábito no hace al monje?

-Esa frase es verdad a medias, pero es indudable que un buen hábito siempre mejora el aspecto de quien lo lleva, eso sí, solamente el de los muy guapos y muy guapas.

-¿Por qué?

-Es una prenda difícil, estéticamente arriesgada, demasiado buena, casi perfecta, no todos los cuerpos ni todas las caras pueden lucirlos. Los hábitos y los uniformes siempre demuestran que la estética y la ética son la misma cosa.

-Angie Dickinson y Candice Bergen no lo llevan.

-Peor para ellas, con el hábito mejorarían.



-El que está horrendo y muy ridículo es David Farrar en “Narciso Negro”, con un feo gorro de paja deshilachada y esos pantalones cortos, demasiado cortos, y ese aire de turista británico, bebedor y sin ningún penique en el bolsillo, sin nada del glamour de otros aventureros y desarraigados del cine. -Está grotesco, tienes razón, pero permite destacar mejor la belleza de todo lo que le es ajeno. A pesar de ello Deborah Kerr se enamora de él.



-Tampoco hay nadie más del que pueda enamorarse, padre.

-Claro que sí, hay muchos hombres, sultanes y príncipes, pobres y ricos, campesinos, esclavos, santones y gurús. Tiene donde elegir.

-Ella, y también otra monja, la que después enloquece. Son dos mujeres blancas que se enamoran del único hombre blanco que allí hay. ¿Es un prejuicio racista?

-Por supuesto que no, hijo, ellas y él son las únicas personas que encontramos que intentan no dejarse vencer por la descomunal y arrebatadora belleza del paisaje en el que viven, por su fuerza y por su inmisericordia y su falta absoluta de piedad. Un valle recóndito en unas montañas perdidas de la India. Todos los demás habitantes de ese valle apenas se distinguen del verdor de sus montañas, no hay ninguna diferencia entre ellos y las cabras que pastan. Él es un agente comercial, borracho y fumador de pipa; esa pipa es lo único que le da un poco de prestancia a su porte desmadejado y abandonado. Está harto de todo aquello, y está anhelando marcharse lo antes posible de allí. Hasta que llega…

-Hasta que llega una monja muy bella vestida de blanco inmaculado, y con un rostro todavía más blanco, como si fuera una novia, llena de energía y dispuesta a convertir el burdel y el harén vacío donde se hospedan en una verdadera escuela y hospital. Una monja que años atrás, antes de tomar los hábitos, había estado enamorada de un hombre y a punto de casarse con él. Por eso se convierte en monja para huir de aquel fantasma, ¿verdad padre?

-Ella cree que no, el caso es que en estas montañas la naturaleza la derrota por partida doble. La belleza de la tierra con todo su terrible hechizo y poder hace fracasar sus planes y los de su congregación. Empieza a albergar dudas sobre su fe, la población nativa se muestra indiferente, una de sus compañeras renuncia, otra se vuelve loca, una tercera solamente trabaja como un robot y ella se enamora sin ruido, ni siquiera ruido en el alma, ni mariposas en el vientre, ni temblor en las piernas, ni más latidos de la cuenta en el corazón, ni tampoco sonrisas en el rostro ni deseos de la carne. Nada de eso. Se enamora de alguien tan perdido como ella, que suple, para no volverse loco, con alcohol y cinismo barato esa soledad. No está allí, a diferencia de ella, para una misión caritativa, no es ninguna ONG como diríamos ahora, está para comprar y vender cosas con dinero, eso que todo el mundo dice que apesta pero que todos ansían acumular. Quiere hacerse rico. ¿Para qué quiere hacerse rico?, ¿lo sabes tú, Fidelius?

-Mi poca experiencia me dice que la gente común piensa que la riqueza es un remedio infalible para dormir, algo así como un ansiolítico, pero no es del todo verdad, el dinero básicamente sirve para construirse un pasado. Todos piensan que es algo que tiene que ver con el futuro, y en realidad tiene que ver con el pasado. Los primeros burgueses ricos, cuando reunían el suficiente dinero, lo que hacían era comprar títulos de nobleza.

-Tienes mucha razón, hijo. Ambos, ella y él, se encuentran sin pasado, o al menos con un pasado que no sirve ya para nada, y con un presente que está fracasando en una tierra que les es extraña y hostil.

-Dices que se enamoran, padre, pero no hay palabras de amor, ni besos, ni abrazos, ni siquiera una simple caricia, ni mucho menos sexo. No hay ninguna manifestación explícita entre ellos dos de amor o enamoramiento.

-Explícita no.

-¿Implícita sí, padre?

-Sí, pero de una manera muy peculiar. Sus palabras de amor consisten en conversaciones útiles sobre el día a día, o en como reparar un desperfecto de fontanería. Son conversaciones profesionales que lo único que ofrecen es proximidad física y conversación técnica. Aparte de las ironías y el sarcasmo de él y de los intentos de ella por defenderse, no hallamos nada más que no sea hablar, como mucho, del sentido que tiene para cada uno su presencia en aquel agujero del mundo. Él se burla y ella desprecia su egoísmo. Al igual como ocurre en “Historia de una monja” y las conversaciones que mantienen ella, monja enfermera, y él, médico cirujano laico, destinados los dos en una misión en el Congo belga. Nadie nunca traspasa ningún límite, pero en la tranquilidad y el sosiego que ambos demuestran saltan chispas invisibles que serían capaces de incendiar toda la selva que los envuelve.



-En “The Sins of Rachel Cade” (El Yang Tse en llamas) ella sí que se enamora de otro, ¿no?, de un guapísimo y joven Roger Moore, y en este caso consuman totalmente ese amor, ella queda embarazada de él.



-Sí, pero Roger Moore no es el protagonista masculino, es un personaje secundario, excepto por el hijo que engendra con ella y que lo perseguirá el resto de su vida. Como diría Anna, la amiga de María, no es el que escribe las cartas, no es José, es el amigo de “físico portentoso y rostro hermoso”. El protagonista es otra vez Peter Finch, que interpreta el papel de jefe de policía de la metrópoli, en un rincón perdido de África –también el Congo belga-, y que debe negociar constantemente la tranquilidad política con el jefe de la tribu. Un verdadero rey de su pueblo, un “hombre político”, un perfecto Maquiavelo lleno de inteligencia, sutilidad y fina ironía. Un Rey con el que el jefe de policía, Peter Finch, un simple funcionario, debe tratar con la deferencia y el respeto debidos, como si estuvieran en una gran cumbre de Jefes de Estado.




-En todas estas películas los personajes viven fuera de su país.

-Vivir fuera de tu país siempre desarraiga y vacía el cuerpo, como si te lo purgaran. Después tienes la sensación de volar, y casi siempre también de una cierta impunidad. Vivir fuera de tu país es estar lejos. El concepto de lejanía existencial siempre es en relación a tu casa, eso lo dejo muy claro Kavafis en uno de los mejores poemas del siglo XX y Lawrence en unas páginas desgarradoras por lo lúcidas, claras y contundentes que son. La impunidad es un estado del alma que va muy unido al anonimato, e igual que éste otorga una falsa patina de libertad como muy bien apunta Anna en su blog. Esa impunidad es la que María quería conseguir en ese jardín secreto que era su blog apócrifo y pensar de esta manera que era libre, cuando sucedía todo lo contrario. Su jardín era una cárcel.

-Y a Rachel la engaña Roger Moore, un aviador herido caído del cielo en paracaídas, un verdadero ángel.

-Claro, Rachel no se puede resistir.

-Quizás no es muy lista, padre.

-¿Por qué dices eso?

-¿Por qué dices tú que no se puede resistir?, ¿a qué no se puede resistir?, ¿a la obviedad de su belleza?, ¿a su propio deseo?, ¿a las mentiras?

-Son muchas cosas, casi nadie puede resistirse a todas ellas juntas y al mismo tiempo.

-Te veo cansado.

-Déjame leerte la reseña de una novela de un escritor norteamericano muy apreciado, Richard Ford y su última obra traducida, “The lay of the land”, aquí “El día de Acción de Gracias”

-Lee.

-Leo lo que escribe Robert Saladrigas en el Suplemento “Culturas” de la Vanguardia de Barcelona del 9 de abril de 2008.

“El protagonista, Frank Bascombe, es un “alter ego” del propio Ford. En la novela, Frank ha cumplido ya los 55 años, es propietario de una próspera agencia inmobiliaria, vive en una hermosa casa frente al mar en un lugar ficticio de Nueva Jersey llamado Sea-Clift. Hace unos meses su segunda mujer, Sally, lo abandonó para volver con su primer marido al que supuestamente se daba por desaparecido en Vietnam, y poco después le fue diagnosticado un cáncer de próstata que hizo necesario implantarle semillas de titanio en la clínica Mayo. De manera que Bascombe, en pleno auge de la especulación del suelo, sigue vendiendo fincas con una pasmosa facilidad al mismo tiempo que la conciencia del abandono afectivo y la pérdida de facultades le aboca a una doble e irreversible aceptación: la soledad y la decadencia física. Ambas le abren los ojos para ver lo que hasta ahora se había negado a admitir: que su yo presente se sostiene en la memoria del pasado y frente a él, en un difuso futuro, identifica la muerte ante la que se siente indefenso, moralmente desprotegido.

Ellas son las únicas “certezas” que moldean su mirada entre cínica y amarga a lo largo de las dos jornadas previas al día de Acción de Gracias."

-¿Estas enfermo, padre?

-No hijo, no lo estoy. Trataba de establecer una comparación, quizás no afortunada, entre esos amores no consumados y la amargura, la tristeza y la pérdida. En todas esas películas encontramos mujeres entusiastas, sacrificadas y muy valientes, tanto como ingenuas. Ellos en cambio son unos descreídos, no paran de advertirlas, primero abruptamente, luego de manera suave y después con la más absoluta ternura, que el final de su camino, el de ellas, es el fracaso, y que su viaje es un absoluto error, que no deben anhelar ni esperar ninguna clase de éxito, que deben prepararse para el desencanto y la frustración. Que no deberían haber venido nunca y que lo mejor que pueden hacer es irse a casa.

-Quizás deberían callar y alentarlas.

-¿Mientes a menudo, hijo?

-¿Qué?

-¿Cuántas veces has dicho “te quiero” a alguien no siendo verdad?

-¿Por qué debería haber hecho eso?

-No lo sé, respóndeme.

-¿Cuántas veces lo has dicho tú, padre?

-La pregunta es mía.

-Pero soy demasiado joven, apenas un niño, no puedo mentir así.

-No es cierto, la edad no tiene nada que ver ni con las mentiras ni con el amor. Responde.

-(…)

-Responde, Fidelius.

-Lo haré si luego respondes tú a la misma pregunta.

-De acuerdo.

-Una vez, padre. Una vez le mentí a una muchacha. Le dije que la quería y no era cierto.

-¿Por qué lo hiciste?

-Para tenerla.

-¿Por qué querías tenerla?

-Era muy bella.

-¿Y la tuviste?

-Sí.

-¿Y?

-Ella no me tuvo a mí.

-Y eso no te gustó, ¿verdad?

-No. (…) Responde tú ahora, padre, es tu turno.

-Lo haré, pero antes debo terminar con todas esas historias, hijo.

-Eres un tramposo, has dado tu palabra, padre.

-Y la cumpliré, no temas, no serán mil y una historias, pero recuerda que no hemos pactado plazos. Así aprenderás cómo se hacen los tratos.

-(…)

-No pongas esa cara de niño enfadado.

-Pongo la que me da la gana.

-Pones la que tienes, nada más, no seas impertinente. Y ya es hora de que empieces a trabajar el rostro.

-¿Y eso?, ¿cómo se hace?

-Hay dos maneras.

-¿Cuáles?

-La A y la B.

-O.K., entendido, gracias por burlarte de mí.

-Discúlpame Fidelius, no sé cómo uno construye su propia cara, eso se lo deberíamos preguntar a Steve McQueen, una de las mejores caras de Hollywood, pero ya está muerto.

-Yo se lo preguntaría a los Rolling Stones.

-Tienes razón, mucho mejor a los Rolling.

-Por cierto, en esta otra película, “The sand pebbles”, los personajes son distintos a los otros. No suceden las mismas cosas.

-Ella, Candice Bergen, es igual que las demás, el diferente es él.

-¿Por qué es diferente?



-Porque no la quiere convencer de nada, ni advertir de nada, hace eso que dices tú, callar. Es un marino, mecánico de la Marina norteamericana, desobediente y rebelde, le gusta la bronca y quiere sinceramente a sus amigos y siempre que puede les ayuda aunque sea a bofetadas, pero calla. Es un tipo legal y leal, valiente y decidido. Pero calla.

-¿Y ella?

-Como las demás, un ser exquisito, ingenua, bondadosa, inteligente, entusiasta y extraordinariamente bella. Demasiado bella.

-¿Demasiado?

-Demasiado para mí, las mujeres tan bellas llegan incluso a dolerme sólo de mirarlas, dan la sensación de impostura. Y Candice Bergen es una rubia muy bella, con una sonrisa deliciosa y es casi tan elegante como Audrey. En esta película los dos sí llegan a confesarse su amor, pero no llegan a consumarlo. Él muere, mejor dicho, lo matan en una refriega, es un pequeño matiz importante, creo.

-Es una película triste, ¿verdad?

-Sí, las historias de viajes en las que muere alguien son muy tristes.

-¿Por qué?

-Porque son dos viajes en uno.

-¿Cuántas veces has dicho “te quiero” a alguien no siendo verdad, padre?

-Varias, hijo, he dicho esa mentira en varias ocasiones.

-¿Por qué lo hiciste?

-Esa es otra pregunta que necesita de otro trato.

-Sabía que me darías una respuesta así.

-El amor, hijo, no es algo que tenga que ver con los tratos, pero todo el mundo quiere que el suyo sea correspondido, nadie está dispuesto a dar aquello que el otro no está dispuesto a ofrecer.

-Eso ya lo sé, pero esos amores que me cuentas, eso que tú llamas no consumados, ¿qué significan exactamente?

-Tal vez he cometido un error al nombrarlos así. Quizás no son amor, ni enamoramiento, excepto el de “The sand pebles”.

-¿Qué son entonces?

-No lo sé muy bien, no estoy seguro, pero sí puedo afirmar que en todas esas historias hay algo que no se consuma, que no llega a realizarse, es un viaje que no termina. No son ni siquiera amores abortados. Es algo que queda suspendido en el aire, en un limbo extraño. Es una nube que pronto agotará su agua, apenas unas cuantas gotas y desaparecerá entre muchas otras como ella, condenadas al mismo fin.

-Pero debes terminar de otra manera esta narración, en algún lado debes ubicar el amor.

-¿Por qué?

-Porque el amor es importante, puede que sea afectado, pero es importante.

-Tienes razón, hijo, pero el amor no puede ser correctamente metaforizado. Lo ha sido demasiado en el pasado y en la misma actualidad, excesivas veces se lo ha intentado dibujar. El amor es demasiado importante para hablar de él usando imágenes que lo evoquen, es inaprensible, quizás por eso los protagonistas de estas y de muchas otras historias no llegan a… ¿consumarlo?, no les cabe en la cabeza ni en el estómago. Por eso hablan del trabajo, de la fontanería, de política. Hablan de otras cosas y nunca del amor. Hacen bien, hablar de otras cosas es la mejor manera de hablar del amor.

-¿El amor es demasiado importante como para hacer poesía de él, padre?

-Claro, así lo creo. Por eso la poesía amorosa acostumbra a ser mala. La poesía amorosa es una tautología, como la psiquiatría emocional, o la medicina curativa, la justicia equitativa, el comercio justo o los proyectos de futuro. O cómo afirmar o preguntarle a alguien si está a favor de la vida, o si le gusta la música. En una ocasión María se lo preguntó con cariño a José y él la ridiculizó. No fue muy galante.

-Y tú, ¿eso cómo lo sabes?

-No hagas preguntas, hijo, que no puedo responder.

-Estoy pensando, padre, que la versión oficial que se narra en los Evangelios canónicos , cuenta también una relación amorosa no consumada, la de Jesús y Magdalena, ¿no?

-Cuenta dos historias, también la de María y José. Y quizás tres.

-Pero la historia de los blogs apócrifos sí fue consumada, ¿no?

-Eso parece. Si los protagonistas fuesen realmente de carne y hueso deberían ser ellos quienes lo contasen, pero eso solamente es literatura.

-¿Entonces?

-¿Entonces?, nada.

-¿Por qué lo hiciste, padre?, ¿por qué les mentiste a esas mujeres?

-Porque era lo único que ellas estaban dispuestas a oír.

-¿Te arrepientes?

-Yo sí, pero creo que ellas no.

-Eres un presuntuoso y un farolero, padre.

-Sí, lo soy.

-¿Cuál es la tercera historia no consumada que narran los Evangelios canónicos, padre?

-¿A ti qué te parece?

-Descartando al asno y al buey no sé que decirte.

-Piensa un poco.





PD. Son muy abundantes las historias sobre amores fallidos, en cambio, las que relatan amores no consumados son mucho más escasas.

Valga como nota al margen la película que vi por enésima vez ayer mismo, 7 de junio de 2009, “The remains of the day”, más de un año después de haber escrito esta pantomima de conversación entre un padre que no existe y un hijo que nunca existirá, sirva pues como un ejemplo perfecto de amor no consumado esta pequeña obra maestra de la cinematografía británica, en la que el protagonista masculino no es ningún médico, agente comercial o jefe de policía en alguna colonia lejana del Imperio Británico, solamente es un mayordomo. Y ella no es tampoco ninguna monja, es la gobernanta de la mansión de un Lord inglés, ingenuo, bobo, bienintencionado y peligroso en su bondad de aficionado. Ellos, el mayordomo y la gobernanta, colaboran y se complementan perfectamente en el trabajo cotidiano, él es el único tema de conversación, las obligaciones y las necesidades del día a día con todos los problemas que aparecen y deben ser solucionados con prontitud, destreza y rapidez. El trabajo es la única razón para estar próximos el uno con el otro.

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