lunes, 14 de julio de 2008
El peletero simulador
24 de julio de 2006
Los niños cuando juegan simulan y aprenden. El original de los billetes de banco no es un billete como tal y tampoco es exactamente un original, su valor de cambio es nulo. Sin embargo, todos sus millones de copias valen lo que el billete dice que vale y con ellas se puede ir por el mundo.
Hay autores que consideran que “si hay un bonito problema artístico, filosófico y absolutamente actual, ése es el del Original”. Consideran al Original una víctima de un perverso ser llamado Simulacro que lo sustituye y suplanta, naturalmente sin derecho a hacerlo. No sabemos, ni nadie nos lo cuenta, quién tiene el derecho a negarle el derecho a suplantarlo, o dicho al revés, quien le otorga el derecho al Original a no ser suplantado. Tal vez lo dice la ley.
El problema del bonito problema artístico y filosófico es que no es un problema, sólo es un seudo-problema, un falso problema, aquello que gustaba tanto a los bizantinos como gusta tanto ahora a los cursis. Tal vez sólo sea un problema legal.
El sarcasmo por mi parte también es un simulacro de otros sarcasmos parecidos. Y se desarrolla de la siguiente manera: como peletero formo parte del mundo de la moda y mi propensión mimética, simuladora y plagiadora es irrefrenable. Y como nieto de croupier mi propensión al engaño a favor de la banca es consecuencia de una naturaleza hipócrita y cínica. Estamos completamente vendidos al poder y besamos los pies de quien nos paga. Vendemos sucedáneos a precio de originales. Simulamos serlo (originales) y engañamos a la mayoría que plácidamente se deja engañar.
En “Los siete pilares de la Sabiduría” de T.E. Lawrence, en una de las interminables y múltiples comidas a las que es invitado por parte de la aristocracia beduina en sus amplias y hermosas tiendas, a cada uno de los comensales se le pide que explique una historia ocurrente, graciosa, un “chiste” incluso. Al pobre Lawrence no se le ocurre nada que contar, al final y como consecuencia de una buena capacidad de improvisación obsequia a todos sus compañeros con una imitación de cada uno de ellos, de su manera de hablar, de sus acentos peculiares, de su gestualidad, de su expresividad. La sorpresa de todos es mayúscula, en la cultura bedú no era nada habitual la caricatura. Después del primer desconcierto y silencio, estallan las carcajadas y Lawrence es querido un poco más por sus amigos.
T.E. Lawrence perdió en una estación de tren el original y único ejemplar de sus “siete pilares”. Alguien debió encontrarlos y quizás aun los conserva. O tal vez no, y los lanzó directamente al fuego. Sea como fuere ese no debió de representar para él ningún problema importante. Seguro que no, simplemente volvió a escribirlos, desde el primer “pilar” hasta el séptimo. Y se quedó tan tranquilo. Y para ello sólo usó la memoria.
Tan tranquilo como debería ser de tranquila su vida en Afganistán, simulando ser un soldado raso cuando en realidad era coronel. El que sí estaba nervioso era un teniente, la única persona que conocía la verdad, al tener que mandar fregar las letrinas a toda una gloria nacional. A Lawrence nunca le importaron estas minucias, él que había atravesado todo el desierto disfrazado de beduino.
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