10 Marzo 2008
“άπόκρυφος” (apócrifo) es palabra griega que significa “escondido”, “oculto”, “secreto”…
-¿Qué desean tomar los señores?
Eso es lo que Juan, el camarero, les debe de estar preguntando en este mismo instante a mi marido, Enrique, y a Jorge, el marido de Anna.
Los dos están sentados en una de las mesas de la terraza del bar de la piscina del “Hotel Nefertiti”.
Los veo desde mi habitación, y aunque están demasiado lejos para oírles, puedo distinguir sus rostros morenos por el sol.
A quien sí puedo oír es a Anna, que me llama desde mi cama para que vuelva con ella.
Es una muchacha insaciable y tiene unos preciosos 25 años. Guapa, bien formada, todo abundante, con su debido tamaño, forma, color y textura.
Naturalmente, yo, con mis 58, no puedo compararme con ella, pero sí puedo afirmar con orgullo que mis clases de gimnasia están dando buen resultado y de momento me alejan del cirujano. Las señales del tiempo son por supuesto evidentes, pero aún puedo presumir de buen cuerpo. Mis pechos no son demasiado grandes, es cierto, y aunque caídos, gustan a todos, o al menos eso parece y eso me dicen. A Anna también le gustan, se esmera mucho en ellos.
Su marido, Jorge, es apenas cuatro años mayor que ella. Son dos jóvenes encantadores, y hacen una pareja armoniosa y feliz. Me gustan por muchas razones, pero una de ellas es que demuestran, sin vergüenza, tener dinero. Aceptan como algo natural que el dinero sirve para cualquier cosa que se pueda comprar, que es casi todo.
A Jorge le cae bien Enrique, mi marido. Entre los dos se ha desarrollado un mutuo interés que no es sexual. Supongo que es una amistad sincera, o en todo caso, una relación paterno filial que ambos agradecen y que probablemente necesitan.
Jorge está enemistado con su padre, hace años que no se hablan y debe de ver en mi marido a ese padre que ha perdido.
Enrique y yo tenemos un hijo y una hija, el muchacho, ha cumplido los 30 años y hace su vida totalmente independiente de nosotros. La niña tiene ya los 20 y todavía no se ha emancipado del todo, quizás por ello la vemos más a menudo que a nuestro hijo.
Según parece Jorge estaba algo desconcertado, necesitaba a alguien que le aclarase un par de cosas clave de la vida, o tres, y Enrique, no sé cómo, ha conseguido explicárselas.
Digo que no sé cómo, porque mi marido nunca ha sabido nada de la vida, ni las cosas clave ni las que no lo son, pero a veces esa misma vida es misteriosa y te sorprende con hechos inesperados. Esa amistad con Jorge ha sido uno de ellos, según parece mi querido esposo sabe “algo” importante.
Jorge debe de haber encontrado en Enrique lo que yo no he sabido ver jamás. Me alegro por él, está bien que sea así, si Enrique se siente feliz, si él lo es, yo también lo soy. Le quiero.
Jorge y Anna nos gustan, porque nosotros como ellos, tampoco escondemos nuestro dinero, no hemos sido ricos, y ahora que lo somos no queremos aparentar no serlo. Además nos gusta, al menos a mí, -nunca estoy segura del todo con Enrique-, ver el efecto que causa el dinero en los demás. Es muy instructivo.
2 comentarios:
Si yo con 58,
y alguien de 25 me llama,
salgo corriendo
porque son momentos
irrepetibles
o mas bien escasos.
Precisamente por eso muchos responden, o en todo caso nunca sabemos por qué responden algunos a según que llamadas. Mejor no preguntar, nos llevaríamos muchas sorpresas y más de una decepción.
Saludos.
Publicar un comentario