martes, 19 de agosto de 2008

El peletero jardinero



15 Noviembre 2006

Hay muchas personas a las que les gusta hacer listas, detalladas y exhaustivas. Es una manera eficiente de ordenar el día a día. Incluso para los más optimistas, de vislumbrar el futuro. Sin embargo, nosotros, intrépidos nostálgicos, elaboraremos una como si fuera un recopilatorio o como si fuéramos a pasar cuentas del trabajo hecho. Por ser nuestra primera lista, nos limitaremos sólo a aquello que el mismo “Génesis” considera que fue lo que primero vieron los ojos de Adán: El Jardín.

La lista es como sigue y sin ánimo de orden ni de rigor: tiesto, balcón o ventana con flores, almunia, huerto, patio o jardín trasero, claustro, jardín francés, jardín inglés, jardín japonés, jardín zen, jardín botánico, jardín laberinto, jardín místico, jardín poético, jardín secreto, jardín colgante, jardín persa, invernadero, parque, camino o calle arbolada, área de descanso de una autopista, cementerio, campo de golf y, por último, el Edén, que no fue ni idea nuestra, ni nos pertenece por aquello que ya sabemos. No está mal, ¿verdad?, hemos trabajado duro. Sin duda me olvido de alguno a propósito, como la corona fúnebre, el florero, el ramo de flores o la flor en el pelo y la flor en el ojal, o una coloreada fuente llena de frutas. Me olvido de ellos por no ser elementos arquitectónicos, aunque alguno sí lo es decorativo, que casi es lo mismo.

El jardín, como sabemos, está en el principio y parece estar también en el final, donde la casa, la cabaña, la tienda o la cueva son sólo pasos intermedios. La topografía es una disciplina científica que, al aliarse con la arquitectura para sustituir la naturaleza por el paisaje, inventa el jardín. De toda la lista antes relacionada, si tuviéramos que escoger alguno de ellos según nuestras preferencias, elegiríamos el francés y el secreto. También el japonés, pero por pertenecer a otro mundo mental lo bordearemos, preferimos quedarnos cerca de casa.

El jardín francés es el más urbanizado de todos ellos, es el que menos imita a la naturaleza y es el que más obra de ingeniería necesita, fuentes, surtidores, canalizaciones, escaleras, miradores, terrazas, pérgolas, balaustradas, grupos escultóricos. Mucho seto, mucha gravilla y poco césped. Y también tiene, según su tamaño, paseos y avenidas. Por todo ello, cuando está mal cuidado y abandonado y las aguas de sus estanques están encharcadas y mohosas, su atractivo aumenta tanto como lo puede hacer una ruina arqueológica invadida por la hiedra. Es en este instante preciso de metamorfosis, cuando el jardín puede convertirse en jardín secreto, pero sólo si su amo lo guarda para sí y quizás para unos pocos escogidos.

En ese jardín secreto las malas hierbas conviven desordenadamente con flores de invernadero y éstas con sus hermanas silvestres. Ramas sin cortar y raíces que sobresalen para estropear los caminos de grava y de loza, que alguien en su día se esforzó en construir. Hojas secas pudriéndose tapizan el suelo por donde se desliza algún nuevo lagarto. Desde las alturas cantan los pájaros que anidan donde quieren y sin que nadie se lo impida. Sus trinos compiten con los viejos anfibios croando en sus nuevas charcas putrefactas. Entre piedra y piedra tallada aparece desvergonzado el verdor. Las estatuas van perdiendo inexorablemente las extremidades, las orejas o la nariz, también los brazos, algunas incluso la cabeza. Un conjunto promiscuo, abigarrado y acotado dentro de sus cuatro muros. Una perfecta imagen real y simbólica de la mente y la psicología humana, atraída y, al mismo tiempo, rebelada contra el abandono y la indolencia salvaje del tiempo.

Muchos han sido los jardines pintados y muchos los artistas que han tratado de conocer su misterio, desde los egipcios y los medievales hasta Van Gogh, Klimt, Singer Sargent, Sorolla, Rusiñol, Monet…, pero ninguno de ellos se atrevió a pintarlo desde fuera. Eso sólo lo hizo el silencioso Velázquez.

¿Qué se esconderá detrás de esa puerta de madera vieja que pintó el sevillano, en esa decrépita “Vista del Jardín de Villa Médicis” de Roma que encabeza este post? ¿Puerta de madera?, ni siquiera eso, cuatro tablas casi a punto de caer que barran el paso y unos vigilantes que se pasean aburridos por sus afueras. Desde lo alto, alguien ha colgado una sábana blanca. ¿Un estandarte o una señal de rendición? Ni una cosa ni otra, sólo una humilde tela que debe estar abandonada o secándose lentamente bajo un sol triste.

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