viernes, 4 de julio de 2008
El peletero astrónomo
7 de julio de 2006
El peletero astrónomo siempre lo sospechó a pesar de que las evidencias científicas indicaran lo contrario. La ciencia no se equivocaba, de eso no tenía la menor duda, pero tan lógicas eran sus predicciones como negativos los resultados. El cálculo de probabilidades basado en la química del carbono había terminado siendo estéril, la realidad era tozuda. Cinco mil años de exploración astronómica, viajes interestelares, colonización y terraformación de planetas yermos, cinco mil años buscando por toda la galaxia y mirando más allá, y todo ello no habían dado ningún resultado; aparte de nosotros, no había nadie más. Bien es cierto que la especie humana como tal ya hacía mucho tiempo que se había roto en multitud de fragmentos. Gracias a la ingeniería genética, nuestra estirpe engendró las ramas más insospechadas, desde ángeles a verdaderos demonios. Las guerras entre todas ellas fueron numerosas y terribles, algunas de estas ramas fueron exterminadas, pero otras de nuevas aparecieron en su lugar. Ahora ya nadie puede ni quiere conocerlas a todas; algunas son efímeras, otras tal vez eternas, y muchas han huido para esconderse quien sabe dónde. Las comunicaciones siguen siendo lentas, tan lentas como lo podían ser hace cinco mil años, en eso la ciencia no se equivocó: nada puede viajar más rápido que la luz, pero las distancias que tenemos que atravesar son muchísimo más enormes que entonces, ahora todo está más lejos, tanto, que ni siquiera nuestra memoria es capaz de llegar. Los viajes en el tiempo resultaron ser sólo puras quimeras. El planeta Tierra llegó a sernos familiar, la galaxia en cambio nunca lo ha sido, y contemplar el resto del universo nos causa auténtico desasosiego.
Hubo un tiempo en que pusimos esperanzas en las máquinas, quisimos creer que ellas podían ser unas dignas compañeras de nuestras ilusiones, pero nos equivocamos, éste fue el primer límite infranqueable con el que topamos y la primera gran decepción. A este fracaso le llamamos “Paradoja Uno”, que consiste en la absoluta imposibilidad lógica de inteligencia artificial. Nunca ninguna máquina superó los protocolos que establece la “Paradoja Uno”. Buenos simuladores humanos sí que se construyeron, pero nada más.
Ahora estamos terminando los protocolos de la “Paradoja Dos” que han de establecer el árbol genealógico de la vida, con un único tronco y raíz: el planeta Tierra y la imposibilidad también más absoluta de que haya vida “extraterrestre”, si es que esta palabra significa ya algo.
Estamos llegando al final y todo indica que concluiremos los protocolos de la segunda paradoja con relativa facilidad, sin embargo cada paso que realizamos nos acerca más a la “Paradoja Tres” que de momento sólo somos capaces de vislumbrar como una tiniebla más inconmensurable que el propio universo. Nuestra formación científica y lógica nos impide nombrar a esta tercera paradoja con el nombre de Dios, sin embargo sabemos que sólo es un simple prejuicio psicológico. Que la ciencia haya llegado hasta este punto del camino no es un mal balance, al fin y al cabo no estamos tan solos, aunque nadie esperaba que el alienígena fuera Él.
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