viernes, 16 de enero de 2009
El peletero/El ojo y el negro (2)
26 Agosto 2007
¿Nos juzga Dios
por la apariencia?
Yo creo que sí.
(W. H. Auden)
Querido Teodoro, temo la luz de Dios que me ciega con su resplandor. Sólo el recuerdo de tus pinturas, con sus sombras y oscuridades me dice la verdad.
Tengo miedo Teodoro, ya casi no puedo ver ni mis propias huellas. Mijo pequeño ha muerto y ya vuelvo a estar embarazada. Hace un mes que le dimos sepultura, llovía y el lodo de los caminos era tan áspero que ni siquiera los mulos podían andar por ellos y tirar del carro que transportaba el cuerpo de mi hijo.
Hoy, en cambio, hace sol y sopla el viento, tengo que cerrar las ventanas de casa para que no entre el polvo.
Mi esposo Christian lleva quince días fuera, está trabajando y no volverá hasta dentro de dos meses.
Tengo miedo Teodoro, hoy, por unos instantes, no he recordado cuál era el nombre de mi niño muerto.
Querido hermano, dibújame su rostro, cuéntame como era y como sería.
Tu hermana que te quiere, Silvia.
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Teodoro era delgado como uno de sus pinceles de pelos de marta cibelina. Silvia, su hermana, no tenía cuerpo, pero tenía olor y color. Ese color de flamenca y de sajona se lo proporcionaba su sonrisa que le daba la sombra justa y precisa con la que hacerse ver por los demás. Silvia nunca fue invisible, pero Teodoro sí, por eso pintaba. Albino y translúcido sabía cabalgar la luz y frenarla, pararla. Él sabía eso, y sabía también cómo hacerlo.
Porque la luz se puede parar.
Esa es una de las diversas maneras que hay de detener el tiempo.
Su obra maestra “Sansón y los filisteos” lo encumbró. Es una obra políticamente arriesgada, que el mundo luterano y de la Reforma aplaudió y que el mundo católico ¿más sabio?, rebautizó con el nuevo nombre de “La Verónica”. Es una obra compleja que rebasa los límites de un humilde post para comentarlo. Posiblemente habrá tiempo de hablar de ella y de muchas de sus otras obras, aunque Teodoro fue un pintor con escasa producción terminada. Sin embargo, todas ellas son muy “características”. Además, tenemos la enorme correspondencia con su hermana Silvia y con muchas otras personas.
Gracias a Silvia se conserva casi todo.
A la muerte de su hermano, enferma y sin dinero no se acobardó, pidió un préstamo a un usurero judío para poder realizar el viaje. Con su hijo mayor Pablo atravesó el Canal de la Mancha para recoger y llevarse los restos de Teodoro y enterrarlo en su casa inglesa, al lado de sus hijos muertos. Aprovechó y también vació la casa cargando con lo que pudo.
Desgraciadamente no consiguió devolver el préstamo y el usurero se quedó con todo aquello que había pertenecido a Teodoro. Al cabo de poco tiempo Silvia murió de tristeza.
Afortunadamente el prestamista judío sabía lo que tenía entre manos y lo valoró adecuadamente. Y así fue pasando a sus descendientes que fueron heredando y vendiendo todo ese patrimonio según las necesidades y las locuras que sufrían.
En la actualidad sólo conservan la correspondencia, y este peletero que escribe ha podido tenerla en sus manos. Yo no sé hablar ni leer flamenco, pero sí puedo ver y mirar la caligrafía de los dos, y eso casi… casi es suficiente.
Las familias judías son amplias, extensas y dispersas. Y mis amigos I. & M. LTD. tuvieron la gentileza de introducirme y presentarme a la persona adecuada de su familia. Que con la ceremonia debida, me mostró y abrió el cofre donde guardan toda la correspondencia de Silvia y Teodoro.
Dos vidas enteras.
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Querido Teodoro, Christian ha vuelto, estaba preocupada por él, se fue algo enfermo, pero gracias a Dios ha regresado bien. Me ha dicho que en el próximo viaje se llevará a Pablo, nuestro hijo mayor. Tarde o temprano tenía que ocurrir. Eso será poco después que yo dé a luz y si todo va bien. Me quedaré sola con las niñas y el recién nacido.
Pablo está contento, es joven y tiene ganas de conocer el mundo, pero habla demasiado de América. Si allí se fuera sé que no lo volvería a ver más.
Se parece mucho a ti, sus ojos negros y sus cabellos rubios son los tuyos.
Tu hermana que te quiere, Silvia.
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