jueves, 6 de noviembre de 2008
El peletero/El ángel con ruedas
9 Abril 2007
T.E. Lawrence escribió sólo dos libros a lo largo de su vida y tradujo la Odisea. El primero de los dos fue “Los siete pilares de la Sabiduría”, donde narra sus vivencias durante la Primera Guerra Mundial. El manuscrito de ese libro lo perdió en una estación de tren, no había más que un ejemplar y tuvo que volver a escribirlo entero. Algo parecido le sucedió a Robert Louis Stevenson cuando su esposa quemó el único manuscrito que había de “El extraño caso del Dr. Jeckill y Mr Hyde” por pecaminoso. Los dos sucesos demuestran que uno no debe ser distraído, ni cuando va a subirse a un tren ni cuando va a casarse, en ambas situaciones se pueden perder cosas muy valiosas o conseguir que el tren o la esposa te lleven a destinos equivocados.
El segundo y último libro que escribió Lawrence fue “El troquel”, donde se cuenta sus experiencias como soldado raso en Afganistán. En la contraportada de la edición española encontramos resaltada la siguiente frase: “Y el provecho que he sacado de ello es que nunca volveré a tener miedo a los hombres. Pues aquí he aprendido la solidaridad con ellos. No es que seamos muy parecidos ni que lo vayamos a ser. Me alisté con grandes esperanzas de compartir sus gustos, sus maneras y su vida, pero mi naturaleza sigue viendo todas las cosas en el espejo de sí misma”.
T.E. Lawrence es un paradigma de ocultación tras el disfraz de su propia desnudez. Algo en lo habitual insólito, poco común y muy difícil de conseguir. Indudablemente el desierto es el lugar adecuado para ello, no hay paisaje más desnudo, más inhabitable y por consiguiente más desconocido.
Éste es un preámbulo necesario para abordar otras cuestiones tan ásperas como un desierto o un desnudo aunque más habitables que cualquiera de las dos.
Mi mejor amigo y más ferviente admirador, al que me une un profundo y poderoso amor y muchísimos años de convivencia en común, me ha insinuado con delicadeza y claridad, que debería enfrentar otros asuntos que no tuvieran nada que ver con el Amor o su derivado más importante que es el sexo. Cómo sus opiniones son para mí casi unas órdenes me he puesto manos a la tarea no sin antes considerar que tenía toda la razón y qué mi cerebro se había ido, en estas últimas semanas, metamorfoseando en una boba pasta de chicle rosa.
Para ello he pensado que introducir a Lawrence era pertinente dada su notoria asexualidad a pesar de las malas lenguas que mencionan cosas distintas. Esa distancia física y mental que él conseguía mantener con eso que hay en las entrepiernas de las personas le permitió recorrer el desierto, perder el propio nombre y morir cabalgando un ángel con ruedas en uno de los numerosos y apacibles caminos de la campiña inglesa.
Lawrence siempre es un magnífico guía para transitar por caminos que no conducen a ningún sitio. Entre esos callejones sin salida a nosotros nos gustan los laberintos y los desiertos, físicos o mentales. Ambos son un buen reto en el que malgastar el tiempo para nada. En esa clase de desafíos inútiles estamos instalados desde hace mucho tiempo y a ellos sobrevivimos, pensamos que con éxito. Cabe suponer entonces, que en tales yermos inhabitados nos encontramos a gusto. Nos plaece contemplar ese horizonte que jamás termina y ver venir con calma a la muerte antes de hora, maldita, enemiga y asesina.
Sin embargo, para hacer caso del consejo de ese amigo tan querido, he pensado que lo más adecuado sería vérmelas con la realidad más ruda y menos amigable, no por callada, sino por verdadera. Ésa no es otra que la física y no me refiero claro está a la carne y a la piel de machos y hembras humanos. Me refiero a la Física, a la física pétrea de los físicos y de los únicos filósofos que hoy en día valen la pena ser tenidos en cuenta, pues ellos son los pocos que se atreven a orillar la postrera frontera del pensamiento.
Mario Bunge tiene un librito encantador de física dura titulado: “Controversias en física”. Ambas cosas, en física, siempre van juntas, la dureza y el encanto, y no es ninguna metáfora poética. Mario Bunge también lo es, encantador y duro y tampoco es ni una metáfora, ni un halago.
El pequeño volumen empieza señalando unos consejos que su maestro de física Dr. Guido Beck le enseñó y que él titula en el viejo latín como: regulae ad directionem ingenii, y que son las siguientes:
1. Comienza por apresar un problema abierto y formularlo con claridad.
2. Piensa con tu propia cabeza: sé dueño de la literatura, no su esclavo.
3. No sigas la moda.
4. No permitas que la política o la administración interfieran con tu investigación.
5. Diviértete en tu trabajo.
Nosotros somos unos fervientes admiradores de las listas ya que en ellas está escondido, mejor o peor, un propósito que hay que saber descubrir. Sin embargo estos consejos listados nos inquietan al hacer evidente nuestra más absoluta minusvalía para poder seguirlos con una mínima eficacia.
Para nosotros un problema siempre es algo cerrado, porque si fuera abierto ya no lo sería, entonces deberíamos hablar de oportunidad. Al estar cerrado es imposible formularlo con claridad. Los problemas, incluyendo también los físicos son casi siempre oscuros, engorrosos y peligrosos. Eso es lo peor de ellos, el peligro que encierran; es muy fácil y tentador quedar atrapados en ellos. Algunos son seductores, atractivos y fascinantes. Los que muestran este carácter dicen que la mejor manera de evitar una tentación es dejarte atrapar por ella, sucumbir a su encanto. La depresión y la resaca “post problema”, es traumática. Nunca sales mejor que entraste aunque creas que solucionar un problema te aporta nuevas fuerzas. Eso es falso. Los problemas no se solucionan, se resuelven, y en su resolución siempre hay algunas pérdidas a cambio.
Pensar con la propia cabeza no es nada fácil. En el mundo somos miles de millones de personas y todas pensamos. Cada una de ellas tiene la suya rebosante de cabellos, alopecias y pensamientos. Todo este patrimonio no puede ser desechado, ni minusvalorado. Queramos o no, se incorpora al bagaje de la humanidad. Cuatro ojos ven más que dos, mil cerebros piensan más que uno. No hay que desdeñar a los demás. Naturalmente lo que el profesor Guido Beck quiere afirmar no es eso. El cerebro de cada uno es una máquina individual, como tal ha de funcionar; el propio criterio es el que puede aportar algo que haga aumentar ese patrimonio. Pero nosotros somos lentos en este difícil trabajo que es pensar por nosotros mismos, cuando conseguimos hacerlo ya ha pasado el momento oportuno y queda completamente fuera de lugar manifestar nuestra opinión.
Ser dueño de la literatura y no su esclavo significa que la forma no debe oscurecer el sentido de lo que uno pretende dar por sentado. Es una regla con la que cualquiera manifestará su acuerdo. Al mismo tiempo, todos también reconocerán que la forma es el material del que está hecha la belleza, aunque ésta sea del espíritu. Ambas verdades han sido debatidas a lo largo de los siglos, Guido Beck, sin duda, considera que la verdad no necesariamente necesita de la belleza, que ambas pueden ir juntas compartiendo amigablemente el camino, pero que también pueden surgir disputas. En todo caso el dilema se resuelve de la siguiente manera: la verdad siempre es bella, la belleza en cambio no siempre es verdadera.
Coco Chanel sentenció con su habitual fortuna que: “la moda es todo aquello que pasa de moda”. Frente a esa afirmación tan contundente de evanescencia y de suceso efímero, nadie que pretenda investigar la realidad puede sucumbir a la gracia de la moda, pues la realidad jamás cambia.
Evidentemente nadie a de tolerar que el poder se interfiera en la vida y el trabajo de uno. A no ser que pretendamos también conseguir poder con ello. Si es así, nada que objetar, solamente exigirle a quien eso pretenda, la limpieza en los protocolos y procedimientos financieros y el sometimiento a eso tan raro que los bienintencionados llaman “el bien común”.
El último consejo es necesario, pero es el más difícil de seguir. Todos los anteriores dependen de la voluntad y hasta que no se diga lo contrario las personas la tenemos. La diversión no depende de ella, yo no sé qué hay que hacer para divertirse, la verdad, no lo sé. Al no saberlo no puedo hablar de ello.
Sin embargo parece ser que Mario Bunge sí que se ha divertido trabajando. Podemos suponerlo sintiendo su entusiasmo llenar nuestra curiosidad de ignorantes. Simplemente leyendo el índice de esa encantadora obra que mencionábamos más arriba “notamos” cómo trabaja su cerebro y su corazón.
1. Intento de Mach de reconstruir la mecánica clásica.
2. Asimetría, inversión e irreversibilidad del tiempo.
3. Una teoría relacional del espacio físico.
4. Relatividad y filosofía.
5. El debate de Einstein y Bohr sobre la mecánica cuántica.
6. Las peculiaridades de la física cuántica.
7. Mecánica cuántica y medición.
8. Interpretación de las desigualdades de Heisenberg.
9. Estructura y contenido de una teoría física.
10. Una axiomatización sin fantasmas de la mecánica cuántica
Apéndice 1: La refutación de las desigualdades de Bell no refutan el realismo.
Apéndice 2: Estructura y dinámica de teorías.
Mario Bunge le preguntó una vez a un amigo y colega médico qué debería hacer si era víctima del Alzheimer. Su amigo le respondió que no podría hacer nada pues nada advertiría, no sería consciente de ello. El profesor Bunge se quedó con la sensación de haber hecho una pregunta equivocada. No es cierto, solamente erró eligiendo a su interlocutor. Si se la hubiera preguntado a T. E. Lawrence, la respuesta hubiera sido evidentemente otra. ¿La adivinan?
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