jueves, 3 de julio de 2008
El peletero ornitólogo
5 de julio de 2006
A nuestro peletero ornitólogo le hubiese gustado tener a Jean Louise “Scout” como hija a pesar de no ser él ningún pájaro ateniense, ni gustarle tampoco la metáfora del ruiseñor. Ni siquiera cuando recordaba que no había llorado nunca tanto, como cuando de niño vio morir de viejo a su jilguero enjaulado, ni siquiera entonces conseguía no ver en el ruiseñor más que una metáfora vulgar de la bondad y la belleza, siendo ambas las dos cosas menos vulgares de la creación.
El peletero ornitólogo se estremece al recordar a Atticus Finch sentado delante de la cárcel que alberga a un inocente, joven, sano, bello y tullido. Allí ha ido Atticus, a guardarlo, allí ha ido San Jorge intercambiando su papel con el dragón, a protegerlo de la locura ajena. Es un Cancerbero que no ladra, ni muerde, ni asusta. Indefenso, con su libro en la mano, cuando se presenta la turba es un ser inerte, no ha podido o no ha querido tomar más precauciones. Tan honesto como arrogante se olvida que cuando hizo falta mató de un disparo certero al perro que le quiso morder su rabia. Irresponsable y tan dispuesto al martirio, que su deber parece ser su sacrificio y el de su protegido.
Al peletero ornitólogo le sorprende la valentía, sabe que en ella sólo habita el fracaso y que como la poesía o el amor, es hija de la soledad. Tal vez por eso su estupefacción es enorme cuando ve a los tres niños salir de la nada para mostrar impúdicamente junto a Atticus su debilidad y determinación, ángeles de la guarda de carne y hueso que con sólo su presencia consiguen ahuyentar el mal. Ni Jesucristo lo hubiese hecho mejor.
Atticus Finch habla con su hija Scout de ruiseñores, de belleza y de bondad. Scout, una niña sensible e inteligente, sabrá ver en el momento adecuado al ruiseñor del que su padre le habla, personificado en un vecino idiota, homicida, perspicaz, atento, cariñoso, con buen criterio, valiente y con una total determinación.
Atticus se quedará sin palabras. Él, un abogado que las usa como instrumento de su trabajo, se quedará sin ellas. La realidad y la contundencia de los hechos lo dejarán mudo. El vecino idiota ha salvado a sus hijos matando aquél que borracho los acosaba y perseguía, aquél que, falseando su testimonio, ha enviado al patíbulo a un inocente. Aquél que quería vengarse en los pobres niños de su propia indignidad.
Atticus cree en una justicia poderosa y ciega, pero ahora se da cuenta que también es sorda y muda. Atticus cree que la verdad necesariamente ha de triunfar, y ahora Atticus, aconsejado por el Sheriff y el sentido común, calla y con su silencio salva a su vecino, el ángel vengador. El entrañable idiota seguirá siendo un compañero misterioso, querido y vigilante.
En la Extremadura española de posguerra, el pobre Azarías, no tendrá la misma suerte. Después de vengarse ahorcando al señorito Iván, que acaba de matar a su milana bonita, será internado por loco y de por vida en uno de esos tristes centros para santos inocentes asesinos.
El peletero ornitólogo sólo le habla a su hija en sueños. Al despertar piensa en un valle flanqueado por poderosas montañas nevadas y en Shane, el rubio y extraño pistolero enseñando a un niño a usar el revólver. Más tarde, el chiquillo que juega a matar, verá, escondido tras una puerta, cómo el ángel de la muerte es abatido a tiros por Shane, salvando así a sus amigos y a toda una comunidad de la tiranía.
Cumplido su destino, Shane, tendrá que irse de este paraíso con un brazo herido, que como todos habrá sido construido con sangre, el mejor abono para las flores más hermosas y para los árboles con las raíces más profundas.
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