jueves, 7 de mayo de 2009
El peletero/El blog apócrifo de María (4 de 7)
13 Marzo 2008
Es alguien que habla de mí, que me riñe, que me aconseja y que me confiesa su amor. Al final de las cartas hay un nombre, un nombre corto, no sé quién es. Hay fotografías también, mías y de alguien que debe de ser él.
No estás colgada de una soga con el infinito a tus pies y un muro infranqueable que te impide subir. No María, no. Pendes de mí y de las personas que te quieren, que son muchas, entre ellas tus hijos. Pendes de todos nosotros, también de ellos, ellos son también tu muleta aunque no lo parezca. (…) Tu trabajo no es en balde, tu amor es útil y ellos te lo devuelven multiplicado, tal vez tú no lo notas pero es así. María ten en cuenta que lo más fácil es no hacer nada. A corto plazo saldría barato, la factura y su cobro, llegaría después, más tarde, y no podrías pagarla. Serías una mujer seca, vacía, sin nada en los bolsillos. Nada para dar, incapaz de recibir.
Pero no es eso lo que haces. Estás cambiando muchas cosas, te estas moviendo, no estás quieta. Y lo que haces no es poca cosa. Sin temor a equivocarme acierto si digo que estás casi empezando de cero y un culpable de ello, no el único, soy yo. ¿Tú sabes la responsabilidad que eso representa para mí? Y no me importa. Eres la mujer que siempre he esperado, eres un regalo del cielo para mí, eres mi don, mi virtud, mi suerte. ¿Responsabilidad para mí?, sí, claro, y la asumo con todas las consecuencias, orgulloso de ello, animoso y contento.
Yo puedo hablar por mí, mis palabras son mías, de nadie más. Mis palabras son solamente para ti, para nadie más. Y mis palabras te dicen que yo estoy aquí, no me he movido un centímetro desde el pasado (…). Hay ocasiones en las que no soy muy hábil, ni muy certero y nada brillante. Parece que la rinitis afecte a mi cerebro, no a mi alma, a mi cuerpo, no a mi amor. La última conversación telefónica reflejó ese ánimo en los dos, ese cansancio, tú con tus contrariedades, yo con las mías. Se cuelan sin permiso, penetran por los resquicios y nos apartan el uno del otro, son malignas y dañinas. Pero nuestro amor es fuerte.
Yo puedo hablar por mí y de mí digo que me tienes totalmente. Desde (…) de kilómetros te acompaño, te sostengo y te ayudo en aquello que puedo hacer. No dudes de mí, ni tampoco de ti. Confía y concédete el permiso de cansarte, también de quejarte y de protestar.
Si quieres gritar, grita, mi boca recogerá tus gritos y te los devolverá en besos. Descansa, medita y ámame.
Te quiero a ti, quiero a mi María. Quiero a esa mujer que ahora mismo estoy señalando con mi dedo índice.
No bebo nunca, apenas una copa en alguna velada especial, pero hay noches en las que me dejo ir, y bebo, bebo mucho, hasta emborracharme, entonces su recuerdo me atrapa y no me suelta, es la única forma de conseguirlo, de conseguir ver su rostro una vez más. Ese rostro que las fotografías no son capaces de mostrarme. Es una mezcla muy intensa de dolor, amor y lástima por mí misma. Siempre termino llorando antes de acabar exhausta y rendida, y sin sentido. Lloro por él y por mí. Lloro tanto que casi me ahogo, me cuesta respirar y los hipos y espasmos me ridiculizan como un trapo viejo.
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
Julio Cortazar
Termino hecha un ovillo, enroscada y cerrada en su recuerdo y su olor, como si fuera una fragancia preciosa recluida en una pequeña botella de perfume.
“Me dices que no me imagino el poder de la palabra en una mujer a poco sensible que sea. No me lo imagino, lo conozco, María, como conozco lo rápido que pasa su influjo. Lo que no imagináis vosotras es el poder de la palabra en un hombre a poco sensible que sea.
Añadías también: “¿Quién te ha dicho que no hablamos de hombres, que no existís? Por Dios, si nos sometemos a todo tipo de torturas para gustaros... Pocas mujeres, casi ninguna, se achicharra casi todo el cuerpo con cera, se somete a regímenes bestiales, a intensivas sesiones de gimnasio y demás parafernalia solo para verse mona en el espejo.”
Las mujeres, María, como los hombres, lo que queréis es ser amadas, y para ello hacéis aquello que creéis adecuado. Eso no es hablar de hombres, eso es hablar de mujeres. Igual que nosotros cuando “hablamos de mujeres”, no hablamos de vosotras, hablamos de nosotros.
Querida María, créeme si te digo que yo lo que quiero es ayudarte. Y lo quiero por dos razones, no importa el orden, porque tú me has ayudado a mí, has sido un verdadero ángel, una hermana, una amiga, y también una mujer. Hay un antes y un después de ti.
Te quiero, María, te quiero como amiga y, piensa lo que quieras de mí, también te quiero como mujer. Y eso, repito, no tiene otra consecuencia que la de ayudarte, si eso te ayuda te lo seguiré diciendo, si te perjudica me callaré. Dímelo tú, dime si te ayuda o no.”
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