viernes, 23 de enero de 2009
El peletero/Justine y sus corolarios
8 Septiembre 2007
NOTAS A VUELA PLUMA DESPUÉS DE LA ENÉSIMA LECTURA DE “JUSTINE” DE LAWRENCE DURRELL
UNA CONVERSACIÓN CON UN FANTASMA
Y UN POEMA DE KAVAFIS
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LA PLUMA QUE VUELA Y QUE NO PESA
Nessim, hombre influyente, rico y poderoso, esposo de Justine, le habla de ella al narrador de la novela, que es precisamente amante de Justine, como también lo son muchos otros en la ciudad, hecho que Nessim desconoce pero que sospecha. Que todos sospechan. Toda Alejandría lo sabe, él no, pero quiere saberlo y para eso contrata espías, para que le digan la verdad que todos ya conocen.
- Le asombrará si le digo que siempre he visto en Justine una especie de grandeza. Como usted sabe, hay ciertas formas de grandeza que si no se aplican al arte o a la religión, hacen estragos en la vida corriente de los hombres. El error está en que Justine consagró sus dones al amor. Es cierto que en muchos casos ha sido mala, pero en ninguno de ellos su actitud tenía importancia. Tampoco puedo decir que nunca haya hecho daño a nadie. Pero los perjudicados han salido ganando. Los arrancó de sí mismos. Era forzoso que sufrieran, y muchos no han comprendido la naturaleza del dolor que ella les inflingía. Yo sí.
Y con esa sonrisa que todos le conocían, dulce y al mismo tiempo de una inexplicable amargura, murmuró otra vez:
- Yo sí.
El narrador y amante de Justine, nos habla de ella. Nos relata su primer intercambio de palabras aunque ya se conocían de vista, todos al menos la conocían de vista. Todos sabían quien era Justine.
Al principio no vi el gran automóvil que había quedado en la calle con el motor en marcha. Entró en el almacén, brusca, resuelta, y con el aire de autoridad de las lesbianas o de las mujeres adineradas cuando se dirigen a la gente evidentemente pobre, me dijo:
- ¿Qué entiende usted por la naturaleza antinómica de la ironía? O algo por el estilo.
Me miraba con desconcierto, con una franqueza que me hacía sentir incómodo, como si se preguntara qué hacer conmigo.
- Me gusta su manera de citar los versos sobre la ciudad. Usted habla bien el griego. Se ve que es escritor.
- Se ve, le respondí.
- Me gustaría presentarle a Nessim, mi marido. ¿Quiere venir?
También nos ofrece a los lectores y a sí mismo algunas reflexiones sobre el carácter y personalidad de Justine.
¿Quién puede pretender que Justine no tenía su lado estúpido? El culto del placer, las pequeñas vanidades, la preocupación por el juicio de quienes eran inferiores a ella, la arrogancia. Podía ser terriblemente exigente cuando lo quería. Sí. Sí. Pero el dinero es el que hace crecer esa cizaña. Diré solamente que muchas veces pensaba como un hombre, y en sus actos desplegaba en cierto modo esa independencia vertical propia de la actitud masculina.
(…) Ella quería robarme ese tesoro de desasimiento, la piedra preciosa escondida en la cabeza del sapo. Veía la marca de ese desprendimiento a lo largo de toda mi vida, con sus discordancias, sus casualidades, su desorden. Mi valor no residía en nada de lo que llevaba a cabo o de lo que poseía. Justine me amaba porque yo era para ella algo indestructible, un ser humano ya formado y que no podía quebrar.
Otra mujer, Clea, le habla de Justine al narrador de la novela. Ella también ha sido una de las amantes de Justine. Clea es una verdadera alejandrina, mujer solitaria que no esconde su debilidad, pero que presume, cuando es el caso, que solamente el recuerdo de su amor lésbico la sustentará el resto de su vida.
He tenido pocas experiencias; en realidad una sola me marcó para siempre, y fue con una mujer. Todavía vivo en la felicidad de esa relación perfectamente consumada; cualquier sustituto físico me parecería hoy horriblemente vulgar y hueco.
Ya te habrás dado cuenta, que ella (Justine), era la mujer de quien te dije una vez que estuve tan enamorada. (…) Justine no era realmente inteligente, sabes, pero tenía la astucia de un animal acorralado.
El narrador la escucha con atención, está empapado por la lluvia y quizás también por las lágrimas. Justine se ha ido, ha huido, la impostura era ya imposible de mantener. Acosada por los espías de su influyente, poderoso y rico marido, Nessim, huye a Israel y se instala en un Kibbutz.
Clea le cuenta un encuentro con Justine algún tiempo después de que huyera.
Quizá te interese el relato de mi breve encuentro con Justine hace pocas semanas. (…) en un primer momento me costó reconocerla. Ha engordado mucho de cara, y el pelo mal cortado le cuelga como colas de ratón. (…) No queda en ella el menor rastro de su antigua elegancia, de su chic. Se diría que sus facciones van cobrando el típico aire judío, que los labios y la nariz tienden a juntarse. Me sorprendió al principio el brillo de sus ojos y su manera casi jadeante de respirar y de hablar, como si tuviese fiebre.
En el primer momento no aludió ni a Nessim ni a ti, sino que se puso hablar de su nueva vida. Me dijo que el “servicio de la comunidad” le había dado una felicidad nueva y perfecta; su tono sugería una especie de conversión religiosa. (…) Aseguraba que en las agobiadoras faenas de esa colonia comunista había logrado una “nueva humildad”. (¡Humildad! La última trampa que espera al ego en busca de la verdad absoluta).
Dicho sea de paso, Justine no se ha vuelto marxista; es tan sólo una mística del trabajo. (…) Cuanto más la miraba y pensaba en la persona fascinante y cruel que alguna vez había sido para todos nosotros, más difícil me resultaba comprender que se hubiera convertido en esa pequeña campesina regordeta, de manos ásperas.
Quiero decir que en este caso, una vez curada de las aberraciones mentales producidas por sus sueños y sus temores, Justine se desinfló como un globo. La fantasía ha ocupado tanto tiempo el primer plano de su vida, que ya no le queda ninguna reserva. (…) Por decirlo así, junto con su sexualidad Justine ha extinguido todas sus razones de vida y hasta de lucidez mental
Al final, Clea, debe decirle al narrador que la escucha, cuáles han sido las palabras que Justine ha dicho de él. Son poca cosa y tal vez hubiera sido mejor callarse.
De ti, Justine dijo simplemente, encogiéndose de hombros: “Tenía que olvidarme de él”.
(“Justine-El cuarteto de Alejandría” Lawrence Durrell)
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EL FANTASMA Y YO
- ¿Cuántas veces has leído “Justine”?
- Varias, bastantes, me fascina el final.
- Ese anticlímax, ¿verdad?
- Sí, es inesperado, es doloroso ver la vulgaridad en quién suponías era “grande”, aunque fuera en el mal.
- Como su propio esposo afirma.
- Sí, eso dice él, pero envía y paga espías para que la vigilen.
- Dice que comprende el dolor que causa esa “grandeza” de ella.
- Claro, eso afirma, pero miente, se engaña a sí mismo. No hay tal “grandeza”, hay futilidad. No puede aparecer como un simple tonto.
- Como afirmaría Hannah Arendt.
- Exacto, es el mismo mecanismo del nazismo y es también el dilema: el gran horror del mundo y del ser humano, no es más que banalidad. El mal es banal.
- Y Justine también, ¿no?
- Sí, lo es, y vulgar y cursi, penosamente cursi. Decepcionante. Cobarde.
- ¿Y ya está?
- No, hay algo más.
- Dilo pues, ¿qué crees que es el mal?
- Es el temor a la libertad. Rüdiger Safranski afirma que es su drama, el mal es el drama de la libertad. El temor a la libertad.
- ¿Y?
- Que sus corolarios son la responsabilidad y el amor.
- Ordénalo bien.
- Tienes razón: los seres verdaderamente libres no tienen miedo al compromiso. Y comprometerse es mostrar tu alma dando parte de ti, estando dispuesto a morir por alguien.
- Ahora pareces tú el cursi y el melodramático.
- Sí, lo parezco. ¿Te has fijado que ya nadie habla de amor excepto en términos psicológicos, etológicos o neurológicos? Solamente hablan de intercambios químicos neuronales. Dicen que el amor empieza y el amor termina. ¿Se puede decir algo más nimio que eso?
- ¿Qué piensas del sexo?
- ¿Por qué me lo preguntas?
- Te lo pregunto porque todo el mundo miente sobre él, ¿verdad?
- Sí, tienes razón, todos mienten.
- Dime pues, ¿qué piensas de él?
- Que hay dos clases de sexo, el bueno y el malo, como el dinero.
- Me haces reír, algo difícil en un fantasma. Continúa.
- Con el malo masticas y con el bueno comes y te alimentas.
- ¡Di algo menos convencional y más interesante, por favor!
- No sé, ahora no puedo.
- De acuerdo, esperaré.
Toda esta historia sucede en Alejandría. Este peletero que os escribe la visitó muchos años después de los hechos que Durrell narra.
Ninguna ciudad le ha causado tanta tristeza como Alejandría. Una ciudad que Gamal Abdel Nasser mató lentamente y sin ninguna piedad.
El mar era espantosamente claro, el peletero jamás ha vuelto a ver un mar parecido.
El mar claro y barrios enteros de la ciudad abandonados. Preciosas fachadas arruinadas, envueltas en sudarios de ropa tendida a secar, y un cementerio más habitado por vivos que por muertos.
Una corniche larga y plana. Parecía estar por debajo del nivel del mar y el mar a punto de caérsele encima, anegándolo todo hasta las mismísimas fuentes del Nilo.
El Delta es plano, cambiante, medio mar, medio playa. Dunas, juncos y agua, agua que solamente se mezcla con agua. Agua con agua. Nada más.
- ¿Has dicho Justine?
- No, ahora no la he nombrado, ¿por qué?
- Me debo haber confundido, perdón. ¿Queda algo de aquel mundo?
- No. De todo aquello tampoco queda nada, excepto la poesía del poeta de la ciudad.
- Es mucho.
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EL POETA Y TODOS NOSOTROS
Te dices: Me marcharé
a otra tierra, a otro mar,
a una ciudad mucho más bella de lo que ésta
pudo ser o anhelar…
Esta ciudad donde cada paso aprieta el nudo corredizo,
un corazón en un cuerpo enterrado y polvoriento.
¿Cuánto tiempo tendré que quedarme,
confinado en estos tristes arrabales
del pensamiento más vulgar? Dondequiera que mire
se alzan las negras ruinas de mi vida.
Cuántos años he pasado aquí
derrochando, tirando sin beneficio alguno…
No hay tierra nueva, amigo, ni mar muerto,
pues la ciudad te seguirá.
Por las mismas calles andarás interminablemente,
los mismos suburbios mentales van de la juventud a la vejez
y en la misma casa acabarás lleno de canas…
La ciudad es una jaula.
No hay otro lugar, siempre el mismo
puerto terreno, y no hay barco
que te arranque a ti mismo. ¡Ah! ¿No comprendes
que al arruinar tu vida entera en este sitio, la has malogrado
en cualquier parte de este mundo?
(“La ciudad” Konstandinos Kavafis)
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